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Habían pasado 25 días desde la ruptura, pos supuesto a ninguno de los dos le estaba sentando muy bien...

Sanji había disminuido la cantidad de cigarro que consumía, pero también había aumentado las horas de trabajo, básicamente, ahora vivía en el restaurante. Tenía unas ojeras enormes pero por más que los empleados le dijeran que se diera un respiro, él seguía ahí, con una sonrisa de falsedad total.
Sus amigos le habían dicho que saliera, pero él estabs ocupado atendiendo mesas y clientes, preparando platillo exquisitos y cocinando aperitivos.

Por otro lado, Zoro trabajaba lo normal, él no había aumentado de manera brutal su esfuerzo laboral, pero si había aumentado la cantidad de ejercicio que hacía, ya no era normal... Despertaba y hacia una rutina, iba a trabajar, iba al dojo donde solía entrenar, entrenaba fuera, y entrenaba a deshoras de la noche, bebía y bebía... Su alimentación tampoco era la más sana.

Ambos lucían aparentemente bien, dedicados a lo que amaban, el ejercicio y la cocina, sin embargo, las razones por las que se habían puesto tan enérgicos con sus pasiones... No eran precisamente las más propias. Eran un desastre emocional que cubrían con una máscara de dedicación.

Zoro esa tarde entrenaba arduo, levantaba pesas en el gimnasio qué tenía en casa, estaba sentado y miraba un punto fijo en la pared mientras hacía loos levantamientos. Usaba un pantalón negro de ejercicio únicamente, no llevaba nada arriba ni de zapatos; su piel brillaba por el sudor.
Tenía puestos los audífonos inalambricos, estos conectados a una computadora que tenía en el suelo a unos metros de él.

De pronto, la canción que empezó a sonar fue Carmín de León Larregui. En ese momento dejó caer la mancuerna en el suelo y respiró profundo cerrando sus ojos.

"No encuentro sentido amor

Yo sé que me extrañas

Que me alejes más de ti

Y que te hace falta mi calor"

-Canción de mierda.... - susurró poniendo sus manos en su rostro -. Te extraño tanto... Que me vuelvo gris... -Cantó un verso del coro, luego, suspiró pesadamente.

Se levantó y tomó una toalla que tenía cerca, se secó el sudor de la cara y luego la colocó en su hombro. Se puso en cuclillas para apagar la computadora y dejó los audífonos a lado.
Empezó a caminar hacia la ducha.

Ya ahí se desnudó totalmente y se metió a la regadera, se lavó el cuerpo y el cabello, cerraba los ojos por el jabón y el agua que resbalaba por su frente, pero, en esos momentos... En esos cortos instantes que no tenía con claridad las paredes del sanitario, en esos segundos que tenia los ojos cerrados, podía verlo a lo lejos... Podía escuchar su risa, podía escuchar ese apodo tan irritante que le había puesto... Podía...

-¡Carajo! - dijo en voz alta apretando los párpados, después abrió los ojos y miro hacia arriba, sin importarle que las gotas estamparan directamente con su rostro.

Cuando salió del baño se puso un pantalón y colocó la toalla en sus hombros para que las gotas que escurrían de su verde cabello no empapara nada. Se sentó en una orilla de su cama y se quedo mirando la entrada de la habitación, pasó saliva y al final suspiró largo, se lanzó a la cama, cayendo totalmente de espaldas y mirando el blanco techo.

-Te extraño tanto que me ahogo en aguas... De Carmín - susurró mirando el techo, luego negó con la cabeza y miró a un lado, ese espacio vacío de la cama que tenía constantemente esos últimos días -. Hijo de puta... - dijo sin apartar la mirada de ahí.

De pronto, sintió sus ojos arder, tenía la quijada apretada y los puños cerrados. Parpadeó un par de veces notando la pose en la que estaba y se incorporó, pasó sus dedos por debajo de sus ojos, descubriendo un poco de líquido brotando de ellos, miró sus dedos incredulo de lo que le estaba pasando. Negó varias veces nuevamente, pero sintió como ese líquido escurría esta vez del otro lado, dejando un rastro por su mejilla.
Sintió como el pecho se le estrujaba y soltó una risa.

-En verdad eres un hijo de puta... - dijo por último antes de levantarse para dirigirse a la cocicina de abajo, y de la nevera sacar una botella de sake para, directamente de la boquilla, darle un trago grande, dejando que el alcohol fuera el nuevo ardor de su garganta y no... Esa persona.

Después de 25 días Roronoa Zoro había soltado sus primeras lágrimas.

Y mientras Zoro se embriagaba para olvidar sus penas producidas por una estúpida canción que accidentalmente se había colado en las de su entrenamiento, un rubio de cejas de espiral llevaba varios costales de papas a un almacén detrás del restaurante más grande de la ciudad.

-Berenjena - le llamó una voz grave y rasposa -, deja ya tus mierdas y vete a dormir de una buena vez.

-Maldito anciano - respondió el blondo dejando caer el costal en el suelo, y mirando al adulto mayor que lo veía con los brazos cruzados, preocupado por su salud -, estoy de maravilla, deja de joder.

-Esas ojeras dicen lo contrario, ¡lárgate a descansar! -exclamó autoritario -, los costales ya los traerá alguien más.
Sanji chasqueó la lengua y pasó junto al mayor con irritación pero sabiendo que era una orden y no un ofrecimiento amistoso -. Mocoso - lo llamó antes de que Sanji estuviera lejos, y el nombrado se detuvo en seco para escucharlo -, no tienes que fingir más.

Sanji mordió su labio al entender que el mayor le pedía más sinceridad con sus sentimientos, pues no era sano el reprimirlos y esforzarse el triple en el trabajo, buscando olvidarse de todo.
Asintió y continuó su caminata, sintiendo como todos sus sentimientos se desbordaban de un momento a otro.

Al llegar al auto, se apresuró en sacar un cigarrillo y lo encendió, y fumando se dirigió a su casa, a lidiar con sus problemas en soledad, como ya llevaba un buen tiempo que hacía...

Ambos se estaban volviendo locos.

Sanji llegó a su casa, estaba harto de todas las cosas que le sucedían, los regalos de su abuelo, el restaurante, sus hermanos jodiendo, sus amigos preguntando como iba todo... No es que estuviera mal que todos los anteriores le preguntaban cómo se encontraba pero... ¡Lo odiaba! ¡Obvio que no estaba bien! ¿Cómo iba a estar bien tras perder al amor de su vida? Quería matarse, quería borrar rastro de toda su existencia, huir, dejar de sufrir por él... Sólo quería... Cinco minutos de paz...

Suspiró y negó con la cabeza.
-Ese bastardo... - dijo pensando en alguien en especifico, maldiciéndolo por el dolor que le causaba, sólo quería poder olvidarlo... -¿por qué me haces esto? - miró la fotografía que había abierto en su celular y se acostaba en su cama con el celular en mano, acomodado de lado y mirando la pantalla, esa foto del peliverde qué tanto le gustaba, esa foto donde el peliverde tenía mala cara, su camisa negra con algunos botones abiertos, y de fondo un festival al que habían ido -¿por qué?

Y, de repente, Sanji se notó tocándose a sí mismo por encima del pantalón. Suspiró pesadamente al notar que ya estaba duro.

-Nuestro último baile... - se dijo mientras bloqueaba el teléfono y cerraba los ojos, acomodándose totalmente boca arriba y esta vez filtrando su mano por debajo de su pantalón - el último - agregó apretando los párpados y los labios, y empezando a hacer leves movimientos con su mano sobre su miembro erecto -... Zoro... - suspiró al último poco antes de correrse, y con una lágrima brotando de su mejilla.

Cayó dormido.

Estúpido Romance Donde viven las historias. Descúbrelo ahora