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Nada esta bien...

El latido intenso en su corazón lo escuchaba en sus oídos, sentía que se le saldría en cualquier momento. Un temblor incesante en sus delgadas manos y piernas le daba el aviso de que algo realmente malo le pasaba.

Sus ojos azules cristalinos miraban con desdén el espejo, de ahí se reflejaba él y su desnudo ser.
Sus heridas aún sangrantes, su pálida piel, sus mejillas sonrojadas y sus labios rotos.

Su cuerpo se veía tan débil y horrible a su vista, sus manos recorrieron su cuerpo tocando huesos que sobresalían. Sus dedos delgados incluso llegaron a pasar por las repetidas heridas provocadas por él mismo, soltó un sollozo cargado de dolor desde lo más profundo de su garganta al notar ciertos lugares marcados con dientes y grandes marcas violeaceas.

Gruesas lágrimas cayeron por sus mejillas, su cabello antes rubio ahora se veía completamente negro. Suspiró mientras se abrazaba a si mismo, acuclillandose en frente del mismo espejo en el que antes se veía con satisfacción y que ahora se veía como un completo mounstro.

Cerró sus ojos con fuerza, luchando por parar esos pensamientos nuevamente.
Parece que su cabeza solo quería destruirlo y hundirlo en un pozo sin fondo. Y aunque se encontrase en el baño, él se sentía perdido.

¿Cómo terminaste así, Takemichi? — Le susurró a su reflejo, mirándose con lastima. Y es que ciertamente él no sabía esa respuesta.
¿Cómo había llegado a ese punto tan bajo al pasar el tiempo?
Ya no había motivación y determinación en su mirada, ahora solo se encontraba un profundo dolor.

Aquel accidente fue el detonante de su sufrimiento, despertando nuevos y antiguos traumas.
Siguió llorando odiando cada parte de su ser, cada herida provocada por él, cada decisión, cada pensamiento, cada palabra. Odiaba todo de si mismo, y aún así seguía sufriendo después de lastimarse, como en ese momento.

Una de sus manos empuñando una navaja medianamente oxidada, y lamentablemente manchada de sangre. Le dolía su corazón, y para calmar su deseo de morir prefirió darle un trago de su ser a la muerte.
Una pequeña prueba de lo que se sentiría despedirse de la vida.

Un cuerpo débil y sucio, con huellas de manos impresas en él. Ojos ocuosos, llenos de resentimiento e ira. Pensamientos nublados, y los recuerdos grabados con fuego en sus retinas.

Sintió como su corazón casi parecía saltar de su caja torácica, y volvió a entrar en trance. Su mano derecha, la mano que poseía la navaja, se dirigía con recelo a su mano izquierda.

Fue un corte tras otro, no tuvo pudor al herirse nuevamente. No se sentía aliviado para nada, pero al mirarse al espejo notó una gran sonrisa en su rostro.
Tembló, y rompió en llanto, ya no podía detener a su propia mano la cual había pasado de destruir a su compañera y se dirigió hacia sus piernas.

¿Quedarse?, ¿acaso él había decidido regresar para sufrir aún más?

Pensaba asegurarse de que todo se encontrará bien, jamás imaginó estar en esa situación.
Gritó de frustración, paró en seco todas sus acciones y con la sangre hirviendo dio un puñetazo con todas sus fuerzas en el piso.

Sus ojos teñidos en sangre se reflejaron con agonía en el espejo, pero él ya no soportó más y terminó por romperlo con el mismo puño sangrante.

—Estas sucio, Takemichi— Rió amargamente, se acostó en el frío piso cubierto de pequeños vidrios los cuales se incrustaron en todo su costado derecho.
No hizo nada ante el inminente dolor, tampoco se molesto en limpiar las incontables gotas de agua salada qué acariciaban con pena sus mejillas.

Mírame solo a mí  | Mitake [Pausada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora