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La comida con mi madre fue algo diferente, supongo que debido a que no hable demasiado. Ella no paraba de repetir lo increíble que era que mi prima fuese a venir con nosotras, mientras yo me limitaba a sonreír falsamente.

Lo único que me podía reconfortar tras la comida era un tiempo solo en mi cuarto, necesitaba pensar. ¿En qué? En mi poco ingenio: para lo inteligente que era para ciertas cosas, aquí no anduve muy lista. Por supuesto que Dizzy decidiría venir aquí, tenía que ver todo con sus propios ojos.

Dizzy era mi prima inglesa, por parte de mi madre. Vivía tan lejos porque su madre se enamoró profundamente de un londinense, y se mudaron juntos. Mi prima tenía mi edad, aunque muchos pensasen que sí, no teníamos ningún tipo de parecido. Su cabello era café casi tirando a marrón, mientras que el mío era turquesa. Sus ojos eran mieles, los míos son marrones. Y si ya en el físico no había ninguna semejanza, en el carácter aún menos. Bueno, solamente una: ninguna soportaba a la otra.

El conflicto venía desde hacía tiempo, desde que teníamos unos tres años. Recordaba perfectamente que Dizzy era mi mejor amiga entonces, pero un día todo cambio. ¿El motivo? Ella derramo su helado de chocolate sobre mi vestido favorito, y no precisamente sin querer. Ese día ambas nos declaramos la guerra, y eso que solamente teníamos tres años.

Los problemas y jugarretas aumentaron año tras año, hasta convertirse en una especie de obsesión. ¿Yo daba una fiesta de cumpleaños? La suya tenía que ser mejor y además la celebraba por aquella época, aunque cumpliese años cinco meses más tarde. ¿Me regalaban una muñeca nueva? La suya era más bonita. ¿Yo hacía que todo el mundo me llamase Cenicienta? Ella era Lady Tremaine. Siempre intentaba superarme.

Sin embargo, no solamente ella hacia trastadas, yo también. Nunca se me olvidaría el día en que corte su pelo. Estábamos discutiendo como siempre y yo, harta de escuchar sus gritos, cogí una tijera, que pasé rápidamente por su pelo. Ella empezó a llorar mientras recogía el pelo que estaba en el suelo, a la vez que yo me reía. Mi castigo por aquello fue enorme, pero mereció la pena.

Así éramos nosotras, siempre haciéndonos la vida imposible. Actualmente, seguíamos igual. Lo que más me molestaba de mi prima, además de su voz chillona, era su falsedad. ¡Siempre tenía que quedar bien delante de mi madre! Para ella, Dizzy era un ejemplo a seguir. Que incrédula. Cuando era pequeña ya lo pensaba, pero después de un incidente en Londres, su pensamiento se multiplico por cien, y nada de lo que yo le dijera al respecto le hizo cambiar de opinión.

Nunca fui una persona sociable. A mí no me importaba, pero a mi madre sí. Al ir a visitar a su hermana en Inglaterra, mi madre vio que Dizzy era muy popular, que tenía muchos amigos. Una noche, cuando teníamos unos quince años, Dizzy fue invitada a una fiesta. Yo no lo estaba pero no me molestaba; no quería ir, y menos a un sitio donde la única persona a la que conocía era mi prima. Mi madre me obligo a ir y yo, como buena hija, tuve que obedecer. Decir que la fiesta fue horrorosa era quedarse corta. Me ofrecieron alcohol que me negué a beber en un principio, pero, animada por Dizzy, terminé probándolo. Ella me fue pasando distintas copas que fui bebiendo, sin decir que no. No fue mucho, pero si lo suficiente como para perder un poco la razón. Dizzy me llevo a casa, estando ella perfectamente. ¿Quién fue la mala influencia entonces? Yo, por supuesto. Para mi madre, Dizzy era una santa. No importaba lo que yo hiciese, siempre tendría a mi prima en un pedestal.

En fin, hace aproximadamente seis meses, el teléfono de mi casa sonó y mi madre me pidió que me pusiera a la línea, ya que Dizzy le había dicho que se moría de ganas por hablar con su prima favorita. Ya, claro, como si fuera a creérmelo. Estuve hablando un rato con ella, y cuando digo hablando quiero decir escuchando, porque Dizzy no cerraba la boca. Me conto como sus dos mejores amigas le habían regalado un viaje sorpresa a Paris para poder ir las tres juntas, y que ahí habían visitado la ciudad en limusina, con una copa de champan cada una. Como si tuviéramos edad para edad para beber champan...

También me explico con todo lujo de detalles que la habían nombrado solista en el coro de su instituto y que cantaría el himno británico delante del primer ministro. Según ella, el director de su coro estaba moviendo todos los hilos para conseguir que algún día cantara delante de la mismísima reina de Inglaterra. No sé qué sonó más falso, si mi asombro o mi entusiasmo.

Y entonces, cuando Dizzy estaba empezando su nuevo capítulo de su vida que no me podía interesar menos, yo tuve que abrir la boca. Las palabras salieron solas, como si las hubiera tenido escondidas en algún lugar de mi mente sin haberme dado siquiera cuenta y hubieran estado esperando al momento justo para ser pronunciadas.

Tengo novia, dije. ¿En qué cabeza cabía decir eso? En la mía, claro. En aquel momento me pareció la mejor idea del mundo, ya que la satisfacción que sentí cuando Dizzy se calló de golpe al escucharme fue indescriptible. Me la imagine con la boca abierta en el otro lado del mundo, con el teléfono pegado a la oreja y los ojos como platos porque su querida prima había conseguido una pareja antes que ella.

Sin ningún remordimiento por lo que acababa de hacer, le conté que mi supuesta novia era un completo encanto. Era más alta que yo, cosa que no era difícil, tenía el cabello rojo y los ojos castaños. Por supuesto, mientras lo describía, no paraba de aparecer un rostro en mi cabeza, y ese era el de Melody. Siempre había tenido claro que los suyos eran los rasgos más bonitos que jamás había visto, así que me perdí en mi propia descripción y hasta casi se me olvido que lo estaba haciendo para poner celosa a mi prima.

Ahora, con Dizzy a unos días de aparecer en mi casa, me estaba empezando a entrar el pánico. Para ella yo tenía novia, cosa que, obviamente era mentira. Hacia unos días que había hablado con ella y le había organizado y lo enamoradas que estábamos, así que no tenía sentido decirle que lo habíamos dejado de un día para otro, pues sospecharía que todo había sido una mentira desde el principio. Y caer tan bajo ante Dizzy era una cosa que no me pensaba permitir.

Así pues, solo me quedaba una opción: necesitaba una novia, y con urgencia. Pensé en mis posibilidades. No hacía falta que dijera que ni en un millón de años me habría atrevido a hablarle a Reena, así que mucho menos habría podido pedirle que fuera mi novia falsa durante el tiempo que se quedara Dizzy por aquí. Imposible, así que estaba descartada. Sin embargo, no podía escoger a cualquier chica, ya que le había dado una descripción a mi prima que, aunque, no extremadamente precisa, sí que era bastante restrictiva. Su cabello debía ser enrulado y tenía que tener los ojos de algún tono marrón.

Había bastantes chicas en mi instituto que podían encajar en el papel, pero una cosa era que existieran, y otra muy distinta era que aceptaran salir conmigo, aunque fuera falsamente. Era lista, por lo que tenía que conseguir una razón de peso para convencer a alguna, pero la verdad era que no se me ocurría nada. ¿Qué se le decía a alguien para persuadirle de una cosa así? Dios, lo que fue mi mayor éxito en mi guerra con mi prima se había convertido en mi gran perdición en cuestión de segundos.

Sin dejar de darle vueltas a lo largo de toda la tarde, me fui a la cama todavía pensando en quien podría acceder a salir conmigo. A cada segundo que pasaba, mi ansiedad crecía, y ni siquiera conseguía dormirme. Tras varios cientos de suspiros e incontables vueltas en la cama, algo dentro de mí se encendió. Me incorpore de golpe y mire el reloj de mi mesita de noche, que marcaba las cuatro y cuarto de la mañana.

—Ya lo tengo.

Do we have a deal? Chloe/RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora