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—No se permite la entrada de perros en edificios públicos a no ser que sean para uso oficial —le dijo Jungkook por quinta vez mientras iban de camino a Huntsville.

Nam miró por encima del hombro a Midas, que iba dormido sobre su manta en el asiento de atrás.

—A éste le dejarán entrar, a no ser que quieran tomarme declaración en el aparcamiento.

Jungkook discutió todo el tiempo mientras Nam metía los platos de Midas en el coche, junto con una cierta cantidad de comida y agua. Discutió cuando él abrochó la correa al minúsculo cuello del cachorro. Discutió cuando extendió la manta sobre el asiento de atrás y depositó en ella a Midas, con su patito de trapo y su juguete para morder. Discutió hasta que él se acomodó en el asiento del pasajero y se ajustó el cinturón de seguridad, y entonces él se deslizó detrás del volante sin decir otra palabra más.

En lo que a Nam concernía, el tema de Midas estaba cerrado. Una persona capaz de matar a otro ser humano no dudaría en matar a un perro; ahora Midas estaba a su cuidado, y no pensaba dejarlo en casa solo, desvalido y sin protección.

—He estado pensando en esa noche —dijo Nam con aire ausente, contemplando las montañas mientras conducían—. Les vi la cara cuando salían del club, porque les daba de lleno el brillo del letrero luminoso. Eran dos hombres, y Mitchell iba entre ellos. El tercer hombre estaba aguardando en el aparcamiento. Luego llegó un coche que los iluminó con los faros, y vi las caras de los tres porque miraron hacia él. No conocía a ninguno de ellos, pero puedo describirlos.

—Tú sólo ten los detalles claros en tu mente y no los dejes escapar. —Jungkook le tocó la mano—. Todo saldrá bien.

—Lo sé. —Nam consiguió sonreír—. Se lo has prometido a mi madre.

Llegaron al edificio que albergaba las oficinas de Investigaciones y Patrullas del Sheriff de Madison County a las nueve y media. Era una construcción de dos plantas, al estilo de la década de 1960, de ladrillo amarillo en la parte inferior y cemento en la parte de arriba, con ventanas verticales, largas y estrechas. El letrero decía Edificio de Investigación Forense. También estaban dentro los departamentos de ciencias forenses y de seguridad pública.

—Vaya —dijo Nam—. Debería haberme imaginado que iba a ser aquí.

Jungkook pareció desconcertado.

—¿Porqué?

Él se volvió y señaló.

—Porque acabas de pasar frente a una tienda de rosquillas Krispy Kreme.

—Hazme un favor —dijo Jungkook—. No se lo menciones a ellos.

Se guardó el teléfono móvil en el bolsillo y a continuación recogió toda la parafernalia de Midas mientras Nam sacaba al cachorro del coche y lo depositaba sobre un pequeño parterre de hierba. El perrito se agachó obediente, Nam lo elogió, y él se puso a hacer cabriolas a sus pies, corno si supiera que se había portado muy bien. Sin embargo, la correa no le gustó, y la capturó con la boca. Cada pocos pasos se detenía y forcejeaba con ella. Por fin Nam lo levantó del suelo y lo llevó recostado contra su hombro como si fuera un bebé. Contento, el cachorro le lamió la barbilla.

Apenas entraron en el edificio cuando una funcionaria les dijo: —No pueden entrar aquí con el perro.

Nam inmediatamente volvió a salir y esperó. Como no deseaba dejarlo solo allí fuera, aunque estaba seguro de que no los habían seguido, Jungkook le dijo a la funcionaria:

—Por favor, llame al detective Morrison y dígale que está aquí el jefe Jeon con el testigo —y salió también a esperar junto a Nam.

El calor del verano ya se dejaba notar, y la humedad era tan alta que el aire resultaba pesado y denso. Pero de todos modos Nam levantó el rostro hacia la luz del sol, como si tuviera necesidad de ella. No dijeron nada, se limitaron a esperar hasta que salió el detective Morrison con una expresión perpleja en su oscuro semblante.

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