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Yuta caminaba despreocupado. Llevaba días haciendo la misma rutina, pero aun así no lograba conseguir nada.

El lugar donde se encontraba era repulsivo. Todo en ese sitio estaba mal. La inseguridad era evidente, no entendía cómo los drogadictos y las prostitutas podían estar en cada esquina. A pesar de eso, decidió enfocarse en su misión e ignorar su entorno.

"Zona Roja". Las luces de neón iluminaban la avenida. Para el ojo público y la justicia, eran solo bailarinas, pero habría que ser un idiota para no darse cuenta de lo que realmente ocurría.

Las "bailarinas", que en realidad eran niños, no solo ofrecían espectáculos, sino también otro tipo de actividades.

Decir que se sentía enfermo al entrar al lugar era quedarse corto. Pero tenía que seguir el plan. Todo por su familia.

Sus padres y hermana estaban cumpliendo con su parte. Él tenía que dar lo mejor para estar a la altura; ser hijo de esas dos personas no era fácil. Ambos eran individuos con grandes fortalezas, y la sed de venganza por todo lo que la familia Zenin les había hecho seguía viva en sus memorias, aunque intentaran avanzar.

Llegaría el momento en que lograrían cumplir su promesa, no solo por su familia y su protección, sino también por los desamparados que cayeron en manos de gente tan despreciable como esos bastardos.

Eran solo niños en un mundo podrido.

Ambos alfas se encontraban incómodos

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Ambos alfas se encontraban incómodos. Por un lado, Sukuna había tenido que tomar cinco duchas para quitarse el olor de su omega, para que el hermano del menor no sospechara. Yuta, por su parte, no confiaba en Sukuna. No era solo por su apariencia, aunque realmente le parecía aterrador, sino más bien por su expediente.

Sukuna se rascó la nuca, incómodo. No solo por la mirada analítica del alfa más joven, sino también por los nervios de ser descubierto.
—Un gusto, Ryomen Sukuna. Trabajaremos juntos en este caso —dijo, extendiendo la mano.

Yuta observó la mano que el hombre le ofrecía, sin mover un músculo.

—Soy Yuta. No necesitamos estas formalidades. Pongámonos en marcha.

El menor se alejó para tomar los expedientes de la misión. Sukuna se quedó estupefacto. El chico lo había ignorado y juzgado de manera muy obvia. Si hubiera sido otra persona, le habría dicho algo, pero al tratarse de su querido "cuñado", tuvo que aguantarse.

A Sukuna le sorprendía la manera en que el menor entendía cada una de las órdenes. No era mucho más joven que Megumi, pero era un chico muy inteligente. De alguna manera, podía ver a Megumi en su actitud y en la forma en que se expresaba. Era muy obvio cuando algo le incomodaba o no le gustaba.

—Entonces, lo mejor será que aceptes la propuesta del pervertido. Tal vez alguna de las prostitutas hable —dijo Sukuna, notando cómo la cara del menor se deformaba.

Lazos incomprensibles. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora