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El puño de Sukuna impactó en la cara de Mahito por décima vez, cada golpe lleno de furia contenida. Los secuaces de Mahito miraban inquietos, dispuestos a intervenir, pero el alfa de cabellos grisáceos les ordenó mantenerse al margen con un gesto.

Sukuna también estaba sintiendo las secuelas del enfrentamiento. Su rostro estaba adolorido, los golpes de Mahito habían sido certeros, pero el dolor físico no podía compararse con la furia que contenía . Ambos alfas estaban agotados, jadeando por el esfuerzo, pero ninguno parecía dispuesto a ceder.

—¿Eso es todo lo que tienes? —escupió Mahito, con sangre resbalando por la comisura de sus labios, sonriendo a pesar de la paliza.

Sukuna lo miró con los ojos encendidos de ira, apretando los puños con la misma intensidad que contenía su rabia.

—Esto apenas comienza —gruñó, preparándose para continuar la lucha.

Sukuna dirigió una patada directa al estómago de Mahito, con fuerza que hizo que el otro alfa jadease y se tambaleara hacia atrás.

—¿Sigues queriendo más? —escupió Sukuna, su voz agitada , mientras avanzaba lentamente hacia él, sin dejarle un momento de respiro.

Mahito lo miró, con una mezcla de odio y desafío en sus ojos, el dolor en su cuerpo comenzaba a sobrepasarlo. Aun así, su orgullo no le permitiría rendirse tan fácilmente.

Mahito soltó una risa burlona.

—Solo espera y verás. Iré por tu omega. Lo haré sufrir y...

Sukuna no le permitió terminar. Con rapidez, le propinó un golpe directo al rostro, lo que hizo que Mahito cayera. Pero este, ágil, aprovechó el momento, sujetó la pierna del alfa y lo derribó al suelo. Los golpes comenzaron a llover sobre Sukuna, quien apenas podía evitarlos.

El alfa de cabello grisáceo buscó algo entre los pliegues de su abrigo. Una navaja...

—Es mi momento...

Antes de que pudiera atacar, Sukuna lo golpeó con fuerza en la entrepierna, cambiando el curso de la pelea.

Ahora, con la navaja en su poder, Sukuna colocó el filo peligrosamente cerca del cuello del otro alfa.

Estuvo a punto de clavar la navaja en su garganta cuando el sonido de sirenas y voces fuertes se escucharon.

— ¡Arriba las manos! ¡Nadie se mueva!—gritó uno de los agentes de policía, haciendo eco en la escena.

Los secuaces de Mahito quedaron congelados en su lugar, paralizados sin salida. Sukuna y Mahito también se detuvieron, intercambiando miradas cargadas de tensión mientras levantaban las manos lentamente, separándose.

Mahito rió descontroladamente mientras los agentes lo arrastraban fuera del edificio, sus carcajadas resonando en el aire.

—Sabía que no podías hacerlo solo, ¡imbécil! —gritó, burlándose de Sukuna.

Sukuna permaneció en silencio, sus ojos fijos en el suelo mientras intentaba calmar su respiración. Había estado a punto de atravesar a Mahito con la navaja, pero la intervención de la policía había evitado que cruzara esa línea. Aún sostenía el cuchillo en su mano, pero lo soltó lentamente, dejándolo caer con un sonido sordo sobre el suelo.

Los agentes rápidamente rodearon a Sukuna, aunque uno de ellos, reconociendo quién era, le hizo un gesto de calma.

—Está bien, lo tenemos controlado. Relájate —le dijo uno de los oficiales.

Sukuna no quitaba la vista de Mahito mientras lo subían a la patrulla. No sentía alivio, solo una profunda molestia por no haber podido acabar con todo esto allí mismo.

Lazos incomprensibles. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora