La Presencia en la Ausencia"

16 5 19
                                    

Capítulo 35

—Don Ernesto, lo queremos mucho, eso es cierto. Ha llevado el negocio a niveles muy buenos que a todos nos han convencido. Si estamos aquí es porque teníamos la esperanza, y ahora nos dice que no lo hará y que de una u otra manera  el que terminará atendiendo es  su hijo menor. No veo ningún motivo por el cual preocuparnos, excepto que le recuerdo que uno de sus hijos mayores, el niño Ernesto, quien todos tuvimos delante en varias reuniones, fue quien lo traicionó. ¿Quién nos asegura que su hijo Cristiano no nos traicionará? Usted lo ha dejado de ver cuando apenas era un adolescente. ¿Cómo dice ahora que no va a pasar nada?

—Por favor, señores, Cristiano es fiel, se ha mantenido a la espera de que mi gente vaya por él. Es una persona coherente, decente y, como ya les dije, soy capaz de poner mi pellejo por él.

— Aunque usted termine muerto, —es mi hijo. ¿Creen que no sé en quién estoy poniendo mi fuerza? Conozco la sangre. Sé que Cristiano no es capaz de traicionarnos. Pueden confiar en mí por solo un minuto.

Los socios asintieron con la cabeza, aunque era seguro que no estaban dispuestos. Sin embargo, yo tenía que hacer algo para salvarlo. Tenía a nuestro mejor hombre informando que en ese momento me  había ascendido; su nombre era Danilo. Era un hombre demasiado bueno. Estaba en la reunión custodiando al jefe, pues le di la orden. Tenía miedo que los socios se pusieran traicioneros.

Ver a Erika en su despampanante vestido negro me hizo sentir la fuerza. Me dio un abrazo y me dijo:

—Te ves por entrar a tus 20.

La mujer de unos 30 años continuó:

—Es un gusto tener a la familia reunida.

Casi me desmayo cuando ese tonto, que no sabe manejar un arma, se me presentó ahí diciendo que mi padre me solicitaba.

—¿En serio está aquí?

—Sí, está en una reunión con los socios.

—¿Está de vuelta en el ruedo?

—¿Quieres entrar?

—Por supuesto.

La mujer, en vestido negro, cabello negro, tacones rojos y labio color cerveza, caminó directamente. Entré en escena primero que ella. El jefe me miró de reojo como esperando la noticia; sin embargo, no dije nada. Solamente asistí con la cabeza, saludando a los señores como era mi costumbre.

—Señores, Don Emilio, Don Vicente y todos los presentes, es un placer reconocerlos y decirles que estamos de vuelta en esto.

Don Emilio, uno de los hombres más viejos y sobre todo uno de los más fuertes, miró al jefe y después me miró a mí.

—No te das cuenta, ¿verdad, Ernesto? Este chico tiene todo el talento. ¿Conoces la ley?

—Sí, Ernesto.

—Sí, pero él tiene todo el talento y no nos llevaría a la deriva. Con él nos aseguramos un futuro. —La sangre es la sangre, el legado es el legado.

—Lamento contradecirte —dijo otro socio—. A veces la sangre es engañosa. Tú estás aferrado a que Cristiano ocupe el puesto por su apellido, pero ¿qué pasa si él no lo quiere?

—Cristiano aceptará, y si en todo caso no lo hace, yo dejo mi puesto y que lo asuma quien corresponda o quien a ustedes les parezca.

Erika llegó a la reunión con la misma seguridad que siempre la había caracterizado. Con su vestido negro ajustado, tacones rojos y labios color cerveza, capturó la atención de todos los presentes. Se dirigió a su padre, Don Ernesto, y le dijo:

PROHIBIDO SEGUIR  AL CORAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora