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Emi me sostuvo con fuerza, sin interrumpirme, esperando a que pudiera encontrar las palabras. La culpa y la tristeza se mezclaban en mi pecho, pero sabía que tenía que decirle la verdad de una vez.

"Lo que pasó con Enzo..." empecé, mi voz quebrándose mientras las lágrimas seguían cayendo. "El día que hicimos el asado en casa, que los chicos vinieron, el... me besó cuando subimos a tu habitación".

Cuando mis palabras salieron y Emi entendió la magnitud de lo que había pasado, su expresión cambió drásticamente. Se separó de mí, levantándose de la silla con brusquedad. Su cara se tornó grave, una mezcla de dolor y decepción que me desgarró el corazón.

"¿Cómo pudiste no decirme eso antes?" preguntó Emi, con la voz cargada de dolor. "Me dijiste que todo estaba bien, que no había nada que me tuviera que preocupar. Y ahora descubro que..."

"No sabía cómo decirlo" intenté defenderme, pero mi voz se quebró. "No quería que esto nos lastimara. Te amo Emi, pero no sabía cómo manejar la situación."

"¿Cómo voy a confiar en vos si me escondes cosas así?" dijo Emi, su tono lleno de frustración. "Me siento traicionado, no solo por lo que hizo Enzo, sino porque no me lo dijiste. ¿Acaso hay algo más que me estás escondiendo?"

"No, no hay nada más" respondí, desesperada por hacerle entender que solo había sido un error, no una traición mayor. "Es que...estoy tratando de lidiar con todo esto, y me equivoqué."

Emi pasó una mano por su rostro, claramente abrumado. "No puedo creer que me hayas escondido esto. Necesito tiempo para procesarlo."

Sin decir una palabra más, Emi se giró hacia la puerta. "Tengo que irme. Llego tarde al entrenamiento."

"Emi, por favor..." intenté llamarlo, pero él ya estaba en la puerta, preparándose para irse.

"Necesito tiempo" dijo con voz firme antes de salir. La puerta se cerró detrás de él con un clic seco que resonó en la cocina, dejándome sola con mis pensamientos y mi dolor.

Me senté de nuevo en la mesa, sintiendo el peso de la culpa y la tristeza. Sabía que había tomado una decisión difícil al contarle la verdad, pero el costo de esa honestidad parecía ser mucho más alto de lo que había imaginado.

Pasé el resto del día en la cafetería, tratando de mantener una actitud profesional mientras atendía a los clientes con una sonrisa que no llegaba a mis ojos. Mi mente estaba en otra parte, ocupada por la conversación dolorosa con Emi y el peso de sus palabras: "Necesito tiempo".

Mientras servía café y atendía a los clientes, me esforzaba por concentrarme en mi trabajo. Pero cada vez que alguien me agradecía o me sonreía, no podía evitar sentir un nudo en el estómago, recordando la tensión de la mañana y el silencio que siguió a la partida de Emi.

Los clientes notaron mi distracción, y aunque intenté no mostrarlo, era difícil ocultar la tristeza. Algunas personas me miraban con curiosidad, pero yo solo respondía con cortesía, tratando de mantenerme profesional. Al final del día, cuando la cafetería estaba vacía, me senté en una de las mesas, exhausta tanto física como emocionalmente.

La cafetería se sentía en ese momento como una prisión silenciosa. Cada rincón me recordaba el esfuerzo que había puesto en hacerla perfecta y el dolor que estaba sintiendo ahora.

Miré mi teléfono esperando alguna señal de Emi, algún mensaje que me indicara que estaba dispuesto a hablar. Pero no había nada. La pantalla seguía en silencio, y la ausencia de su contacto solo aumentaba mi desesperación.

Decidí irme antes de lo previsto. Necesitaba estar sola, pensar en lo que había pasado y tratar de encontrar alguna forma de manejar mis emociones. Mientras cerraba la cafetería, me di cuenta de que la rutina diaria y las tareas que normalmente me distraían ahora solo acentuaban el vacío que sentía.

Al llegar a la casa, encontré a Enzo y Julián en la puerta, esperando. Sus rostros reflejaban una mezcla de preocupación y cautela, como si ambos supieran lo difícil que había sido ese día.

"Hola Juli" dijo Enzo en un tono serio, acercándose a mí con una mirada llena de empatía. "Vimos que la cafetería estaba cerrada antes y nos preocupamos... queríamos saber cómo estabas."

Respiré hondo, intentando que mi voz no se quebrara. "Le conté a Emi la verdad sobre lo que pasó entre nosotros" confesé, mirando al suelo mientras las palabras salían.

Enzo suspiró y llevó una mano a su nuca, claramente afectado. "¿Cómo lo tomó?" preguntó, aunque la respuesta parecía estar escrita en mi cara.

"Como era de esperarse...está muy dolido" respondí con voz baja. "Se fue al entrenamiento sin decir mucho, pero... dijo que quería tiempo."

Julián puso una mano en mi hombro, brindándome apoyo en silencio. "No debe haber sido fácil para ninguno de los dos" dijo, y su tono de voz era sincero, como si realmente entendiera el peso de todo lo que había pasado.

Enzo, con expresión decidida, dio un paso adelante. "Mirá, si necesitás que hable con él, si eso puede ayudar a que te escuche mejor, no tengo problema en hacerlo. Sé que esto es complicado, pero no quiero que se rompa nada por culpa de lo que pasó."

Negué rápidamente, aunque apreciaba su oferta. "No, Enzo. Primero quiero ver si él puede procesar esto solo... quizás si le doy un poco de espacio, las cosas se calmen un poco. No quiero que se sienta presionado o que piense que estamos tratando de arreglarlo a la fuerza."

Él asintió, entendiendo perfectamente. "Claro, como vos quieras. Solamente... sabe que estoy acá para lo que necesites."

"Gracias" respondí, sinceramente agradecida por su comprensión. "Pero sería mejor que se vayan antes de que él vuelva."

Julián asintió, mostrándose completamente de acuerdo. "Te entendemos. Cualquier cosa, solo decinos, ¿sí?"

Sonreí, aunque aún sentía el peso en mi pecho. "Gracias chicos. En serio."

Ambos intercambiaron una última mirada de comprensión conmigo y se despidieron, dándome un abrazo rápido antes de retirarse. Los vi alejarse mientras cerraba la puerta detrás de ellos.

Con el corazón pesado, me metí adentro y me fui a la cocina. El día había sido tan agitado que no había comido nada. Intenté preparar algo rápidamente, pero cada bocado me sabía a poco, y la tristeza seguía envolviéndome.

Mientras comía, sentí un malestar creciente en el estómago. Me levanté de golpe, corriendo a la cocina, y justo a tiempo para vomitar en la bacha. El esfuerzo de vomitar me dejó temblando, y el dolor emocional parecía haber encontrado una forma de manifestarse físicamente.

Mientras me levantaba, me enjuagué la boca con agua fría. Fue entonces cuando escuché la puerta de entrada y vi a Emi entrando en la cocina. Él me miró con preocupación, pero no dijo nada. En lugar de acercarse, simplemente se dio la vuelta y subió a su cuarto. La puerta se cerró detrás de él con un clic seco, dejándome sola nuevamente con mis pensamientos y mi dolor.

Me quedé en la cocina, sintiéndome completamente derrotada. Todo estaba desmoronándose, y la sensación de estar sola en medio de todo esto era abrumadora. La tristeza y la culpa me envolvieron, y solo deseaba poder encontrar alguna forma de solucionar lo que había roto.

Con una mezcla de tristeza y resignación, decidí no entrar al cuarto de Emi para no molestarlo. En lugar de eso, abrí el mueble donde había una frazada y la agarré. Me envolví en ella, sintiéndome más chiquita y vulnerable mientras me acomodaba en el sillón de la sala.

Me acurruqué en el rincón del sillón, tratando de encontrar algo de consuelo en el acolchado y el calor de la frazada. Las lágrimas seguían cayendo, y el dolor en mi pecho no parecía querer irse. La noche avanzó lentamente, y aunque el silencio de la casa era reconfortante, también recordaba que estaba sola, lidiando con las consecuencias de mis decisiones.

El dolor de la traición y la culpa se mezclaban con el cansancio, haciendo que el sueño viniera en fragmentos, interrumpido por la preocupación y la tristeza. Mientras me acomodaba en el sillón, solo podía esperar que, con el tiempo, las cosas se resolvieran.

Más Allá del Arco: Una Historia de Amor y FútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora