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El aroma a gasolina era el que llegaba a sus fosas nasales.

Se encontraba en un garaje, las padres eran de ladrillo rojo, no tan notorios por las miles de cosas que tenía colgadas.
Había un cuadro donde un hombre cargaba un pescado, un cuadro del mismo pescado; un perchero del que prendía muchas herramientas; utensilios de limpieza;  varios muebles con cajoncitos donde había más cosas para reparación y renovación; y, finalmente, un pequeño refrigerador.

Él estaba recargado en el mini congelador, con una cerveza en mano, parado realmente cerca de un contenedor que tenía gasolina.
A su lado, una mujer madura y guapa tenía en la mano una Margarita.
Ambos observaban atentos el Jeep azul marino qué estaba frente a ellos.

—¿Y cómo te sientes? —preguntó la mujer — ¿quieres que hablemos de ello, o prefieres cambiar el tema?

—No, Robin, está bien —respondió el hombre suspirando —. Me porté como un idiota esa tarde...

—¡Si que lo hiciste, Zoro-bro! — respondió una voz que llamó la atención de ambos de nuevo hacia el Jeep, de pronto, debajo de este, con gafas y lleno de aceite, apareció un hombre fornido y alto de cabello celeste —. Estuvo suuuuuuper grosero lo que le hiciste.

—Franky, cielo, tienes todo el rostro lleno de grasa —comentó la morena con una leve risita, acercándose a su marido y ofreciéndole una toalla.

—Gracias —respondió mirándola y tomando la toalla, ojos qué revelaban el profundo deseo y cariño que le tenía a la pelinegra —. En fin, debiste ser más considerado.

—¿Crees que no lo sé? Franky, me porté como un idiota... Soy el peor ex de todos los tiempos —suspiró —. Estoy seguro que él sabía que le lleve la estúpida caja para hacerlo sentir mal.

—Si, Sanji es perspicaz y te conoce bien. Debió pensar que lo hiciste como competición —inquirió la dama mientras le ofrecía un refresco del refrigerador a su marido.

—Además, estuvo muy sonriente todo el día, seguro que le afectó no verte y que lo primero que hicieras... Bueno...

—Lo sé, lo sé —suspiró el moreno —. Fui cero considerado —se frotó el rostro con una mano.

—Hey, no te preocupes, todos cometen errores, el paso está en aceptar que lo que hiciste estuvo mal.

—Gracias, Robin —Dijo el peliverde mirando a la morena, luego miró el suelo, sus dos amigos notaron qué seguía triste.

Zoro había ido a la casa de sus amigos Franky y Robin a desahogarse, creía que charlar sobre lo sucedido con alguien más le ayudaría a dejar de darle vueltas.
Se encontraban en el garaje del matrimonio, Zoro aparcó su moto afuera.

—¿Todo bien, Zoro, bro ? —preguntó Franky levantando una ceja.

—Él fue... —inició Zoro reuniendo todas sus fuerzas — Él fue a llevarme mis cosas al trabajo hace unos días.

—¿Qué? —preguntó el matrimonio al unísono —. Zoro... ¿Estás bien? — le preguntó la mujer poniendo su mano en el hombro del nombrado.

—Bro, cuando San dijo que te daría tus cosas no pensé que lo haría tan pronto — añadió el peliceleste consternado —, debió dolerle bastante qué tu lo hicieras.

—Lo sé, pero él... Me llevó los regalos que le hice alguna vez.

—Zoro... —Robin le ofreció un abrazo maternal qué Zoro no correspondió, pero dejo salir un largo suspiro, como si de verdad descansara en los brazos de la morena.

—Fui un idiota... Era lo último que me quedaba de él y... Pude haberlo hablado con él después, no debí...

—Zoro, deja de culparte —habló Franky —, y deja de darle vueltas. Sí, cometiste errores, pero la gente los comete todo el tiempo, ¿o me dirás que su relación fue perfecta siempre? —Zoro le miró y paso saliva —. ¿Sabías que los peces dorados tienen memoria de 10 segundos? Por eso son el animal más feliz del mundo — se acercó y puso una mano en el hombro del peliverde —, sé como uno de ellos, deja atrás el pasado, piensa en mejorar. Bro, eres super, y si lloras yo... —hizo un puchero qué les sacó una risa a los dos contrarios.

Zoro asintió con media sonrisa y miró a Robin a los ojos como agradecimiento silencioso.
Luego se sentó en un pequeño escalón que había ahí y le dio un trago a la cerveza qué tenía en mano.
Franky intentó cambiar el tema para aligerar la carga emocional que estaba teniendo Zoro, y esto funcionó, el peliverde se notó más relajado después de un rato, aunque en el fondo, seguía siendo un desastre.

Por su parte, Sanji estaba en el trabajo, dirigiendo el restaurante como sous-chef, su abuelo no se encontraba y él dirigía del mismo modo, con fuerza y energía mientras picaba algunos vegetales y cocía trozos de carne.
Como siempre, el Baratie, el restaurante más grande de la ciudad, era todo un desastre, pero, al igual, como era común, todos los clientes salían con una sonrisa y completa diversión en sus miradas.

Al terminar la jornada, Sanji se estiró hasta oír crujir su espalda y despidió a todos los cocineros y los pocos meseros que había, pues, la mayoría de estos siempre huían despavoridos del ambiente caótico del lugar.

El rubio esperó a que todos se fueran y encendió un cigarrillo mientras miraba la puerta de cristal de la entrada, como esperando que alguien entrara por ahí... Cerró sus ojos, y en la oscuridad de su imaginación pudo vislumbrar un moreno alto y atractivo, su mirada evocadora y su sonrisa sugerente, su cabellera verde... Esos músculos que se alcanzaban a notar aún sobre la camisa, y en sus manos un ramo de flores rojas, rosas, clásicas, románticas... Incluso, pudo escuchar el tintineo de sus tres aretes...

De pronto, sonó la campanilla que avisaba que alguien entró al restaurante.

Sanji abrió los ojos de inmediato, borrando esa imagen languida de su mente, con esperanza de que alguien hubiera creado ese sonido, y topandose con una ventana abierta que había dejado que un poco de viento moviera la camapana, por supuesto, con la puerta cerrada y nadie tras ella... La noche completamente solitaria.

El rubio suspiró y llevó el cigarro a su boca mientras observaba aquella puerta, escenario de su imaginación. Negó varias veces con la cabeza y se levantó para cerrar la ventana y salir del lugar, dando fin al largo día de trabajo.

Se subió al auto y prendió la radio, había canciones románticas, cambió varias veces, todo lo que había a esas horas de la noche eran baladas del mismo estilo. Harto, apagó el dispositivo y empezó a correr su auto, sin música, sin ruido... Y con un sentimiento de nostalgia atorados en su pecho.

Estúpido Romance Donde viven las historias. Descúbrelo ahora