Mi novio era tan pinche sexy.
Nuestras rozaduras suaves de barbilla ya se sentían más bien salvajes, viendo cómo allegaban con cada encontronazo de labios insaciables.
No cesábamos de aplastarlos juntos una y otra vez en lo que nuestras lenguas se arremolinaban entre sí. Piel desnuda contra piel desnuda. Mis manos entremetidas en su cabello y su firme agarre rodeándome las caderas.
Llevábamos tanto tiempo entrelazados, que pareciese que ya ni necesitáramos respirar. Como si pudiésemos sobrevivir en base al oxígeno que alcanzábamos a intercambiar. Como si este fuera reutilizable.
Estábamos besándonos en su cama espaciosa, por encima de las sábanas arrugadas. La única almohada de Hunter yacía en el suelo, había sido derribada algún momento durante nuestra danza de lujuria.
Y sí, le apodaba danza, porque si le llamase de cualquier otra forma, mis mejillas ciertamente se sobrecalentarían hasta el punto de ignición.
De por sí ya era bastante vergonzoso cómo, incluso cuando yo era quien se hincaba de rodillas, una pierna a cada lado del regazo de Hunter, todavía debía agachar la cabeza para alcanzarle los labios.
Así es, Hunter estaba sentado casualmente sobre su trasero, su espalda contra el respaldo de madera en lo que me sujetaba. En cambio, yo me erguía frente a él con las rodillas apoyadas al colchón.
Y el cabrón aún así era más alto.
Ni siquiera era tan chaparro, ¿de acuerdo? Mi estatura era perfectamente adecuada. Nunca dejaré de objetar que los chicos de mi escuela eran los anormales. Apostaría a que se atascaron de vasos de leche cuando niños.
Pero maldita sea, todo en Hunter era tan atractivo. Todo. Su voz, su actitud, su talento, su pasión... su cuerpo.
Joder, no importaba cuánto nos besáramos, esos mismos fuegos artificiales del primero me eran fieles. Era como si su pólvora fuese jodidamente eterna. Como si los estallidos multicolor se inmortalizaran en pausa hasta ser reactivados por él.
No quería parar. Ansiaba mantener mis dedos enterrados en su cabellera. Llevarlos hacia abajo para tentar sus pectorales firmes. Encontrar sus abdominales de revista para después deslizar mis manos hasta su...
Pero no había tiempo para eso.
—Realmente deberíamos ir alistándonos —logré decir en cuanto se me concedió un descanso. Aunque no estaba seguro si mi voz se comprendía entre los jadeos impetuosos.
Hunter apoyó la cabeza en el respaldo, el mentón en alto en lo que me entornaba sus ojos coquetos y extendía una sonrisa de lado.
—Tenemos tiempo para otra ronda.
—¡¿Otra ronda?! —chillé. Para que conste, no teníamos tiempo para otra puta ronda—. Bromeas, ¿verdad?
Pero el futbolista que me acercaba a su pecho simplemente se encogió de hombros.
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Para: Jack
RomanceEl último año de preparatoria ya era bastante difícil para un adolescente gay socialmente torpe; a esto añádele la repentina afluencia de cartas misteriosas en su casillero que lo amenazan con mantenerse alejado de su mejor amigo, y tienes la receta...