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Pasó la semana y, al fin, pude volver al trabajo. Emi, siempre atento y preocupado, me acompañó hasta la puerta de la cafetería, asegurándose de que estuviera bien antes de irse al entrenamiento. Lo despedí con una sonrisa, feliz de regresar a mi rutina y al lugar que tanto me apasionaba. El ambiente de la cafetería, con el aroma del café recién hecho y el constante murmullo de la gente, me brindaba esa sensación de normalidad que tanto había extrañado.

El día transcurrió tranquilo. Los clientes llegaban uno tras otro, agradecidos de que la cafetería estuviera abierta nuevamente. Algunos me preguntaban cómo me sentía; otros, simplemente, parecían aliviados de tener de vuelta su lugar favorito para el café. Aunque seguía recuperándome, me sentía encantada de ver caras conocidas y de reencontrarme con mi espacio. Durante un breve descanso, me senté atrás del mostrador y revisé mi teléfono. Tenía mensajes de Enzo y Julián, quienes, con esa calidez de siempre, me preguntaban cómo estaba.

Les respondí con una sonrisa, contándoles que me sentía mejor y que estaba feliz de estar de vuelta. Tener amigos tan atentos me hacía sentir apoyada, aun en la distancia. Al final del día, cuando los últimos clientes se fueron, empecé a cerrar la cafetería. Bajé las luces, limpié las mesas y, al estar por bajar la persiana de la entrada, una voz me sorprendió.

"Disculpame... ¿Podrías darme algo? Es para mis hijos", dijo un hombre desde el otro lado de la puerta.

Aunque estaba cansada, algo en mí me hizo sentir empatía y compasión. Dudé por un momento, pero la idea de unos niños pasando hambre, me tocó. Decidí abrir la puerta para dejarlo entrar.

"Un momento, te voy a alcanzar algo", dije, dándome vuelta para buscar algo.

Pero en cuanto él pasó por la puerta, dos figuras más lo siguieron rápidamente. No tuve tiempo de reaccionar. En un abrir y cerrar de ojos, el primer hombre me agarró desde atrás, cubriéndome la boca para evitar cualquier grito. Sentí cómo el miedo me invadía, mientras intentaba alejarlo.

Los otros dos no perdieron tiempo. Uno corrió hacia la caja, vaciándola sin esfuerzo. El otro se fue a la parte de atrás, buscando algo más que pudieran llevarse, mientras yo seguía luchando inútilmente contra las manos que me mantenían inmovilizada.

Cada segundo se sentía eterno. El hombre que me sostenía se reía por lo bajo mientras me veía luchar. Mi corazón latía con fuerza, pero mi cuerpo no respondía. Finalmente, los otros dos terminaron de saquear la cafetería y, antes de irse, agarraron mi celular mi celular y mi billetera.

El hombre que me sostenía me miró, y con una sonrisa fría, me susurró al oído: "Que esto te enseñe a dar una verdadera propina la próxima vez". Acto seguido, me empujó con fuerza al suelo.

Me quedé tirada, sin aliento, tratando de procesar lo que acababa de pasar. Con esfuerzo, logré levantarme, mis piernas temblaban mientras miraba alrededor. La cafetería, mi refugio, ahora estaba desordenada y saqueada. Las lágrimas empezaron a caer sin control. Todo lo que había construido estaba destrozado.

Con manos temblorosas, tomé el teléfono fijo y llamé a Emi. Apenas pudo contestar cuando le dije, entre sollozos, "Emi... Me... me robaron".

"¿Qué? ¡Quédate ahí, ya voy!", respondió, claramente alarmado. Colgué y llamé a la policía, tratando de calmarme mientras esperaba, pero el miedo seguía oprimiéndome el pecho.

En cuestión de minutos, Emi llegó, y los policías no tardaron en aparecer. Mientras los agentes empezaban a hacer preguntas, intenté responder con calma, describiéndoles a los hombres y recordando cada detalle que pude.

