Dao y Gùn

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Era una noche lluviosa, estaba en la cueva de la marmota, esperando que parara de llover tan fuerte. Las gotas de agua al caer al suelo aún dejaban surcos algo hondos en el barro. Después de pensar en mis cosas, decido irme, pero me echaba para atrás que estuviera lloviendo tanto. Como no tenía mucha prisa, pasé la noche en la cueva. Al día siguiente, me desperté y el cielo estaba tan azul que parecía mentira. De repente, un aire salió del fondo de la cueva. Me quedé parado unos segundos, pero como me podía más la curiosidad que el miedo, me adentré en la cueva. Estaba todo oscuro, hasta que un fino hilo de luz entró por una abertura en la roca de la cueva.

Ahí estaba una espada y un bastón. La espada es un Dao, un tipo de espada de un solo filo con una hoja curva, utilizada principalmente por los militares y en las artes marciales. Parecía recién forjada, el mango tenía inscripciones y el filo estaba demasiado afilado para este tipo de espadas; era una maravilla. El bastón es un Gùn, o gùn, es un arma simple pero efectiva que se utiliza en una variedad de estilos de artes marciales chinas. Puede ser de longitud variable y está hecho de madera, bambú o metal. Pero ese Gùn estaba hecho de un metal estaño de color lila. Cojo las armas y salgo de la cueva, dirigiéndome al este. Allí hay un Dojo que es de mi tío, y puede ayudarme.

Llego a la ciudad y la gente empieza como a ignorar que estoy aquí, otros agachan la cabeza y siguen su camino. Le pregunto a un anciano que está sentado en un banco en la plaza en frente de una fuente. El anciano está mirando a la nada, parece que está más para allá que otra cosa, le toco el hombro y el anciano abre el ojo. 

— ¿No ves que estoy meditando? —dijo el anciano cabreado. 

— Lo siento, no fue mi intención. 

Dejo que siga meditando y doy media vuelta. Al tercer paso, el anciano dice: 

— ¿Dónde conseguiste el Dao y el Gùn? 

— Pues me los dio mi tío. 

— Ah, tu tío, vale. Espero que sepas usarlos. 

— ¿Por qué? 

— Nunca se sabe, las calles últimamente están un poco "locas". 

— Lo tendré en cuenta, gracias. 

El anciano piensa que ese chico no durará mucho vivo. Antes de llegar al Dojo de mi tío, unos cuantos chicos me hacen un corro. 

— Vaya manera más rara tenéis aquí de recibir a la gente de fuera.

Los hombres se me acercan uno a uno, y como si el Gùn tuviera vida propia, empieza a dar golpes certeros. Era una maravilla visual. Parece que estaban bailando. Los hombres en el suelo se van marchando como pueden. Entro en el Dojo y veo a mi tío meditando. Espero en la sala de visitas hasta que acabe de meditar. 

— Hola Jao, ¿qué tal tu madre? 

— Bien, tío. Mira esto, tío —enseñándole las armas, todo orgulloso. 

— ¿De dónde las sacaste? ¿Las robaste? 

— No, no. Las encontré en la cueva de la marmota. 

— ¿Allí? ¿Estás seguro? 

— Sí, ¿por? 
El tío se queda pensando un instante. 

— Sabes que van a venir a por ellas, ¿no? 

— ¿Quiénes? ¿Y por qué? 
El clan de los Mitsubishi llega con más de cien hombres. Jao estaba un poco asustado al ver tanta gente. El líder del clan de los Mitsubishi dice: 

— Si no bajáis, quemamos el Dojo.

El tío de Jao baja, y detrás de él, Jao se pone en guardia. Empiezan a correr hacia ellos cientos de hombres. El tío, maestro de maestros, puede con todos los que le hacen frente, y terminan pegándole. Eso enfurece a Jao y el Dao entiende el dolor de Jao y empieza a hacer movimientos exactos y mortales; en menos de veinte minutos solo queda Jao en pie. Y estas son las armas milenarias de las leyendas.

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