Capítulo Treinta y tres 〜 De: tu psicópata cinematográfico favorito

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Tenía los ojos de un asesino

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Tenía los ojos de un asesino.

Esos de un psicópata. Pero no cualquier psicópata.

Me refiero a aquellos que mirarías en la pantalla grande. El tipo de personaje al que solo una película podría dar vida. Lucía ese mismo brillo. La clase que flecharía a un director de casting y te ganaría el papel de un homicida en serie.

Norman Bates fue el primero que me vino a la mente. Así es, pensé en quien considero padre del cine slasher, con trastorno de identidad disociativo y, por supuesto, notorio psicópata del cine. Claro, el cabello de Luke era mucho más largo y majestuoso, sin mencionar que su complexión definitivamente le ganaba en musculatura. Pero algo en él gritaba Bates.

No mentiré, esto también me recordaba a las películas de Saw. Evidentemente, el futbolista que tenía por delante no superaba los 60... pero que me tenía apresado a una silla metálica sin forma de zafarme, así que bien podría haber sido John Kramer. Lo único que faltaba era un muñeco jodidamente tétrico de mejillas rojizas pedaleando hacia mí con un triciclo en miniatura y preguntándome si quería jugar un maldito juego. Y para la siguiente escena, tendría que arrancarme el tejido cerebral o alguna mierda así a menos que desease sufrir una muerte espantosa.

No se me pasó por alto cómo es que me distraía al encasillar todo con una referencia de película. Casi como si pretendiera estar viendo al mejor amigo de Hunter preparar una jeringa mortífera desde la comodidad de una butaca de cine.

¿Acaso planeaba drenarme la sangre? ¿O terminaría lo que inició en el campo de fútbol? ​​Porque seguro que eso se sintió como una inyección mortal.

Toda era una incógnita. El pelirrojo persistía encorvado sobre la mesa al tiempo que manipulaba frasquitos de vidrio sin pronunciar una palabra. Y no era un experto en medicina, pero si me dijeras que esos frascos contenían todo lo necesario para un procedimiento de eutanasia, no lo dudaría ni un segundo.

—Deja te cuento una historia —finalmente habló. Su tono fue ronco, profundo; atravesó el silencio con una lobreguez que le desconocía—. ...Esta es la historia de un chico. Un tanto escuálido, débil, tímido. No tenía amigos, dejémoslo así.

Siguió jugueteando con su equipo. Ya fuera un envase, una jeringuilla o una selección de agujas, su atención permaneció sujeta a la mesa mientras se escondía entre las sombras.

—Incluso a los siete, este chico ya era víctima del ridículo. Él simplemente lo aceptó. Cada golpe, cada insulto; no intentó defenderse una sola vez... porque eso es todo lo que sabía, ¿entiendes? Siempre había sido la víctima, entonces, ¿por qué eso habría de cambiar?

Ni siquiera se presentó. Ni saludos ni cómo estás. Solo empezó a recitar una historia como si la leyese de un libro para niños. O como si hubiera memorizado este cuento en particular ya hace años.

Para: JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora