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Megumi terminó de pagar el taxi, y de inmediato todas las miradas se posaron en él. Pronto, las personas cercanas, que sabían que Megumi no tenía pareja ni una marca, comenzaron a murmurar.

¿Un bebé? ¿En qué momento?

Ya me parecía raro que se comportara así.

Pero, ¿él no tiene una marca, verdad?

Es horrible, ¿quién querría a un omega así?

Megumi decidió ignorar todo a su alrededor. La verdad, no le sorprendía que la gente hablara de más; muchos padres, especialmente omegas, eran juzgados de esa manera. Tener un hijo fuera del matrimonio o sin estar enlazado se consideraba un pecado.

A veces se preguntaba por qué la gente no se preocupaba por otras cosas en vez de meterse en la vida de los demás, como el cambio climático, la contaminación o los problemas que realmente importan.

Megumi estaba dispuesto a maldecir a la gente que lo rodeaba por ser tan entrometida, pero una voz lo interrumpió. La persona que había rezado por no encontrarse.

—Vaya, Megumi, qué escondido lo tenias. Dime qué alfa aceptó para que le abrieras de esa manera las piernas—. El omega apretó con fuerza el portabebés. Sabía que los Zenin siempre estarían ahí para arruinarle la vida.

—¿Te importa tanto? Creí que era un cero a la izquierda para ti—. Megumi respondió mientras trataba de controlar sus feromonas; lo último que quería era alterar a Yuuji. El bebé ya estaba expuesto a muchos olores como para soportar que el suyo se volvieran amargo.

—Eso es lo que tú crees. Aunque Toji se haya ido, aún tienes la oportunidad de volver a ser uno de los nuestros.

—¿En serio? Prefiero cortarme el cuello que ser un Zenin.

Megumi no bromeaba. Los Zenin eran peores que las ratas de alcantarilla. Su desprecio hacia ellos había comenzado desde que se enteró de todo lo que su padre tuvo que vivir. Los Zenin parecían vivir en una época distinta, donde la casta alfa aún predominaba sobre todas las demás. Los alfas eran la cabeza, tenían toda la autoridad para imponer reglas y hacer lo que quisieran. Los betas solo servían para hacer tareas menores; podían vivir tranquilos de cierta manera, pero los omegas eran tratados de manera completamente distinta.

Aunque los omegas no realizaban las tareas domésticas, eran tratados como esclavos sexuales. Tenían la obligación de tener al menos tres hijos si podían concebir, y si un alfa los quería, no podían negarse, incluso si ya estaban enlazados. Además de toda esta porquería de cadena de predominio, los Zenin eran especiales: no importaba si eras hermano o primo, todo tenía que quedarse en la familia.

Su padre, Toji, vivió quince años de su vida como beta, hasta que inesperadamente se transformó en omega. Esta noticia no fue bien recibida por los Zenin. Toji era un beta con una fuerza incluso mayor que la de un alfa y gozaba de cierta estima. Pero en el momento en que se transformó, su vida se volvió un caos.

Pudo sobrevivir dos años más, resistiendo y evitando ser violado. Claro que eso tuvo sus consecuencias: lo dejaban sin comer e incluso trataban de someterlo, pero les resultó imposible.

Todo cambió cuando conoció a Satoru, un alfa de una buena familia y dos años mayor que él. En una pequeña reunión, sus miradas se encontraron y sintieron una conexión inmediata.

Satoru pidió la mano del omega, pero la propuesta fue rechazada. De alguna manera, el clan Zenin tenía una obsesión con Toji. Sin embargo, el alfa no se quedó de brazos cruzados. En las pequeñas charlas que pudieron entablar, ambos se sintieron profundamente atraídos. A Toji no le importaba nada más que salir de allí; sabía que Satoru lo ayudaría y jamás lo lastimaría.

Lazos incomprensibles. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora