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Nadine dudó ante la puerta del despacho de Temple, con la indecisión pintada en el rostro. Él levantó la vista, irritado.

Había estado todo el día nervioso, aguardando a tener noticias de Sykes, preguntándose si ya habría cumplido su misión. La llamada telefónica del señor Phillips tampoco había sido precisamente agradable. Las personas que decepcionaban o entraban en conflicto con Elton Phillips acababan muertas. Si Sykes no tenía éxito aquella vez, Temple sabía que tendría que hacer algo para aplacar a Phillips. Matar a Sykes, tal vez. La perspectiva de matar a Sykes lo preocupó, porque Glenn Sykes no era ningún idiota, y no se dejaría fácilmente matar.

Nadine continuaba de pie en la puerta, y Temple le espetó:

—Por el amor de Dios, Nadine, ¿qué pasa?

La muchacha parecía perpleja por aquella súbita irritabilidad. Temple casi nunca se permitía perder los estribos; no era bueno para su imagen. Sin embargo, aquel día tenía otras cosas de que preocuparse, además de su maldita imagen.

Nadine se retorció las manos.

—Nunca he dicho nada. Pienso que las líneas privadas de las personas son precisamente eso, privadas. Pero creo que debe saber lo que ha hecho hoy la señora Nolan.

Dios, ahora no. Temple se tapó los ojos y los masajeó para aliviar el dolor que lo acosaba bajo las cejas.

 —Jennifer tiene... problemas —consiguió decir, lo mismo que había dicho tantas veces en el pasado para suscitar compasión. Era su respuesta comodín, así no tenía que pensarla.

—Sí, señor, lo sé.

Al ver que Nadine no proseguía, Temple lanzó un suspiro, pues se dio cuenta de que preguntarle en vez de decir lo que quería decir en realidad: que le importaba un pimiento lo que hiciera aquella bruja, y que esperaba que chocara contra un poste de la luz y se electrocutara.

—¿Qué ha hecho esta vez? —Aquélla era otra respuesta comodín, que ponía de manifiesto su paciencia y su cansancio.

Ahora que él le había preguntado, Nadine lo escupió todo como si no pudiera contenerlo más tiempo.

—Ha llamado a la biblioteca y le ha dicho a Kendra Owens que usted está intentando que maten a Kim Namjoon.

—¿Cómo? —Temple se levantó de la silla de golpe, con el rostro desprovisto de todo color. Le temblaron las rodillas a causa de la impresión, y tuvo que agarrarse al borde de la mesa. Dios mío. Oh, Dios mío. Se acordó de la repentina sensación de inquietud que había experimentado aquella mañana y que lo obligó a averiguar qué estaba haciendo Jennifer. La muy perra había estado escuchando por la extensión de su dormitorio. El señor Phillips lo mataría. En sentido literal.

—Kendra no se lo ha tomado en serio, naturalmente, pero le preocupa que la señora Nolan pueda hacer algo, ya sabe, alguna locura, de modo que ha llamado al departamento de policía y ha dado parte de ello.

—¡Jodida puta! —exclamó Temple con vehemencia, y no supo si se refería a Jennifer o a Kendra, o a las dos.

Nadine dio un paso atrás, más que ofendida por aquel lenguaje.

—He pensado que usted debería saberlo —dijo un poco rígida, y cerró con brusquedad la puerta que unía ambos despachos.

Con mano temblorosa, Temple cogió su línea privada y marcó el número de Sykes. Al cabo de seis timbrazos, devolvió el auricular a su sitio. Sykes no estaba en casa, por supuesto; estaba esperando a seguir a Namjoon al salir del trabajo. Tras la estúpida llamada de Jennifer, si Namjoon hubiera desaparecido después del almuerzo, el departamento de policía habría estado en alerta total, buscándolo, así que la falta de acción significaba que aún no había ocurrido nada. Tenía que dar con Sykes y decirle que abortase todo aquel asunto. Si ahora le sucediera algo a Namjoon, él, Temple, sería el número uno de la lista de sospechosos.

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