Promételo

15 6 10
                                    

Capítulo 33

  Tener un gimnasio en casa era algo que ya hacía con normalidad: pesas, lagartijas, sentadillas y estirar las piernas. Si le hubieran dicho al Mauro de prepa que apenas comenzaba a hablar que ahora sería un fanático del ejercicio, se hubiera reído. En la secundaria, primaria y parte de mi adolescencia, era un niño cohibido, tímido, inocente, serio, que vestía camisetas de tirantes. Pero en la prepa, comencé a abrirme más cuando empezaron a llegar personas a mi vida, y sobre todo, él. Comencé a buscar el ejercicio como modo de escape. Me di cuenta de que podías hacer todo para distraerte, desde drogas hasta libros. La verdad me gustaba la lectura, pero siempre pensé en hacer algo que te dejara demasiado agotado y tener sueños felices. Fue por eso que agarré el ejercicio.

Esta mañana eran las 6 cuando mi alarma sonó. Decidí que a las 7 me bañaría y después desayunar. Me paré de la cama, había dormido mal, me dolía un poco el cuello. El hecho de tener a Gastón de nuevo en mi vida no ayudaba demasiado. Lo primero que hice fue tirarme al piso, planchas, luego pesas, luego abdominales, luego bicicletas. Mi cuarto era mi propio gimnasio, tenía pocos aditamentos, pero hacía lo posible con lo poco que tenía. Después, me puse a analizar la carta y la invitación al café de Gastón. Lo conocía perfectamente, sabía que tarde o temprano me insuaria si tomaría esa tarjeta para llamarlo. Sin embargo, no podía hacer nada, pues hace demasiado tiempo que ya no le escribí cartas a Gastón. Desde que le informé de la aparición de Cristiano, no le conté de nuestros primeros besos. No le había escrito cartas para informarle que ya tenía pareja. Era la primera vez que no le informaba de cada paso que daba. Le informé cuando comencé el servicio social, cuando conseguí el trabajo, cuando mi madre se enfermaba, cuando pasaba un logro, cuando algo me preocupaba. Para todo era hacerle una carta a Gastón. Pero lo único que le había escrito de Cristiano era "te informo de su existencia", de lo demás ni siquiera había abierto la boca. Mucho menos le iba a contar que estaba fantaseando con él, que quería besarlo, que quería hacerme uno con él. Era algo que debería estar informando a Gastón porque el Antiguo Mauro se hubiera sentido infiel, mentiroso, traicionero. Pero ahora ya ni siquiera hago eso. Sin embargo, sentía una rabia hacia Gastón por no haberme dicho que tenía esposa, por no haberme dicho de la existencia de su hija. Desconocía tanto al hombre del que me enamoré. Terminé tirado porque arriba en el piso, el sudor recorría mi cuerpo. Otra cosa a la que me había acostumbrado era a usar los pants. Al antiguo Mauro le gustaban mucho los pantalones, los pantalones de mezclilla. Luego descubrí la comodidad y todo se volvió magia: la comodidad, los pants, las gorras, las blusas de Spider-Man. Odiaba vestirme formal, si acaso solo iba formal cuando tenía una entrevista, traje y eso. Mis trajes eran pocos, solo eran dos y uno ya no me quedaba bastante bien, se miraba deslavado. Después de bañarme, fui a montarme un pants gris, camisa azul, gorra azul y peinarme el cabello, ponerme gel. Rutina de niño, no sé por qué, pero siempre me gustaba este tipo de cosas, peinarme el cabello me hace sentir mejor. Terminé mi rutina antes de tiempo, eran las 8:40 cuando ya había desayunado un café, pan tostado y estaba por irme. Me despedí de mi madre, dejando un beso en su mejilla.

— Te ves cansada —le susurré—, tu tía tuvo una mala noche y pues ya sabes me toca quedarme con ella a cuidarla

Mi tía tenía enfermedad de reumatismo y mi madre la había acogido en casa. Fue la única hermana que se quedó soltera, así que mi madre se hacía cargo de ella. A veces sentía que mi madre se ponía peor de su presión cuando ella se ponía mal. Estaba mal de salud y a veces yo tenía que ayudar a cubrir los gastos de mi tía. Sus medicamentos eran complicados y difíciles. Entre todos mis primos y hermanos pagamos sus gastos,sus doctores y todo lo demás. Sin embargo, mi madre se estaba desgastando a causa de esta situación.

Cerré la puerta y me despedí de ella, agitando la mano. En la tarde que regresara, me haría cargo yo si quieres.

— Gracias, Mauro, pero tu tía es mi responsabilidad, lo sé. Por eso te adoro —dije caminando a la calle.

PROHIBIDO SEGUIR  AL CORAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora