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Sabías muy bien lo peligroso que era cruzar la frontera hacia el territorio de Shishitoren. Habías escuchado suficientes historias de los chicos de Furin para saber lo terrible, terrible idea que era. Pero la chaqueta Furin que llevabas era como un escudo protector a tu alrededor, dándote la confianza para traspasar los límites... y de alguna manera no pensaste que te encontrarías con el número dos al mando, Togame Jou.
Gracias a por la solicitud. Me divertí mucho escribiéndola.
Maridaje : Togame Jou xf!reader.
Advertencias : 18+, CNC , sexo en público, exhibicionismo, marcaje, charla sucia, degradación, elogios, sexo duro, sexo sin protección, orgasmos múltiples, creampie, corridas, no revisado.
Recuento de palabras : 4.2k.
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El sol todavía brilla con fuerza mientras el cielo cambia de azul a una mezcla de amarillo y naranja, arrojando un resplandor majestuoso sobre la ciudad a medida que se acerca el atardecer. Doblas la esquina y pasas por debajo del puente que está en las afueras de la ciudad, envolviéndote un poco más con la chaqueta mientras la brisa del callejón te acaricia los muslos expuestos.
—¿Te has perdido, corderito? —Escuchas una voz mientras estás de pie junto a la máquina expendedora iluminada. Te das la vuelta y ves a Togame de pie frente a ti. Tenía las manos metidas en su chaqueta Shishitoren y unas lentillas de colores sobre el puente de la nariz ocultaban sus verdaderas intenciones.
—No puedes llevar esos colores de este lado. —Togame miró con disgusto la chaqueta Furin que llevabas encima de tu bonito vestido de verano—. Tu pequeño novio Furin debería haberte dicho eso.
Se acercó como un león que acecha a su presa, voraz y desesperado por darse un festín, mientras te acorralaba como una presa asustadiza. Tu espalda chocó contra un ladrillo áspero mientras él se elevaba sobre ti, sus sandalias tintineaban contra los adoquines irregulares antes de inclinarse para captar tu mirada.
Todos sabían que si Furin pisaba territorio Shishitoren, era un blanco legítimo, y esa regla se extendía a ti también.
—Ya sabes lo del pacto, cariño —murmuró, y su cálido aliento te acarició el rostro mientras lo mirabas como una oveja aterrorizada que acaba de entrar en la guarida de un león.
