Jungkook regresó a Hillsboro, devolvió la camioneta a su dueño, comprobó que Nam se encontraba a salvo en la biblioteca y ocupó el resto del día en resolver la miríada de detalles que surgían a diario en un departamento de policía, aunque fuera uno pequeño. Salió de la oficina a la hora acostumbrada, fue a casa, cortó el césped para hacer un poco de tiempo, entró a darse una ducha y después llamó al teléfono de la oficina para cerciorarse de que Eva Fay se había ido a casa. A veces tenía la sensación que la secretaria se pasaba la noche allí, porque siempre estaba cuando llegaba él por la mañana, y por muy tarde que se marchara él, allí estaba ella. Como secretaria, resultaba bastante intimidatoria. Era tan buena en su trabajo que le habría encantado que la trasladaran a Nueva York, a ver qué milagro era capaz de hacer con algunos de los distritos de aquella ciudad.
No hubo respuesta en la oficina, de modo que podía regresar con plena seguridad. El coche lo tenía en el camino de entrada, a la vista de cualquiera que mirase. Dejó una luz encendida en la cocina, una lámpara en el dormitorio del piso de arriba y otra en el cuarto de estar. La televisión emitía un ruido de fondo, por si alguien se ponía a escuchar.
No había razón alguna para que nadie vigilara su casa, al menos mientras el que iba detrás de Nam no se enterase de su relación con él, pero no deseaba correr riesgos.
Al anochecer, cogió unas cuantas cosas que pensó que podría necesitar y se las guardó en los bolsillos. Vestido con vaqueros, una camiseta negra y otra gorra —ésta de color negro liso—, salió por la puerta trasera y fue andando hasta el departamento de policía. A aquella hora del día casi todo el mundo se había retirado a su casa.
Su sargento de recepción del segundo turno, Scott Wylie, levantó la vista sorprendido al ver entrar a Jungkook por la puerta de atrás, que era por donde entraban todos los agentes. Era una noche tranquila, no había nadie en la comisaría, por eso Wylie ni siquiera intentó esconder la revista de pesca que estaba leyendo. Jungkook había ascendido por el escalafón, así que sabía bien lo que era trabajar en turnos largos y aburridos, y nunca echaba broncas a sus hombres acerca de lo que leían.
—¡Jefe! ¿Sucede algo?
Jungkook sonrió.
—Se me ha ocurrido pasar aquí la noche para averiguar a qué hora viene a trabajar Eva Fay.
El sargento se echó a reír.
—Buena suerte. Eva Fay tiene un sexto sentido para esas cosas; es probable que llame para decir que está enferma.
—Voy a estar un rato en mi despacho organizando papeles. Iba a hacerlo mañana, pero me ha surgido otra cosa.
—Muy bien.
Wylie volvió a su revista y Jungkook atravesó las puertas de cristal para pasar a la zona de oficinas del edificio.
El despacho de Jungkook se encontraba en la segunda planta, frente a la calle. Entró y encendió la lámpara de su mesa, esparció unos papeles para que pareciera que había estado trabajando —sólo por si aparecía alguien, cosa que dudaba— y acto seguido sacó una llave del cajón y bajó sin hacer ruido al sótano, donde había un corto túnel que unía el departamento de policía con el ayuntamiento. El túnel se utilizaba para transportar presos del calabozo al tribunal para juzgarlos, y estaba cerrado con llave por ambos extremos. Jungkook tenía una llave, el sargento de recepción otra, y el ayudante del alcalde otra más, pero a éste último se la quitaron cuando se descubrió que se dedicaba a proporcionar visitas turísticas de aquel lugar a sus novias.
Abrió la puerta situada en el lado del departamento de policía y cuando estuvo en el túnel volvió a cerrarla, una vez más, sólo por si acaso. Aquel sitio estaba oscuro como una tumba, pero llevaba una linterna de bolsillo que arrojaba un delgado haz de luz muy potente. Abrió la puerta del otro extremo pero no volvió a cerrarla, porque se suponía que en el ayuntamiento no había nadie después de las cinco de la tarde. El sótano se hallaba silencioso y oscuro, tal como debía estar.

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Los Treinta y Cuatro
FanfictionEsta historia es solo una adaptación realizada solo con fines de entretenimiento. Todos los derechos pertenecen a el autor de dicha obra.