Capítulo Veintiocho 〜 Rebeldes sin causa

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El rayo de luz que emanaba del gran ventanal me encandiló justo en la cara

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El rayo de luz que emanaba del gran ventanal me encandiló justo en la cara. Tuve que abrir los ojos.

Eso siempre ha sido de lo que más aborrecía; cuando la puta luz del día no te cede la dicha de seguir evadiendo tu existencia, siendo literalmente un sábado. Era incluso peor cuando estaba en medio de uno de esos sueños que parecían más bien un videojuego de rol de aventuras en el que eras libre de elegir tu propio camino.

Es decir, ¿por qué querría pausar ese juego cuando era diez veces más divertido que lo que sea que me pasaba en el mundo físico? Al menos allí, en el reino de los sueños, no tenía que soportar lo jodido que podía ser este planeta; especialmente por la gente que hay en él.

Dejé escapar un bostezo al dejarme vencer por el sol. Mis brazos pretendieron extenderse en un estiramiento dramáticamente prolongado, mas les fue imposible moverse incluso un milímetro. Entre parpadeos amodorrados, observé cómo mantenía mis brazos apretados contra el pecho. Era casi como si sostuviera a un osito de peluche invisible cerca de mí de la manera más nostálgica.

Excepto que yo no me encontraba sosteniendo nada, no. En cambio, parecía ser yo quien era sostenido. Un par de brazos fuertes me tenían rodeado al atraerme con firmeza hacia un torso sólido pero increíblemente cómodo, tan acogedor que era como si me hundiera en él con cada respiración profunda que el individuo tomaba. Un aliento cálido humedecía mi nuca a la par que esta persona inconcebiblemente plácida enterraba su rostro justo allí. Fui abrazado de tal manera que me resultaba dificultoso siquiera moverme, ciertamente levantarme de la cama no me era una opción. Pero sus brazos se sentían tan seguros, tan protectores y tan bien a mi alrededor que estaba a nada de dejarme llevar por el sueño en lo que sus ronquidos inexplicablemente placenteros ahogaban mis pensamientos.

Pero entonces, de reojo, reconocí dos afiches apilados uno arriba del otro por la pared. Un póster de colección de los Lakers encima de uno de la película del '92, Perros de la calle, de Quentin Tarantino.

Oh. Hunter.

Los destellos de la noche regresaron a mí... en nada menos que un montaje vívido de anhelo, besos y caricias. Sus labios habían estado sobre los míos casi hasta que nos llegó el sueño; saboreamos nuestras bocas e intercambiamos fragancias en lo que Hunter me mantenía contra él como si fuese un muñeco de plástico resbaladizo que podría escurrírsele de las manos en cualquier segundo.

Lo había besado. Y no se trataba de una alucinación ni nada similar, estaba 99% seguro de que realmente había sucedido esta vez. Había besado a mi mejor amigo. Hunter me había besado.

Prácticamente podía sentirme en vías de desmayarme, aún estando acostado. Pero no había tiempo para eso. Algo me hizo tragar la sensación de vómito que apenas comenzaba a acumularse. Algo que miré a través de la ventana.

Todavía fluctuaba entre el sueño y el despertar, pero la imagen de un auto Lexus de lujo deteniéndose por el patio me impulsó a echarle un vistazo al reloj colgado en la pared.

Para: JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora