Capítulo 25

413 32 0
                                    

Sabrina Moore





Una camioneta negra, con tintados oscuros y cargada de hombres uniformados, se detiene frente a la salida del aeropuerto. La puerta se abre y, sin una palabra, me invitan a subir. Me encuentro rodeada por la mirada severa de los hombres armados, su presencia imponente y silenciosa.

Uno de ellos me coloca una venda en los ojos, y con un movimiento firme, me aseguran que no debo intentar mirar. La venda bloquea toda visión, sumiéndome en una oscuridad total que aumenta mi inquietud.

La camioneta arranca y empieza a moverse, sus ruedas crujientes sobre el asfalto. El viaje es largo y silencioso, interrumpido solo por el ocasional rugido del motor. Siento cada giro y bache en el camino, el movimiento de la camioneta y el sonido de la lluvia o el viento golpeando las ventanas que apenas puedo distinguir.

—Es linda, ¿no? —escucho un murmullo detrás de mi espalda, seguido por una risa burlona.

—Sí, ¿crees que acepte un trío? Dijo el jefe que se quedará viuda pronto —responde otro con desdén, como si no pudiera escucharlos.

Siento la necesidad de defenderme, de no permitir que jueguen con mi situación de esta manera. La vergüenza y el enfado me consumen, y me esfuerzo por mantener mi voz firme a pesar de la venda en los ojos:

—Soy lesbiana, me casé por dinero.

Un breve silencio sigue a mi declaración, y luego el murmullo cesa. Aunque no puedo ver sus reacciones, el cambio en el ambiente es palpable. La conversación se vuelve más tensa, y el foco se aleja de mí, dejándome en paz mientras el vehículo continúa su camino hacia la isla.

No sé cuánto tiempo pasa, tal vez más de una hora, pero el trayecto en la camioneta se vuelve cada vez más áspero y pedregoso. El vehículo se sacude con cada bache, y el rugido del motor se mezcla con el crujido de las piedras bajo las ruedas. Finalmente, la camioneta se detiene, y los hombres que me rodean bajan uno a uno, sus movimientos precisos y coordinados.

Uno de ellos se acerca a mí, me quita la venda y me ayuda a bajar del vehículo con cuidado. El suelo es irregular bajo mis pies, y puedo sentir el frescor del aire. Me guían a través de un sendero que serpentea entre la vegetación densa, el sonido de las hojas y ramas crujientes bajo nuestros pasos.

La vegetación se vuelve más frondosa a medida que avanzamos, y el ambiente es más húmedo. Finalmente, llegamos a una pequeña estructura escondida entre los árboles, una especie de cabaña de aspecto rudimentario.

Uno de los hombres abre la puerta y me hace un gesto para que entre. La cabaña está poco iluminada y el mobiliario es mínimo: una cama, una mesa y una silla. El lugar es austero, pero al menos ofrece refugio.

Dominique aparece poco después, con una expresión que detona preocupación.

—Aquí estarás por un tiempo —me informa—. Te daré un momento para que te acomodes.

Asiento con la cabeza, agradecida por la oportunidad de tener un breve respiro. Mientras Dominique se aleja para continuar con sus preparativos, me tomo un momento para respirar, tratando de adaptarme a mi nuevo entorno.

Dejo la mochila sobre la cama y me recuesto a un lado. La cama es cómoda, su colchón suave parece nuevo y, a pesar de la humedad de la isla, el olor a limpio es reconfortante. Me estiro con lentitud, notando que el dolor en mis costillas ha disminuido casi por completo.

Mientras me acomodo, cierro los ojos un momento para relajarme, intentando desconectar del ajetreo del viaje y del constante zumbido de ansiedad que acompaña mi misión. La calma relativa de la cabaña, el silencio interrumpido solo por el suave murmullo de la vegetación exterior, me ofrece un breve respiro antes de que empiece a enfrentar la realidad del plan que se desplegará.

Esclava del engaño [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora