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El cielo gris de Reino Unido me dio la bienvenida esa mañana, pero lejos de deprimirme, me sentí intrigada por lo desconocido que tenía por delante. Habían pasado un par de semanas desde que llegamos, mi vida ya se sentía como si hubiese dado un giro completo.

Estaba emocionada, pero también seguía asustada. Sabía que vivir en otro país sería un desafío, pero no había considerado lo abrumador que podía llegar a ser. Todo era tan diferente acá. Desde el idioma, que aunque lo entendía bien, todavía se me escapaban algunas palabras, hasta la comida, que extrañaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Cada mañana me despertaba en la enorme casa que Emi y ahora también; mi casa. Aunque la casa era increíble, con sus techos altos y enormes ventanas que dejaban entrar la poca luz del sol, a veces me sentía un poco fuera de lugar.

Por suerte, Emi estaba al lado mío en todo momento, y eso hacía todo más fácil. Él siempre sabía cómo hacerme reír, incluso cuando me sentía nostálgica por Argentina. Pero había momentos en los que él no estaba, como ahora, mientras estaba en sus entrenamientos con Aston Villa. Esos eran los momentos en los que más extrañaba mi antigua vida.

Para no caer en esos pensamientos, decidí ocupar mi tiempo de la mejor manera posible. Tenía la casa para mí sola durante la mayor parte del día, así que empecé a planear cómo me gustaría decorarla. Había algo terapéutico en mover los muebles, imaginar dónde irían los cuadros o qué colores podrían darle un toque más cálido a los espacios.

A pesar de eso, no podía ignorar la sensación de estar en un país extranjero, con costumbres diferentes y una cultura que, aunque fascinante, me hacía sentir como una extraña. Intenté aventurarme un poco en la ciudad, pero la gran cantidad de gente y el ruido me abrumaron. Me di cuenta de que necesitaba encontrar mi propio ritmo, mi propio espacio en este lugar.

Sin embargo, una parte de mí sabía que, por más difícil que fuera, esta era mi vida ahora. Y estaba decidida a hacer que funcionara. No solo por Emi, sino también por mí misma. Quería que esta experiencia fuese una oportunidad de crecimiento, de descubrir nuevas facetas de mi vida, de reinventarme.

Esa tarde, mientras me sentaba en el sillón de la sala con una taza de té en mis manos, me di cuenta de que la clave para adaptarme estaba en encontrar un equilibrio entre mi antiguo yo y el nuevo. No podía olvidarme de quién era, de dónde venía, pero tampoco podía quedarme estancada en el pasado. Tenía que avanzar, un paso a la vez.

Esa noche, cuando Emi volvió a casa, me recibió con una sonrisa y un abrazo cálido. "¿Cómo estuvo tu día?" me preguntó, y le conté sobre mis pequeños proyectos para la casa.

"Creo que estoy empezando a acostumbrarme a esto" le dije con una sonrisa, y en parte, era verdad. Sabía que iba a tomar tiempo, pero también sabía que, al final, encontraría mi lugar acá.

"Perdón por estar tanto afuera" me dijo, mientras me agarraba de la mano y la apretaba suavemente. "Quisiera estar más tiempo acá con vos, ayudarte a adaptarte mejor. Sé que no es fácil."

Emi me miró con una mezcla de preocupación y ternura en sus ojos. Sabía que no le gustaba dejarme sola tanto tiempo, especialmente cuando aún estaba adaptándome a nuestra nueva vida en Inglaterra. Sentí un nudo en la garganta, pero le sonreí, intentando tranquilizarlo. 

"Ni te preocupes Emi. Entiendo que tu trabajo es importante y que esto también es nuevo para vos. Además, sé que necesito encontrar algo para mí acá, algo que me haga sentir que este lugar es también mi casa"

Él me miró con esa expresión seria que usaba cuando estaba pensando en algo importante. "Algo vas a encontrar, estoy seguro de eso. Mientras tanto, voy a estar al lado tuyo en todo."

Sentí un alivio cálido al escuchar sus palabras. Asentí, apoyando mi cabeza en su hombro mientras él pasaba un brazo alrededor de mí, acercándome más a él.

"Gracias Emi" susurré, sintiendo el peso de sus palabras y su apoyo incondicional. "Solamente necesito un poco de tiempo."

"Tomate todo el tiempo que necesites" respondió suavemente, besando mi frente. "Lo importante es que estés bien y feliz"

Nos quedamos un rato así, en silencio, disfrutando de la tranquilidad de estar juntos. Sentía una paz interior al saber que no estaba sola en esto. Emi era mi roca, y juntos íbamos a construir una vida que ambos pudiéramos amar.

"¿Qué te parece si cocinamos algo juntos? Algo bien argentino, para sentirnos un poco más en casa" le sugerí, sonriendo.

Sus ojos se iluminaron. "¡Me encanta la idea! ¿Qué te parece si hacemos unas empanadas? No hay nada más argentino que eso."

Asentí, sintiendo una oleada de entusiasmo. "¡Sí! Vamos a hacerlas de carne"

Fuimos a la cocina, y pronto estuvimos sacando los ingredientes: carne picada, cebolla, morrón, huevo, aceitunas, y una mezcla de especias que me traían recuerdos de casa. Emi se puso a cortar las cebollas, mientras yo empezaba a preparar la masa.

Nos reímos juntos mientras cocinábamos, disfrutando del simple placer de estar juntos en la cocina. Me hacía sentir un poco más en casa.

Cuando la carne estuvo lista y la masa estirada, empezamos a armar las empanadas. Emi se dedicó a rellenarlas, mientras yo las cerraba y les hacía el repulgue.

"¿Crees que algún día las empanadas inglesas serán tan buenas como las nuestras?" dijo Emi, poniendo una empanada en la bandeja para cocinar.

"Dudo que algún día puedan competir con las argentinas" le respondí, sonriendo. "Pero mientras estemos acá, vamos a asegurarnos de que no nos falten nuestras favoritas."

Una vez que terminamos de armar todas, metimos las bandejas en el horno y nos sentamos a esperar. La cocina se llenó pronto con el aroma familiar de las empanadas, y me di cuenta de cuánto necesitaba ese pequeño toque de hogar.

Cuando estuvieron listas, las sacamos del horno y las llevamos al comedor. Nos sentamos uno frente al otro, con una mesa llena de empanadas doradas y crocantes. Emi agarró una y me la ofreció, sonriendo.

"Por Argentina" dijo, levantando la empanada como si brindara.

"Por Argentina" repetí, levantando la mía y chocándola suavemente contra la suya antes de dar el primer mordisco.

El sabor era perfecto, justo como recordaba. Cerré los ojos, saboreando el momento, sintiendo que, a pesar de todo, las cosas iban a estar bien.

Nos pasamos el resto de la noche comiendo y riendo.

Más Allá del Arco: Una Historia de Amor y FútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora