Un escalofrío inquietante me recorrería de pies a cabeza cada que pensara en Hayden. Más específicamente, en que nos veríamos esta noche... no solo eso, sino que, como él había dicho, «pasaríamos el rato».
¿Qué carajo implicaba eso? Era aterrador.
Intenté traspasar la avalancha de inquietudes al abrir mi casillero de un jalón. Porque la fuente de esas misteriosas cartas ciertamente disiparía todos y cada uno de mis pensamientos ansiosos, ¿verdad?
Y tan pronto como la misma sensación de déjà vu me pegó, ya no tenía aire por respirar.
Ahí estaba. Una nueva nota de mi anónimo súper fanático. Aunque esta vez, en lugar del papel blanco habitual, venía plegada en un tono rosado mucho más atractivo. Probablemente seguía siendo una carta que me amenazaba hasta cargarme del susto, pero al menos era rosa.
Ey, un poco de estilo nunca le ha hecho mal a nadie, ¿o sí?
Ni siquiera sé por qué seguía entrándome el shock de las notas, realmente debería pensar en ello como la norma a estas alturas. No se veía próximo en el horizonte que dejase de recibirlas, especialmente si continuaba apegándome a Hunter.
—Jack, Hernández, ¿verdad? —una voz melódica llamó, haciéndome abultar las pupilas y menearme febrilmente para resguardar la nota en mi bolsillo.
—Jack, ajá, ese sería yo, sí —me las arreglé para regurgitar algo coherente y giré hacia la persona que, por alguna razón, pensó que hablarme le iría de maravilla.
—William Hoffman —se presentó, con una gran sonrisa que le exhibía los dientes tan deslumbrantes como su delineado audaz y esmalte de uñas—. Es un placer conocerte, al fin. He querido hablar contigo, en realidad.
—Oh, okei... —forcé una sonrisa—. Es bueno verte.
¿Por qué de repente la gente se interesaba en hablar conmigo? ¿Era esto algo normal? ¿Así era ser un adolescente funcional? ¿...Hablar?
—Eres el chico que sugirió que deberíamos tener un club de cine hace un par de años, no lo he olvidado —dijo este, ajustándose el cuello de su suéter cashmere rosado.
—Oh, sí... —me detuve abruptamente.
Este chico recordaba lo del club cineasta. No era posible. Pensé que nadie le había tomado importancia. Mierda, ¿acaso esta era mi oportunidad?
Me sentía rebosante de emoción. Hubiese dado brinquitos de alegría, pero en verdad no deseaba humillarme frente a un tipo que apenas conocía.
—Quiero decir, sí, sí —carraspeé—. Claro, ese fui yo. El chico del cine. ¿Por qué, te interesa?
—¿Tu club de cine? No exactamente, no.
Ya de una vez hubiera sentido a un camión arrollarme a toda velocidad, no mentiré. Aunque fue más mi culpa por hacerme ilusiones, no es como si alguien me hubiese hecho caso al respecto antes.
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Para: Jack
RomansaEl último año de preparatoria ya era bastante difícil para un adolescente gay socialmente torpe; a esto añádele la repentina afluencia de cartas misteriosas en su casillero que lo amenazan con mantenerse alejado de su mejor amigo, y tienes la receta...