"Uno de ellos me dijo algo... mencionó algo sobre una propina. La semana pasada tuve un problema con el repartidor; su actitud fue rara, yo lo rechacé y sé que se quedó con resentimiento por eso. Quizás tenga relación" les comenté, recordando la incomodidad que había sentido aquel día.

El oficial tomó nota de lo que dije sobre el repartidor y asintió lentamente. "Puede que tengas razón, es una pista válida. Sin embargo, si no podemos localizar a los culpables, será difícil comprobar esa conexión. Pero si llegamos a agarrarlos y podes identificar al hombre, esa información podría ser muy útil." Mirándome con atención, continuó, "¿Recordás algo más sobre él? ¿Cómo era físicamente?"

Sacudí la cabeza, sintiéndome impotente. "Era de contextura normal... pero no lo vi bien. Todo pasó tan rápido que apenas pude distinguir sus caras", respondí con frustración, sintiendo que mi memoria me fallaba justo cuando más la necesitaba.

Emi, que había permanecido en silencio hasta entonces, no pudo contener su enojo. Apretó los puños y se giró hacia el oficial. "Esto es inaceptable. ¿Cómo puede ser que alguien haga algo así y no podamos hacer nada?", dijo, claramente molesto.

El oficial lo miró con una expresión comprensiva. "Entiendo su enojo", respondió con calma. "Desafortunadamente, este tipo de robos son difíciles de prever. Lo mejor que pueden hacer por ahora es mejorar las medidas de seguridad para proteger el lugar. Instalar cámaras y una alarma sería un buen comienzo. Esto podría ayudarnos si alguna vez pasa algo similar."

Emi asintió, aún visiblemente molesto. "Sí, definitivamente vamos a hacer algo al respecto. No quiero que esto vuelva a pasar", dijo, dirigiéndome una mirada preocupada que parecía reflejar el peso de la situación.

Llegamos a casa en silencio, y pude sentir que la tensión en Emi no disminuía. Apenas cruzamos la puerta, noté cómo su frustración llenaba el ambiente. Se mantuvo en silencio, pero la forma en que resoplaba y evitaba mirarme decía más que cualquier palabra.

Con cuidado, me acerqué a él y lo agarré de la mano, guiándolo al sillón. Al principio dudó, pero al final se dejó llevar. Nos sentamos juntos, y lo animé suavemente a recostarse sobre mis piernas. A regañadientes, aceptó. Apoyó la cabeza en mi regazo mientras mis dedos acariciaban su pelo, un gesto que siempre lograba calmarlo un poco.

Su cuerpo aún estaba tenso, y podía sentir cómo trataba de contener la rabia. "Emi", susurré en voz baja, intentando romper el silencio, "sé que querés protegerme de todo, pero no siempre podés estar en cada momento." Le dediqué una pequeña sonrisa, intentando transmitirle tranquilidad. "Pero lo que haces, lo haces increíblemente bien."

Él suspiró profundamente, sus ojos cerrados y el ceño aún fruncido. "Juli... me enloquece pensar en lo que pudo haber pasado si las cosas hubieran salido peor. No estuve ahí cuando te pasó eso."

Continué acariciando su frente, intentando calmarlo. "Emi, estar conmigo no significa que siempre vas a poder evitar que algo malo pase. Pero lo que cuenta es que estuviste cuando más te necesité. Llegaste cuando te llamé, y eso es lo que importa."

Abrió los ojos y me miró, su expresión todavía cargada de preocupación, aunque noté que su enojo comenzaba a desvanecerse. "Solo quiero que estés bien, Juli."

Le sonreí, con todo el cariño del mundo reflejado en mi mirada. "Y lo estoy, gracias a vos. Siempre estás cuando más te necesito Emi. Eso es suficiente para mí."

Más Allá del Arco: Una Historia de Amor y FútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora