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Sukuna despertó con una sonrisa en el rostro. Tener a su omega a su lado, observando su tranquilo sueño, hacía que el alfa se sintiera en paz. Las marcas en su cuerpo, y más importante aún, la marca en su cuello que sellaba su unión, demostraba todo.

La marca no había sido algo planeado. Se dejaron llevar por el momento, pero Sukuna no se arrepentía de nada.

Nunca se había imaginado en una relación o un vínculo tan fuerte como lo es una marca. Sin embargo, Megumi había logrado que anhelara precisamente eso, y más. Quería estar siempre a su lado, ser un buen alfa y proteger a su omega lo mejor posible.

Con Mahito tras las rejas y la posible caída de la familia Zenin, Sukuna sentía que podía respirar aliviado.

Él y Megumi estaban más unidos que nunca. No podían vivir en un mundo en el que no estuvieran juntos. Su relación era oficial, y aquellos que quieren separarlos ahora tendrían la oportunidad de herirlos más profundamente. Pero Sukuna no permitiría que eso sucediera.

Ahora, su prioridad era su familia. Megumi se había convertido en su compañero, su amor, y lo más importante, la persona con la que compartiría el resto de su vida.

Sukuna acercó su mano con suavidad, rozando los pequeños mechones negros del omega. Al sentir el toque, Megumi abrió los ojos lentamente. Sukuna juraba que nunca había sentido ese revoloteo de mariposas en su estómago, pero contemplar aquella hermosa vista lo hacía sentir eso y mucho más.

Megumi soltó una suave risa. La marca le permitía sentir lo que su alfa experimentaba en ese momento, y le llenaba de alegría saber que los sentimientos entre ambos eran así de fuertes.

—Sabes que puedo sentirte, ¿verdad? —dijo Megumi con una sonrisa.

Sukuna no se inmutó, respondiendo con ternura.

—Lo sé, no intento ocultarlo.

Megumi comenzó a incorporarse lentamente, acercándose al mayor, pero un dolor punzante en la parte baja de su espalda lo detuvo de inmediato.

—Ahg —se quejó, frunciendo el ceño.

—Yo también lo siento —dijo Sukuna, divertido.

Megumi lo fulminó con la mirada.

—Eres un maldito.

El alfa soltó una risa fuerte y contagiosa. Megumi, con una sonrisa ladina, nunca hubiera imaginado que ese sonido tan escandaloso podría parecerle el más hermoso, salvo quizá por la risa de su cachorro.

Sukuna se acercó al omega, tomando su rostro entre sus manos para llenarlo de besos. Megumi protestó entre risas, pero al final aceptó los besos con gusto.

Sus labios se unieron en un dulce beso, cargado de amor. Sukuna bajó sus manos hasta la cintura del omega, provocando un leve estremecimiento en Megumi.

Al sentir el toque ardiente, Megumi se separó ligeramente—. ¿Todavía quieres más, bestia?

—Será rápido —respondió Sukuna, comenzando a besar lentamente el cuello del omega, arrancándole un gemido suave.

—Y-ya basta —dijo Megumi, con la respiración entrecortada—. Fue suficiente por hoy, además, tenemos que ir por Yuuji. Así que levanta tu trasero y llévame a desayunar —añadió, alejando el cuerpo del alfa.

Sukuna se quejó, pero no pudo hacer nada en contra de la voluntad de su omega.

A regañadientes, se levantó. Megumi no pudo evitar reír; Sukuna parecía un niño pequeño haciendo un berrinche.

"Alfa tonto", pensó, divertido.

"Alfa tonto", pensó, divertido

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Lazos incomprensibles. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora