Capítulo 10

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Sabrina Moore


Me despierto a la misma hora cada mañana, con una sensación de malestar que me recorre el cuerpo. Lo sé, alguien me está observando. Lo siento en la oscuridad, en la forma en que el aire parece volverse pesado a mi alrededor. Es él. George. Me acecha como si fuera su presa.

Cada noche, se acerca más, hasta que finalmente sus labios tocan los míos. Sus manos recorren mi cuerpo, se deslizan sobre mis senos, como si tuviera todo el derecho de hacerlo. No puedo hacer nada, no puedo moverme, ni gritar, ni siquiera llorar; estoy atrapada en este cuerpo inmóvil, mientras él toma lo que quiere y luego se va, satisfecho, dejándome con la sensación de suciedad y rabia ardiendo dentro de mí.

Es hora. Puedo escuchar sus pasos rápidos resonando en el pasillo, una anticipación enfermiza que me eriza la piel. La puerta de la habitación de Bianca se abre primero, emitiendo un pequeño rechinado, seguido por un silencio que me asfixia. Luego, la mía se abre, y el sonido de la manija girando me acelera la respiración. Mis costillas rotas duelen con cada inhalación, intensificando mi ansiedad.

El yeso en mis brazos me mantiene recta sobre la cama, inmovilizada, vulnerable. No tengo forma de defenderme, solo puedo esperar lo inevitable.

Sus fríos labios rozan los míos, y, con un nudo en la garganta, le sigo el beso, sabiendo lo que vendrá si no lo hago. Su boca se vuelve más intensa, más urgente, mientras la rabia y la impotencia me recorren. Puedo sentir su excitación a través de sus gemidos, mientras sus manos se deslizan sobre mis senos, apretándolos con una familiaridad que me enferma. Las lágrimas caen silenciosamente por mis sienes, mientras me repito que esto, al menos, pronto terminará.

—Me encanta cuando cooperas —susurra contra mis labios.

Es la primera vez que pronuncia una palabra en estas últimas tres semanas.

—Ya vete —logro formular—, ya tienes lo que quieres.

Suelto un quejido de dolor cuando sus manos vuelven a apretar mis senos, mis costillas aún están fracturadas. Me arrepiento tanto de haberme lanzado de esa ventana.

—Las vi rebotando en un delicioso video —jadea, su respiración pesada rozando mi oído—, ¿Sabrina, cierto?

Maldita sea. Maldita sea.

El pánico se apodera de mí, mi respiración se acelera mientras trato de encontrar alguna forma de escapar, alguna manera de detenerlo. No puedo permitir que siga, no quiero que vuelva a besarme, no quiero que sus manos sigan recorriendo mi cuerpo. Sé que no se detendrá, no después de lo que ha visto.

—Ahora que sabes quién soy, quiero que me hagas tuya —susurro, ignorando el dolor que atraviesa cada palabra.

Una sonrisa se extiende por su rostro mientras acaricia mis mejillas, que están rojas de miedo y rabia contenida. Solo hay una forma de acabar con esto, y si no funciona, seré yo quien termine mal.

Lo veo dudar por un momento, sus ojos oscilando entre la desconfianza y el deseo, hasta que finalmente cede. Su cuerpo se inclina sobre el mío, arrancándome un quejido involuntario mientras su peso presiona mis costillas fracturadas. Apenas ha despegado sus manos de mi pecho, pero incluso el roce más leve es una agonía.

—Prométeme que este será nuestro secreto —susurra en mi oído. Asiento con la cabeza, incapaz de hablar sin que mi voz traicione el pánico que siento—. Bien.

Trato de mantener la calma mientras sus labios recorren mi piel, mordiendo y besando cada centímetro. Tiemblo con cada toque, con cada caricia que se siente como una tortura.

Esclava del engaño [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora