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"Alguien nos verá, Cho".
Y escuchas , piensas, los sonidos que resultan del deslizamiento de tu mano sobre su miembro, lo suficientemente fuertes como para hacer que te ardan los oídos. Es un desastre, siempre lo es con él, el líquido preseminal empapa tus dedos con un brillo lustroso y hace que se ericen.
—No lo harán —te asegura con una fuerte inhalación y luego apoya una zapatilla en el asiento del teatro, afortunadamente vacío, que está frente a él. Ambos están sentados en el Ori, los otros miembros de Shishitoren están dispersos por la habitación. La habitación está oscura, algunas de las luces del techo nunca han recibido un poco de cariño, y esperas que esté lo suficientemente oscura como para evitar que la gente se dé vuelta y te vea con una mano envuelta alrededor de la carne de su pene y la otra palma hacia abajo mientras la frotas sobre su sensible y húmeda punta.
Tus pestañas revolotean mientras contemplas su rostro: sus párpados están bajos, sus ojos oscuros fijos en los tuyos, hay un rubor rojo en sus mejillas y en sus orejas, sus labios que están hinchados por besos anteriores están separados para aspirar rápidamente, y los pequeños rizos arenosos en su sien se pegan a su piel por la transpiración.
—Estás palpitando, Cho... —dices, con un dejo de asombro y sorpresa en tu voz, y tu mano se aprieta alrededor de él, su pene palpita en respuesta. Un torrente de pre-eyaculación sale corriendo cuando retiras tu mano para mirar, y Choji sisea una maldición antes de agarrar tu muñeca, agarrándola casi hasta dejarte magullada, y colocar tu mano hacia abajo.
—Mmm, no... joder , no pares. —Sus muslos se abren tanto como pueden en el asiento del teatro, sus caderas se sacuden hacia arriba como si no pudiera evitarlo, y tú continúas con tus movimientos. Arriba, abajo, retuerces, frotas, la textura completa de su piel se pierde en la humedad, pero puedes sentir claramente la vena en la parte inferior de su miembro, y presionas tu pulgar contra ella, obteniendo un gemido de tu nombre a cambio.
Tus muslos se aprietan fuerte y crees que podrías correrte sólo con verlo, sin necesidad de tocarlo.
Togame piensa lo mismo mientras se sienta en el segundo nivel, con las gafas de sol bajas sobre la nariz mientras observa.
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