Epilogo

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Italia, con su majestuosa belleza y su historia vibrante, se ha convertido en el escenario de mi nueva vida. Desde el momento en que el avión aterrizó en el aeropuerto de Fiumicino, sentí una mezcla de alivio y anhelo. La promesa de un nuevo comienzo en este país, con sus colinas onduladas y campos de viñedos, parecía ofrecer un refugio perfecto del tormentoso pasado que había dejado atrás.

El primer aliento de aire fresco mediterráneo me envolvió mientras salía del aeropuerto, un contraste refrescante con el peso de la tristeza que llevaba conmigo. Los días en Roma se despliegan bajo un sol radiante, y cada rincón de la ciudad me ofrece un respiro momentáneo a mi melancolía. Me instalé en un pequeño apartamento en una encantadora zona cerca de la Plaza de España. Desde mi ventana, la vida de la ciudad se despliega ante mí, llena de turistas, el aroma del café fresco y el resplandor de las esculturas y fuentes antiguas. Sin embargo, este vibrante escenario no logra disipar completamente el dolor que siento por haber dejado mi hogar y a Cristiano.

Mis paseos por la ciudad se han convertido en momentos de descubrimiento y reflexión. Me pierdo en las estrechas calles empedradas, explorando mercados de antigüedades y trattorias que parecen congeladas en el tiempo. Las noches en Roma, adornadas con luces doradas, me encuentran a menudo en cafés al aire libre, disfrutando de un espresso mientras contemplo la vida que pasa a mi alrededor.

Pero la paz que anhelo es efímera. Un día, mientras paseaba por la Plaza de España, admirando la majestuosidad de la fuente de la Barcaccia y el bullicio alegre de los turistas, la tranquilidad se vio interrumpida por un disparo repentino. La escena se tornó caótica y los gritos llenaron la plaza. Sentí el ardor del impacto en mi cuerpo y el dolor se volvió brutal y penetrante. Desplomado en el suelo, la calidez de mi sangre se mezcló con las piedras frías.

La vida se desvanecía lentamente y, mientras el eco de las voces se alejaba, mi mente se llenó de recuerdos de Cristiano, de las decisiones que tomé y del sacrificio que elegí hacer. La ironía de la situación no me escapa: huí para protegerlo y ahora, en un rincón lejano de este hermoso país, encuentro mi final en medio del caos que traté de evitar.

Italia, con su inigualable belleza, se convierte en el telón de fondo de mi despedida, un lugar que prometió un nuevo comienzo y que, en cambio, se convierte en el escenario de mi última batalla. A pesar de todo, me consuela saber que mi sacrificio fue por una causa que creía justa y que mi amor por Cristiano, incluso en la distancia, siempre fue mi mayor motivación.

Así, mientras mis ojos se cierran por última vez en esta plaza emblemática de Roma, dejo atrás una historia llena de esperanza, dolor y amor incondicional. La vida sigue adelante con todas sus complejidades, y yo me despido con la esperanza de que mi sacrificio haya valido la pena.

Ahora me encuentro en esta habitación La luz, que me ciega. Este dormitorio no huele a nada. Mis ojos no distinguen la luz ni lo que ha pasado; todo parece ajeno, distante, como si me debatiera entre la vida y la muerte, como si acabara de despertar de un sueño pesado. Mi vida se ha vuelto artificial; los aparatos me mantienen con vida, y estoy atrapado en un limbo, entre el pasado, el presente, o tal vez el futuro, en el abismo entre la vida y la muerte. No he cruzado el camino, no sé si estoy vivo o muerto, pero la sensación es la misma: flotando en un mar de incertidumbre, en el borde del vacío.

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