Capítulo 4

1.1K 74 9
                                    

Sabrina Moore


Al otro lado de la cerca, la adrenalina me inunda y la culpa me susurra en los oídos, pero no puedo detenerme. Corro descalza hacia la calle, el pavimento frío y áspero rasgándome la planta de los pies. Mi respiración es frenética, cada inhalación se siente como una implosión de miedo y desesperación.

Nada. Solo autos lujosos pasan por esta zona de clase alta, indiferentes a mi presencia. Sin dinero, sin teléfono, apenas con el anillo de bodas que me dio Gabriel como única posesión de valor. Mis pantalones blancos están manchados de tierra y mi camisa azul está rota, desgarrada por el metal oxidado de la cerca. A simple vista, parezco una mujer recién asaltada, pero la verdad es mucho más oscura.

Un dolor sordo palpita en mi trasero, un recordatorio vívido de la intromisión de Christopher. El ardor me quema con cada movimiento, cada paso es una tortura. Me detengo por un segundo para tomar aire, el pecho me arde por el esfuerzo y el terror.

Regresar a la mansión no es una opción. No quiero otro balazo perforando mi piel, cicatrices nuevas en mi cuerpo ya marcado por la violencia.

—¿Ahora qué chingados hago? —murmuro con voz ansiosa, incapaz de procesar la situación.

He estado tanto tiempo cautiva que la libertad se siente extraña, como un sueño lejano. La ciudad es un caos desconocido; la gentrificación ha transformado las calles que alguna vez conocí. Ahora me siento como un pájaro sin alas, perdido en un lugar al que ya no pertenezco.

Entonces, escucho el sonido de llantas chirriando, el rugido de motores que se acercan a toda velocidad. Me agacho con rapidez y me escondo detrás de un coche rojo estacionado al borde de la acera. Mi corazón se detiene cuando reconozco la camioneta de Gabriel. Está aquí. La ira distorsiona sus facciones, y puedo escuchar su voz rabiosa incluso desde mi escondite.

—¡Sabrina! ¡Sal de una vez o te dejaré sin dientes! —grita, y su tono amenaza con me romper en mil pedazos.

Me tiro al suelo, apretando el rostro contra el cemento sucio, mientras rezo para que no me vea. Pero sus pasos se acercan, pesados y brutales. Pronto, un zapato golpea con fuerza mi cadera. El dolor explota en mi costado y un grito involuntario escapa de mis labios. Me tiene de nuevo.

—¡Levántate de ahí, hija de puta, o te levantaré a rastras! —su voz escupe odio, y siento el frío metálico de su pistola presionando mi nuca.

Mi respiración es tan frenética como los latidos en mi pecho. No sé si se atreverá a disparar o simplemente quiere someterme de nuevo. Estoy atrapada. Sin más opciones, me levanto con las manos en alto, temblando de pies a cabeza.

—Solo quería salir a tomar airecito —digo, mi voz entrecortada y rota, tratando de calmarlo.

—Cállate, te juro que esta vez estoy dispuesto a vaciarte la puta carga en la maldita cabeza.

Cada fibra de mi ser tiembla. Me siento pequeña, insignificante, vulnerable. Todo mi cuerpo suplica clemencia, pero sus ojos están oscuros, cegados por la furia.

—Muévete —ordena, apuntando con el arma a mi espalda.

Comienzo a caminar con lentitud hacia la camioneta. Hay tres hombres más alrededor del vehículo, observándome con la misma furia contenida que Gabriel. Reconozco esa mirada. La he visto tantas veces que ya no sé distinguir el desprecio del odio puro.

De repente, dos detonaciones estallan detrás de mí. El sonido de las balas es ensordecedor, y el peso de un cuerpo desplomándose contra el pavimento me paraliza. Mi respiración se corta. Giro sobre mis talones, esperando ver mi cuerpo perforado por el plomo, pero no. Gabriel yace en el suelo, inmóvil, su rostro blanco como la cal. La sangre se extiende por su cuello, y el terror me atenaza la garganta.

Esclava del engaño [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora