Capítulo 11

479 41 3
                                    

Sabrina Moore

Los esfuerzos que hice para deshacerme de George me lastimaron aún más, así que, después de despedirme de Bian, tuve que ir al médico para que me volvieran a enyesar. Me dijeron que necesitaré el yeso durante al menos tres semanas más. Pero al menos puedo valerme por mí misma.

La casa de Max es pequeña, alejada de la ciudad y bien protegida, pero solitaria. Hay árboles caídos fuera que obstruyen el paso de automóviles, por lo que tiene que rodear cuando llega.

Los ejercicios de respiración para sanar mis costillas son una tortura. Lloro frente a la fisiatra que contrató Maximiliano, quien sigue sin hablarme más que lo básico: "¿Ya comiste?", "¿Ya te duchaste?", "¿Has hecho tus ejercicios?". Luego, regresa al trabajo, dejándome con tiempo para pensar en quién debería ser mi próximo objetivo: ¿Gabriel, Cristopher, o tal vez Constanza y Alfredo?

Solo han pasado cuatro días desde que volamos de Austin, pero nuestra interacción sigue siendo casi nula. Es como si no estuviera aquí, y realmente tampoco tengo intención de acercarme demasiado a él después de mi encuentro íntimo con Bianca y descubrir que fueron esposos. Ni siquiera puedo imaginarme a ellos dos juntos; son tan diferentes, y para mi mala suerte, ambos me atraen hasta la médula.

Me gustaría saber cómo se conocieron, quién coqueteó primero, cómo fue su vida de matrimonio. Lo único que conozco sobre el tema es lo que viví con Gabriel y lo que tuve que soportar con Constanza. Aunque mi abuela me contaba de vez en cuando lo feliz que había sido su vida de casada tras treinta años de matrimonio.

Voy a vengarme de ellos, pero también lo haré por ti, abue.

Suspiro con algo de nostalgia. La extraño. Estoy olvidando poco a poco su voz, y me gustaría tener algo de ella. No sé si Constanza se deshizo de nuestras cosas. Mientras tanto, sigo leyendo la revista de farándula que Max me trajo para distraerme y me seco las lágrimas que apenas han salido.

Después de unos minutos de incomodidad por el estiramiento de mis brazos, dejo la revista en la cama. Mis muslos aún duelen por la presión que hice para romperle el cuello a George. Mis manos están más inútiles que de costumbre, y aquí no hay drogas. No hay televisión porque Maximiliano nunca está aquí; incluso los muebles están algo descuidados.

Son las ocho de la noche y Maximiliano suele llegar antes de las seis, sudoroso y un poco apestoso, pero siempre entra a verme antes de siquiera tomar agua.

Mi estómago está lleno, pero por alguna razón sigo teniendo hambre. Me levanto de la cama para ir al baño, pero al instante siento que todo da vueltas. El mareo es tan fuerte que caigo de regreso al colchón, haciéndome doler las costillas.

—¡Mierda! —espeto.

El mareo comenzó después de estar acostada todo el tiempo la primera semana. El doctor dijo que es normal, aunque siento que los síntomas empeoran.

Decidida a intentarlo de nuevo, me esfuerzo por levantarme otra vez, pero en cuanto pongo un pie fuera de la cama, el vértigo regresa con fuerza. Siento un nudo en el estómago y, sin poder evitarlo, me inclino hacia adelante y vomito en la cama.

El ácido quema mi garganta mientras la náusea me sacude, dejándome sin aliento. El olor agrio invade la habitación, y me desplomo, agotada y derrotada.

—No, no, no, puta madre —me quejo en el suelo mientras mis costillas arden por dentro por la fuerza que ejercí para devolver la comida.

No puedo aguantar más las ganas de orinar y el líquido caliente se escurre entre mis piernas. La vergüenza me invade, y trato de levantarme, pero en ese preciso momento la puerta se abre. Subo la mirada y mis mejillas arden de pena por mi estado.

ESCLAVA DEL ENGAÑO [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora