Capítulo 14

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Sabrina Moore


Han pasado las primeras horas desde que empecé el procedimiento para interrumpir el embarazo, y mi cuerpo se siente débil, casi quebradizo. Cada fibra de mi ser parece arder con una fiebre que no cede, y las náuseas van y vienen en oleadas, arrastrándome al borde del vómito. Sin los yesos, es más fácil correr al baño cuando el sangrado comienza, pero el dolor es intenso, un fuego que se extiende desde mi vientre hasta mi espalda baja.

Cada vez que me doblo sobre el inodoro, siento que mi cuerpo se desgarra por dentro. Aun así, trato de concentrarme en mi respiración, inhalando profundamente y exhalando con lentitud, intentando mantener la calma en medio del caos. Maximiliano se mantiene cerca, silencioso, observando con una preocupación que no logra esconder del todo.

—¿Quieres que llame al doctor? —pregunta en voz baja, como si temiera que cualquier sonido fuerte pudiera romperme en pedazos.

Niego con la cabeza, sin energía para articular palabras. Estoy demasiado cansada para hablar, para explicar que este dolor es solo una parte del proceso, que aunque cada punzada me haga sentir como si estuviera al borde de la locura, sé que es necesario. No hay vuelta atrás, no ahora.

—Necesito que me dejes sola —logro decir entre jadeos—. Por favor, Max, déjame sola un momento.

Veo la vacilación en su rostro, la lucha interna por querer ayudarme y respetar mi petición. Finalmente, asiente con un ligero movimiento y se dirige a la puerta.

—Estaré aquí, justo afuera. Si necesitas algo, solo llámame —dice antes de salir, cerrando la puerta con suavidad detrás de él.

Me dejo caer en el suelo del baño, con la espalda apoyada contra la pared fría. El suelo de baldosas se siente duro y real bajo mi cuerpo debilitado. Sé que lo que estoy haciendo es lo correcto para mí, aunque la culpa trate de envenenar mis pensamientos. No voy a dejar que me consuma, no voy a dejar que me atrape.

Cierro los ojos y dejo que el dolor me atraviese, dejando que las lágrimas caigan por mis mejillas en silencio. Cada gota es un testimonio de lo que estoy perdiendo, de lo que nunca quise tener. De lo que estoy decidida a dejar atrás.

Solo tengo que esperar a que salga el producto... solo eso. Me repito a mí misma mientras me envuelvo en la sensación de vacío, tratando de desconectar mi mente del dolor que punza en mi abdomen. Siento el líquido tibio escurriéndose entre mis piernas, y, con las pocas fuerzas que me quedan, me levanto y me meto en la tina para dejar de ensuciar el suelo. El agua fría me hace estremecer, pero también me ayuda a despejar un poco la niebla que cubre mi mente.

Llevo la tercera dosis en la mano, los dedos temblorosos y torpes mientras trago las pastillas. Entonces, sé que el momento ha llegado.

Siento una presión en mi vientre, una oleada de calambres más fuertes que los anteriores, y abro las piernas, esperando. Unos segundos después, el pequeño saco sale de mi interior. No me atrevo a mirarlo de cerca. Solo veo una forma diminuta, apenas perceptible en el agua teñida de rojo.

Ni siquiera tiene forma, lo sé, y de algún modo me alegra. No es un bebé, no aún. Es solo un conjunto de células que nunca llegaron a ser. Me aferro a esa idea, a esa certeza que me reconforta en medio de la devastación. No va a sufrir, no tendrá que cargar con las decisiones que Gabriel tomó sobre mi cuerpo sin mi consentimiento.

Respiro hondo, sintiendo cómo una extraña paz se instala en mi pecho. El dolor sigue ahí, agudo, pero es diferente ahora. Ya no es una amenaza, es una liberación. Las lágrimas fluyen libremente por mis mejillas, mezclándose con el agua que me rodea. Permito que el llanto venga, sin tratar de reprimirlo, dejándolo ser. Me limpio la cara con la mano y cierro los ojos, escuchando el sonido del agua salpicando suavemente.

Esclava del engaño [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora