Sabrina Moore
Al terminar de desayunar, Maximiliano me ayuda a meterme a la ducha. Lo hace con una paciencia que me conmueve y al mismo tiempo me incomoda. No quiero ser una carga, no para él. El agua caliente cae sobre mi piel, y el alivio es inmediato; la comezón de los yesos disminuye, y por un momento, cierro los ojos, dejando que el vapor me envuelva, intentando no pensar en nada. Pero mis pensamientos siempre regresan a Gabriel, como un anzuelo clavado en mi mente.
De alguna manera, lo extraño. Es extraño echar de menos a alguien que te ha hecho tanto daño, pero después de tantos años de sexo y excesos, parece que su ausencia ha dejado un vacío que no sé cómo llenar. Aún así, lo que no puedo entender es por qué tuvo que drogarme para conseguir lo que quería. Solo tenía que pedírmelo. Hubiera hecho cualquier cosa por él. Ese día, con mi necesidad latiendo como una herida abierta, seguro habría aceptado.
El agua sigue cayendo, arrastrando los pensamientos con su corriente, pero la sensación de traición persiste, como una sombra que no se disuelve. Siento las manos de Maximiliano sobre mi espalda, firmes y cuidadosas, y me doy cuenta de lo lejos que estoy de todo. De él. De Gabriel. Incluso de mí misma.
—¿En qué piensas, Sam? —pregunta Maximiliano, mientras pasa con suavidad una esponja por mi espalda.
—En que quisiera tener una familia, como las que salen en las películas —murmuro, con un tono cargado de nostalgia que no logro esconder.
Maximiliano se detiene un momento, tal vez sorprendido por la confesión, y luego continúa lavándome.
—Es un lindo pensamiento —dice, su voz llena de cuidado.
—Sí, lo es —replico, mientras una sonrisa se dibuja en mis labios—. Quiero tener una después de matarlos a todos.
Él se queda inmóvil, y en el pequeño espacio del baño, puedo sentir cómo su atención se centra por completo en mí.
—Mierda, Sam, ¿no vas a cambiar de opinión, verdad? —Su tono es de preocupación, pero hay un toque de resignación en él, como si ya supiera la respuesta.
Sacudo la cabeza lentamente, mis ojos fijos en un punto indeterminado de la pared.
—No. Quiero verlos muertos a todos. Solo así podré ser feliz.
El silencio que sigue es pesado, como un manto que se nos echa encima. Maximiliano no dice nada, pero siento su mirada clavada en mi nuca. No importa. La decisión está tomada.
—Voy a ayudarte a hacerlo —afirma tras un silencio que se siente eterno, su voz firme, casi desafiante.
—No necesito tu ayuda. No es tu asunto —murmuro entre dientes, mi tono lleno de veneno.
En un movimiento rápido, me voltea hacia él, sujetándome con firmeza por la mandíbula y me obliga a mirarlo a los ojos. Su mirada es intensa, decidida, y antes de que pueda protestar, presiona sus labios contra los míos. El beso es breve, duro, como una declaración.
—Voy a hacerlo —repite, su rostro a centímetros del mío—. No estaba buscando tu aprobación.
Siento el calor de su aliento, la determinación en su voz. Hay una parte de mí que quiere gritarle, empujarlo, decirle que esto no es su batalla. Pero la otra parte, me encanta que se comporte dominante, aunque me gusta llevar el control.
Maximiliano mantiene su mirada fija en la mía, sus dedos aún sosteniéndome la mandíbula, firmes pero no dolorosos. El beso anterior ha dejado un rastro de calor en mis labios, y siento su respiración entrecortada mientras su mano se desliza suavemente por mi cuello, bajando por mi hombro hasta detenerse en mi cintura.
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Esclava del engaño [Borrador]
Mystery / ThrillerSamantha es el resultado de un abuso, y desde temprana edad ha conocido el odio de su madre. Su frustración se intensifica cuando su madre se entera de su preferencias por las mujeres, lo que la hace sentir insegura y rechazada. Los maltratos físico...