\CAP.32/

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Las esposas se cerraron con un chasquido alrededor de las muñecas de Byeol, y la celda fue abierta para que dos policías la escoltaran al juicio que estaba a punto de comenzar. Cuando el juez pidió que la acusada entrara, todas las miradas del público y del jurado se posaron sobre ella. Byeol mantenía la cabeza en alto, convencida de su inocencia y decidida a demostrar que había caído en una trampa.


Casi flaqueó al ver a su abuelo entre el público. No quería que él estuviese allí, presenciando la injusticia que se cometía contra su nieta. Su abuelo, impotente y angustiado, amaba a Byeol con todo su corazón, y verla lista para ser juzgada era demasiado doloroso para él.

El juicio dio comienzo y Byeol, con voz firme y clara, declaró que no aceptaba los cargos. Reiteró su inocencia y afirmó que todo era una gran injusticia. Sin embargo, las personas afectadas y el jurado no le creían. El juez pidió pruebas de su inocencia, pero ella no tenía ninguna tangible; solo su palabra contra las evidencias presentadas en su contra.

El abogado Park hizo todo lo posible para defender a su cliente, pero solo logró reducir unos meses de la condena de tres años que se le había impuesto. Byeol, sin embargo, no quiso aceptar la reducción. No era una cobarde y se mantenía firme en su palabra.

― No aceptaré la rebaja de la condena ―dijo con determinación―. Si no hay otra opción, cumpliré la sentencia completa.

Su abuelo intentó hacerla recapacitar, su voz llena de preocupación y amor.

― Byeol, por favor, reconsidera. No tienes que pasar por esto ―dijo él, desesperado.

― Abuelo, todo se aclarará. La verdad saldrá a la luz, y si tengo que ir a la cárcel hasta entonces, lo aceptaré ―le aseguró, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora―. Estaré bien, te lo prometo.

El juez, impresionado por su determinación, dictó la sentencia. Byeol sería llevada a prisión, pero su espíritu seguía intacto. Su corazón estaba lleno de esperanza y de una inquebrantable convicción de que, algún día, su nombre sería limpiado y la verdad se descubriría.

Los medios anunciaron todo esto en primera plana: la presidenta de una de las más prestigiosas empresas automotrices, Sinsegi, Moon Byeol, había sido sentenciada a tres años de prisión por fraude, lavado de dinero y otras acusaciones. Ella fue trasladada a la prisión de Mujeres de Seongbuk, sin darle tiempo de despedirse de su abuelo, quien le prometió sacarla de allí.

Al llegar, le quitaron las pocas pertenencias que traía y reemplazaron su ropa por la de reclusa, de color azul marino. En el lado derecho de su pecho, estaba el número por el que sería reconocida.

― ¡338, andando! ―le ordenó una agente de policía.

Fue llevada a su celda, que era diferente a las occidentales, frías y lúgubres con barrotes. Estas tenían un suelo de madera cálido y algunos estantes a los lados donde se colocarían edredones que servían como camas.

― ¡320, tienes nueva compañera! ―dijo la oficial al entrar, señalando a una reclusa que miró con desdén a Byeol―. No quiero problemas, 320, o te meteré a la celda de castigo ―amenazó la oficial a la reclusa, que sería la compañera de Byeol.

Byeol se mantuvo en silencio, observando su nuevo entorno. La celda, aunque menos inhóspita que las de las cárceles occidentales, seguía siendo una prisión. La mujer que sería su compañera de celda, con una mirada de desprecio, no parecía ser alguien fácil de tratar. Byeol sabía que tendría que adaptarse rápidamente a esta nueva realidad mientras buscaba una forma de probar su inocencia.

CONSEQUENCES - JK +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora