Final

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Evelyn y tía Jo se habían superado a sí mismas con la cena del domingo, una especie de celebración para Nam y Jungkook.

La semana antes había habido otra cena en Gatlinburg, justo después de la boda, pero había tenido lugar en un restaurante, de modo que no contaba. Ahora la mesa protestaba bajo el peso de toda aquella comida. La familia entera se encontraba allí, además de Jimin y su amigo, al cual Nam reconoció asombrado.

Midas paseaba debajo de la mesa, lo localizó sin equivocarse por el olor, y se desplomó a sus pies. Su lengüecilla le lamió los tobillos, y Nam se asomó por debajo del mantel para ver qué hacía. Mostraba la típica mirada de sueño que significaba que se estaba preparando para echar una siesta.

Había quedado extenuado después de saludar a tantas personas distintas, y por supuesto había tenido que jugar un poco con cada una de ellas antes de pasar a la siguiente.

Tan sólo unas pocas semanas antes Nam se sentía deprimido por lo vacía que estaba su vida, y ahora se hallaba rebosante. Su familia siempre había estado allí, por supuesto, pero había encontrado varios amigos muy queridos, tenía a Midas... y además estaba Jungkook.

 ¿Cómo pudo pensar alguna vez que los tíos cachas no eran su tipo? Aquel tío cachas en particular era justo lo que necesitaba. Siempre le había parecido tan duro, con aquel cabello  tan corto, los anchos hombros y el cuello tan grueso, además de aquel contoneo tan engreído que tenía al andar, como un individuo que acaparase todo el espacio que le correspondía y algo más. Seguía agobiándolo, en la cama y fuera de ella, pero había aprendido a adaptarse. Si Jungkook ocupaba más de su mitad de la cama, a Nam no le quedaba otro remedio que dormir encima de él, así que si últimamente Jungkook no dormía lo suficiente, era culpa suya.

Nam se sentía casi incandescente de alegría. Estaba estupefacto ante la posibilidad de que pudiera haberse quedado embarazado tan pronto, pero es que Jungkook se había esforzado mucho en cumplir con su deber. Cuando se fueron de casa de su madre, salieron con la intención de comprar una prueba de embarazo. Al día siguiente lo sabrían con seguridad.

Se imaginó a Jungkook jugando a la pelota con un fuerte pequeñín, y se le derritió el corazón. Luego se imaginó a una niña, toda hoyuelos y tirabuzones, acunada por los musculosos brazos de su padre, y se estremeció de placer.

Pero con independencia de lo que viniera, había pedido a Jimin que lo ayudase a decorar la habitación del bebé, porque tenía un gusto excelente para la decoración de interiores. Y también deseaba pedirle que fuera el padrino del niño, aunque aquello tendría que hablarlo con Jungkook, porque podía ser que éste tuviera otro amigo en mente.

Jimin hizo un comentario sobre el mantel de encaje y le preguntó a la madre de Nam si sabía qué antigüedad tenía.

Nam ladeó la cabeza y lo estudió. Iba tan pulcramente vestido como siempre, aquel día llevaba una camisa blanca de seda y unos pantalones de color verde oscuro con vuelta, junto con un estrecho cinturón negro ajustado a la cintura.

Bajo la mesa, la pierna de Jungkook le rozó la suya, como si no pudiera soportar estar más tiempo sin tocarlo. Él no le hizo caso, pues tenía la mirada fija en Jimin.

Jungkook reparó en qué estaba mirando, y de repente cambió de postura, nervioso.

—Nam... —empezó, pero ya era demasiado tarde. Su voz sonó alta y clara.

—Jimin, ¿sabes qué color es el bermellón?

Pillado con la guardia baja, Jimin se volvió hacia él con un gesto de sorpresa.

—Te lo estás inventando, ¿no? —barbotó.








Glenn Sykes llevaba ya casi un mes fuera del hospital cuando fue en coche a la casa de Temple Nolan, aunque el ex alcalde ya no vivía allí. Se encontraba en libertad condicional y supuestamente vivía en Scottsboro hasta que se celebrara el juicio, pero Sykes no hizo ningún esfuerzo por averiguar dónde. De momento, se estaba concentrando en estar vivo y en recuperar sus fuerzas.

Desde que le dispararon estaba de un humor extraño, aunque tal vez no fuera tan extraño. El hecho de haber estado a punto de morir lo hacía a uno cambiar de perspectiva, al menos temporalmente. Continuaba creyendo que había manejado las cosas del modo mejor posible para él, aunque se hubieran torcido al final, al aparecer Phillips.

Se permitió esbozar una fría sonrisa; todavía le gustaba pensar en el atinado disparo de Jeon.

Había otra persona que probablemente disfrutaría tanto como él al pensar en aquel tiro, y aquélla era la razón por la que se encontraba allí.

Llamó al timbre y aguardó. Oyó unas pisadas; a continuación Jennifer Nolan abrió la puerta. Pero no lo conocía, de modo que no abrió el pestillo de la puerta de rejilla.

—¿Sí?

Era una mujer muy hermosa, pensó Sykes, más que simplemente guapa. Había oído decir que había dejado de beber; tal vez fuera así, tal vez no, pero aquel día tenía los ojos despejados, aunque llenos de sombras.

—Soy Glenn Sykes —dijo.

Ella lo miró fijamente desde el otro lado de la rejilla, y él supo lo que estaba pensando: que había estado al servicio de su marido y conocía todos sus secretos sucios; probablemente sabría que Temple la había entregado a Phillips.

 —Vayase —dijo Jennifer, e hizo ademán de cerrar la puerta.

—No importa —repuso Sykes con suavidad. Ella se quedó petrificada, con la mano inmóvil sobre la puerta.

—¿Qué... qué es lo que no importa?

Su tono de voz era bajo y tenso.

—Lo que hiciera Phillips. No importa. No te tocó a ti, sólo tocó tu cuerpo.

Jennifer se revolvió con los ojos cargados de rabia.

—¡Sí, me tocó! Mató una parte de mí, así que no venga aquí a decirme lo que hizo o dejó de hacer.

Sykes se metió las manos en los bolsillos.

—¿Vas a dejarle ganar?

—No ha ganado. He ganado yo. Yo estoy aquí, y lo que queda de él irá a la cárcel, donde estoy segura de que se hará muy popular.

—¿Vas a dejarle ganar? —repitió Sykes con su mirada fría clavada en la de ella, y Jennifer titubeó.

Transcurrieron los segundos, como si careciera de fuerzas para cerrar la puerta y poner fin a aquello. Su respiración se volvió rápida y superficial.

—¿Para qué ha venido? —susurró.

—Porque me necesitas —repuso Skyes y Jennifer abrió la puerta.

Los Treinta y Cuatro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora