Era un día pesado de oficina, era casi el final del mes y todos estaban más que estresados por asegurarse de tener la mejor y más novedosa columna para la revista.
Era una revista de contenido político bastante aclamada porque según las malas lenguas solo y únicamente las personas graduadas con excelencia y que tuvieran "ese no sé qué" eran las únicas capaces de ser columnistas y formar parte de aquel tan prestigioso y selecto grupo de escritores.
Charlotte realmente se había esforzado para terminar allí, trabajó más que cualquiera durante su carrera y se aseguró de obtener todos y cada uno de los méritos posibles para después poder ir allí y presentarlos.
Se encargó de cada cosa que pudiera redactar que estuviera a su alcance durante la facultad, escribía el diario escolar, mantuvo un blog e incluso se encargó de escribir discursos importantes para la universidad, así que cuando al fin su solicitud de empleo fue aceptada absolutamente todo valió la pena.
Instintivamente cuando comenzó a trabajar no hizo mucho más que papeleo y servir café, durante casi diez horas diarias. Pero fue más astuta y en todo ese tiempo de servicio social involuntario logró agradar a sus jefes y colegas y antes de lo esperado ya le habían asignado su primera columna.
No fue nada realmente trascendental, pero había hecho un buen trabajo y antes de que se diera cuenta ya había dejado de servir café y alguien más había comenzado a servir el suyo, aunque definitivamente no era la escritora más reconocida de aquella revista que era considerada revolucionaria, imparcial y absolutamente aclamada, pero había logrado los cimientos de una carrera exitosa.
Nadie podía negar que era un trabajo exhaustivo, que definitivamente requería tiempo y muchísimo esfuerzo, había una gran responsabilidad a todos al final de este mes, el gobierno presente dejaría el mandato y necesitan hablar sobre cado uno de los nuevos posibles candidatos con la perspicacia e inteligencia que ya caracterizaba a ese grupo de escritores.
Charlotte sentía que tenía una responsabilidad extra ya que desde la opinión externa necesitaba esforzarse el doble para ser tomada en serio. Era una mujer extranjera, y aunque pareciera que no, la mayoría de las personas se sentían incómodas cuando alguien proveniente de otro sitio hablaba sobre el gobierno propio, sin importar cuánto tiempo llevase viviendo en aquel país.
Además no era solo el hecho de que no era estadounidense, ni siquiera era una mujer americana, era una chica europea que vivió bajo el yugo de la monarquía gran parte de su vida, que no tiene que elegir un presidente porque su rey ya había sido escogido incluso antes de nacer.
Ella podría estar más o menos de acuerdo con el hecho de que todo el poder y riqueza de una nación se repartiera de forma estúpida en una sola familia, y que las personas al mando ni siquiera tuvieran la convicción que necesita un político.
Pero sabía que para ser tomada en serio realmente debía esforzarse, debía trabajar extra y asegurarse de tener una columna sólida y bien consolidada entre los ideales del periódico para el cual escribía.
Así que no le gustaba distraerse, aunque inevitablemente a veces el cansancio era demasiado y terminaría por enfocar su atención en otra cosa, generalmente en cosas simples como un pajarito posado en la ventana o la forma en que la cafetera filtra el café.
Pero había otras ocasiones dónde su mente exhausta y también un poco pícara posaría sus ojos sobre su compañero de a un lado, era un hombre guapo, demasiado.
Recuerda notarlo por primera vez cuando a su lado escuchó una voz con acento peculiar, un acento conocido. Tuvieron una plática muy breve donde, en realidad, no intercambiaron demasiada información.