Reglas rotas

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Capítulo 37

Subí a la habitación y me encerré en ella a la espera de que el tiempo pasara. ¿Por qué la vida era tan desgraciada y tan injusta al mismo tiempo? Por segundos, por minutos, por tiempos en los que parecía que todo se convertía en uno solo. Me sentía que avanzaba, me sentía que por fin tenía algo estable: amor, Mauro, pareja, desastre, besos, abrazos, cercanía, salidas al cine. Y de la nada aparecía de nuevo el maldito fantasma de Ernesto.

La cena. Cenar, bajar, hacerlo. Tener que hacer todo para nada. Los niños subieron y todos a dormir.

—¿No cenaste? —dijo Elizabeth.

—La verdad es que no tenía hambre —le contesté.

—Niño, estás demasiado flaco. Así no serás el mejor militar.

Le hice un ademán con la cara preguntándole si podía cenar.

—Sí, ve —dijo—, aunque no me vas a convencer con ademanes. Pero lo entiendo. Sé que la estás pasando mal.

Era obvio que Mauro le había dicho lo que me habían dicho. Me senté en la cocina a la espera de que la comida se hiciera más apetecible: unas quesadillas, queso, jamón. Comer. El estómago, un nudo que no me permitía probar bocado. Un nudo que me daba náuseas, un nudo que me hacía sentir asqueado. Pero no sé si se debía a la comida, se debía a la esencia, se debía a que Ernesto había matado gente. Decir que mi padre había puesto otra cartulina y que había dicho que vendría por mí era algo que no quería probar. Quería llorar y detenerme, quería odiar a Ernesto, pero ni siquiera eso podía hacer.

Las tres quesadillas estaban listas. Me senté en la mesa, me serví un poco de leche, me quedé contemplando el panorama. Ahí, de la nada, llegaron los recuerdos: recuerdos de mi madre, recuerdos de la esencia, recuerdos de lo que había pasado con Mauro.

¿Por qué creí que yo merecía amar? ¿Por qué creí que él y yo merecíamos un futuro? ¿Por qué me creí el cuento de que éramos diferentes? ¿Por qué me creí el cuento de que Mauro era especial? Jamás le podría dar una vida normal. Podría ser que de mañana o la próxima semana, o tal vez esta noche, fuera la última vez que lo vea y ni siquiera tendría tiempo de despedirme. Si a mi padre se le ocurría venir, perdería a ese hombre y de pasada mi corazón. Porque es oficial que se quedaría al lado de Mauro.

¿Por qué creí por un minuto que podía tener una vida normal? Bien, padre, así lo haces siempre: matar gente, comenzar a llamar la atención y luego dar el golpe final para sacarme de las instituciones. Cuando estaba en Querétaro, hubiera puesto el grito en el cielo y presumido  por todos lados que vendría por mí. Pero por primera vez, no necesitaba y, sobre todo, no quería que viniera.

¿Por qué me creí la idea o me vendí la idea de que podía tener una vida normal, una pareja, un novio, si lo único que hago es ponerlos en riesgo? Como persona me siento un asco, pero no por esto, sino porque de nuevo con el maldito apellido de ser hijo de quien soy. Ahora podrían venir a armar una balacera a Renacer y esta vez podría haber un herido. Sabía que mi padre no iba a matar inocentes, pero mínimo tenía la idea consciente de que las cosas podrían ser peores o mejores. ¿Qué tal si decidía resistirme o Mauro se metía para evitar que me llevaran y le disparaban? ¿Qué tal si moría por culpa mía?

¿Por qué fui tan estúpido y tenaz al mismo tiempo de creer que iba a ayudar a capturar a Ernesto y que él se iba a quedar quieto como si nada? Creí por un minuto que iba a capturar a mi padre y vivir una vida normal, pero es obvio que no lo merezco. Es obvio que soy demasiado asqueado. Si no, mi madre me hubiera llevado. Siempre me pregunté por qué la señora Susana y don Ernesto no hicieron más. Mi madre era muy joven cuando empezó a tener hijos. Mi padre tenía 20 años cuando ya esperaba a Erika. Mi madre, una mujer de 15 años embarazada de su primera hija. Después Ernesto, después yo, y después el pequeño Alex. No podía entender por qué la vida era tan injusta que mis hermanos mayores sí pudieron tener a sus padres. Yo sabía perfectamente que mi hermano Alex había sido parte de algo que ya no fue hecho con amor. Alex era parte del sufrimiento de mi madre y las lágrimas.

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