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El parque tenía dos entradas, una de cada lado de la ciudad, estaba el pasto verde y algunos árboles, las banquitas, y un camino empedrado qué conectaba ambas entradas qué eran marcadas por rejas gigantescas.

No había ni un alma en el parque, a excepción de dos pajaritos, uno azul y el otro gris, que trinaban, cantaban una melodía mientras revoloteaban cerca uno del otro. El Sol se empezaba a ocultar, y las leves gotitas de agua por la lluvia del día anterior, eran cada vez menos, ya casi invisibles en las mesas y bien mimetizadas con la humedad del pasto.

A las cinco con veintiun minutos y cincuenta y siete segundos, un rubio apareció por la entrada del Norte, buscando con la mirada a cualquier persona que pudiera haber ahí, con la respiración agitada, su pecho subía y bajaba de lo rápido que había corrido, y sus mejillas estaban algo rojas por el calor que había sentido de la carrera que tuvo de su casa hasta ese lugar.
Sintió ansiedad al no ver a nadie de primer momento, mordió su labio, sintiendo un gran estrés de no saber por dónde podría estar, llevó sus manos a su cabello de inmediato, como siempre que se sentía presionado o nervioso hacía.

No pasaron ni diez segundos cuando, las cinco con veintidos minutos, apareció por la entrada del este un peliverde con la respiración igual de movida, y con el rostro oscurecido, jadeando, en busca de algo.
Se sostuvo de la entrada de metal, y levantó la mirada, chocando de inmediato con una azul a la lejanía, un cuerpo precioso y un cabello rubio y húmedo, sintió su corazón dar un vuelco, y sin importarle el cansancio de su cuerpo, volvió a correr, estirando un brazo como si deseara poder tenerlo a su lado lo más rápido posible.

El rubio, al verlo igual, sintió como un nudo se formaba en su garganta y se deshacía a la vez, empezó a correr hacia la dirección a la que iba el peliverde, buscando estar cerca de él, queriendo llorar por haberlo encontrado, sintiendo mil y un cosas y sabiendo que la única manera de alejar todos esos sabores horribles de boca sería estar en sus brazos.

Llegaron al centro corriendo y Zoro por fin pudo tomar el hombro del rubio, Sanji casi da un salto para llegar a Zoro. El impulso de los dos fue tal, que cuando se abrazaron dieron una vuelta para poder frenar.

El peliverde cerró sus ojos y apretó al rubio en su abrazo, se veía pequeño por la espalda tan ancha que tenía Zoro, y el tomó de la cintura, aferrándose a él, sin querer soltarlo.
Sanji se colgó en su cuello y ocultó su rostro en el hombro de Zoro, cerrando sus ojos y sintiendo como todas sus preocupaciones se esfumaban instantáneamente solo por estar así con él.

Su abrazo duró un minuto.

Zoro podía oler ese perfume que lo volvía loco, olía a vainilla, era muy dulce, y aunque a él no le agradaba para nada lo acaramelado, el aroma del rubio le encantaba, porque si, era fino y melozo, pero también era potente y amargo, pues el aroma del cigarro siempre estaba impregnado en sus ropas, dándole un toque más tosco que le encantaba al peliverde. Sabía que podía estar en sus brazos todo el día y jamás se cansaría de ese olor.
Sanji no se fijo tanto en el aroma de Zoro, él se concentró en su tacto, sus manos rasposas tomándolo con fuerza de la cintura, su cuello tan suave al que tenía el placer de estar aferrado, su pecho que subía y bajaba mientras recuperaba el aliento, y su suave mejilla qué se recargaba en su cabello. Sanji sabía bien que el moreno no era un dulce, que él era un hombre fuerte y rudo... Pero de algún modo, su tacto era gentil; adoraba sentir sus brazos rodeándolo, porque sentía que no estaba solo en el mundo.

—¿Estás bien? — preguntaron al mismo tiempo, y obviamente se sorprendieron por pensar exactamente en lo mismo y se separaron un poco pero sin soltarse — ¿Qué?

Sanji frunció el ceño y esta vez si se separó de Zoro, sintiendo como su cuerpo temblaba por alejarse del contacto del mayor y como repentinamente el calor que le proporcionaba se había ido, como el frío viento golpeaba sus brazos desnudos.
—No, a ver... Nami me dijo que estabas en problemas yo... Vine a ayudarte.

—¿Qué? A mi Luffy me dijo que habías tendió un accidente y yo vine a ayudarte — corrigió el moreno.

Pasaron unos segundos hasta que los dos suspiraron, cerraron los ojos comprendiendo lo que había pasado.

—Usopp — dijeron al unísono, reconociendo los toques del narizón en todo el maquiavelo plan, las mentiras, la trampa... Todo había sido para juntarlos y hacerlos ver lo mucho que se extrañaban, lo necesitados que estaban de la piel del otro, de su cariño.

—Ese desgraciado — dijo Sanji con media sonrisa y sacando un cigarro de su bolsillo y luego ese encendedor dorado en el que tanto había pensado Zoro últimamente.

—Definitivamente fue él — suspiró —. Bueno... Al menos no tuve que partirle la cara a nadie — dijo frotando su cabeza, pensando que no importaba que hubiera sido una trampa o una mentira, Sanji se había preocupado por él y había llegado corriendo.

—Igual... No tuve que llevarte a un hospital — soltó el humo el rubio, el sintiendo su corazón danzar, sabía que Zoro se había deshecho de su teléfono, y para ser él, había sido increíble que no se perdiera, demostraba lo comprometido que estaba con querer ayudarlo, demostraba su preocupación —Bueno... — dijo pasando una mano por su cabeza — me... Alegra que estés bien.

—Si, si... Igual — respondió el peliverde mirando al suelo, notando que ambos habían perdido en ese momento, ambos habían dejado el orgullo de lado con tal de querer ayudar o "salvar" al otro... Siendo consciente de que se habían abrazado como tenía tanto que no lo hacían...

Sanji asintió e incómodamente dio la vuelta y empezó a caminar hacia la entrada por la que había llegado, sintiendo que no quería irse, pero sabiendo que debía de, no había sido nada malo... Era una trampa, sólo eso... Pero, se detuvo al escuchar como le llamaban.

—Cocinero — se frenó en seco —, oye... — Zoro se acercó y le tomó del brazo, lo soltó al instante—, bueno... No quiero que tengas un accidente como el que me dijo el idiota de Luffy... ¿Te acompaño a tu casa? — peguntó mirándolo a los ojos, sin miedo, sabiendo que no importaba lo que respondiera el rubio, no se iba a arrepentir.

Sanji soltó una pequeña risa y su sonrisa apareció en su rostro, haciendo a Zoro sentir mil y un mariposas, su corazón cálido... Tanto sin ver esa maldita sonrisa, esa tan sincera y dulce dedicada a él.
—¿Tu me vas a acompañar a mi casa? ¿Y quién te va a acompañar a ti? ¿Si sabes volver? ¿Y si te pierdes? — bromeó mirándolo del mismo modo cariñoso que Zoro usabas para verlo.

El peliverde esbozó una sonrisa.
—Yo no me pierdo, cocinero — dijo el peliverde haciendo que de inmediato los ojos del rubio se agrandaran, conociendo perfectamente lo que diría a continuación —. Los caminos se mueven —completó con una sonrisa fina.

Sanji sonrió totalmente, dejando que su corazón también lo hiciera por ver la de Zoro, y sabiendo perfectamente el diálogo que tenía el peliverde cada vez que Sanji se burlaba de eso.
—Claro, marimo — le respondió, y esta vez fue Zoro quien abrió un poco más los ojos. Había dicho que odiaba ese apodo, pero, escucharlo de nuevo, por alguna razón lo había hecho muy feliz.

Zoro relamió sus labios y luego miró al rubio de nuevo.
—Ten cuidado, entonces — dijo sabiendo que cada uno iría por su lado.

—Bueno... No estaría mal que me avises cuando llegues — dijo el rubio con una sonrisa apenas visible —, si es que lo logras — esta vez se ensanchó.

—Muy divertido — contestó con un tono sarcástico el moreno, pero con una sonrisa que marcó uno de sus hoyuelos. Sanji sintió su corazón vibrar por verlo así otra vez...

Y cada uno se fue por donde vino, y por alguna razón, toda la tristeza que habían estado sintiendo, se vio desaparecida, llenando su corazón de un sentimiento de... Paz.

Estúpido Romance Donde viven las historias. Descúbrelo ahora