Capítulo Treinta y Cuatro 〜 Eterna oscuridad de una mente con recuerdos - pt. 1

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La memoria es una cosa divertida

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La memoria es una cosa divertida.

A veces recordamos vívidamente, como si pudiéramos rastrear un sentimiento especifico hasta un momento determinado de nuestras vidas. Recuerdas lo que vestías, con quién andabas, lo que sucedía, diablos, incluso suelo recordar la butaca exacta en la que estaba cuando voy al cine.

Pero otras veces olvidamos sin nunca saberlo realmente. Experiencias enteras se desvanecen como granos de arena en nuestros dedos siendo llamados por el viento. Y no tenemos idea de cuándo sucede, de cuándo ya no sostenemos esa arena. Al final, simplemente ya no está ahí. Como si nunca lo hubiera estado.

Algunos momentos nos impactan más que otros, no es difícil asumir que tendemos a aferrarnos a aquellos que destacan. Pero en ocasiones, eso que destaca nos afecta tanto que simplemente nos negamos a recordar. Transformamos esos recuerdos en los mismos granos de arena y se los ofrecemos al viento sin pensarlo mucho.

Sin siquiera pensarlo, en realidad. No somos conscientes de ello, simplemente ocurre.

Es un pequeño truco del que goza nuestro cerebro. Nos ayuda a lidiar con nuestro día a día mientras hacemos la vista gorda ante las sombras que nos siguen.

¿Y en cuanto a mí? Bueno, la buena noticia era que seguía con vida. La mala noticia era que lo recordaba todo.

Para ser justos, prácticamente acababa de suceder. Quizás todavía tenía oportunidad para alzar la arena al aire y sacármela de las manos. Bien, no estaba 100% seguro de las implicaciones psicológicas que eso tendría, pero no podía ser peor que mantener vivo el recuerdo, ¿o sí?

Porque al mirarlo en retrospectiva, fue incluso peor que cuando estuve allí. Resulta curioso cómo puedes estar tan conmocionado que tu mente simplemente se niega a funcionar. Y es hasta mucho más tarde, cuando repasas la cinta de tus recuerdos, que caes en cuenta...

Casi muero a manos de un psicópata.

—Debí saberlo —murmuró papá con trazas de lágrimas bajo ojos hinchados—. Haber prestado más atención. No debí trabajar esas malditas horas extra, ¿cómo es que no pude estar ahí para ti?

Mi padre se encontraba en el suelo, de rodillas junto a la camilla del hospital en la que me recostaba. Sus manos temblorosas sujetaban la mía mientras le trazaba círculos al dorso con desesperación. Como si cuanto más suave fuera su toque, más se disiparía el dolor que prosperaba en mi memoria.

—¿Qué habría pensado tu madre de esto? Ella jamás lo habría permitido, jamás —sollozó, su frente ahora reposada en mi mano como si lamentándose en misa—. Lo siento tanto, Jack. Lamento que esto haya sucedido, cariño, ¿por qué tuvo que pasarte a ti? ¿Por qué tú?

—Ey, pa —me enderecé, apartando la espalda del respaldo hundido—. Porfa para, ¿sí? Me estás haciendo sentir mal. Esto para nada es tu culpa.

—Soy tu papá, hijo —finalmente me dirigió sus ojos humedecidos—. Yo lo soy. Se supone que debo estar ahí para ti. Quiero protegerte. Siempre he querido protegerte y aun así... casi te pierdo, mi chiquillo. Mi hijito; no sé qué habría hecho.

Para: JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora