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Yuta estaba más que nervioso. Nunca antes se había encontrado en una situación similar.

Ser un alfa había sido muy difícil para él. Sus instintos a menudo lo hacían perder el control. Nunca se había propuesto conocer a ninguna omega o beta, pues el miedo a lastimar a alguien siempre lo atormentaba.

Por eso decidió entrar a la academia. Su madre estuvo de acuerdo, asegurando que era lo mejor para él. Mantener sus instintos bajo control y aprender a dominarlos era una tarea muy complicada. Su padre lo ayudó cuando era adolescente, lo que le permitió hacer amistades y mantener un entorno tranquilo.

Aun así, los instintos permanecían. Nunca había tenido una relación sentimental y no creía que fuera necesario tener una pareja para sentirse completo.

Su hermano mayor, Megumi, siempre lo había criticado por tener ese tipo de pensamientos y no darse la oportunidad de conocer a alguien. Yuta, siendo el menor, lo ignoraba la mitad del tiempo, pensando: ¿quién era su hermano para decirle eso? Después de todo, Megumi nunca había prestado atención a ningún alfa, a pesar de que tenía muchos pretendientes. Su excusa siempre era que sus estudios eran su prioridad y no quería tener una pareja hasta que los terminara.

Claro, una vil mentira por parte del omega. Era obvio que le tenía miedo al compromiso y pensaba que todos los alfas eran iguales... unos imbéciles que solo piensan con la cabeza de abajo.

A pesar de los pocos conocimientos que tenía Megumi sobre relaciones, ayudó a que Yuta se convirtiera en un verdadero caballero. Lo corregía cada vez que era descortés o grosero. Yuta aún recuerda el golpe en la mejilla que recibió en plena pubertad, después de hacer un comentario inapropiado.

Su hermano le ayudó a entenderse mejor, a tomar distancia para no lastimar a otros o hacerlos sentir mal.

Y ahora, aquí estaba, sentado con los nervios al máximo.

La habitación era grande. Las paredes rojas la adornaban por completo, creando un ambiente pesado. Yuta pudo observar algunos juguetes sexuales dispersos, como látigos, esposas y otros que no sabía exactamente qué eran. Él era completamente virgen, pero solo con ver lo vulgar que lucía la habitación, se sentía incómodo. No solo eso, había un enorme espejo en la pared, colocado justo frente a la cama, como si estuviera ahí para observar toda la acción.

Un "click" en la puerta captó su atención. Era un chico.

Vestía un pequeño conjunto negro que abrazaba sus piernas blancas y delgadas. Su cabello blanco destacaba bajo la tenue iluminación, y sus ojos púrpuras le parecieron hermosos.

Yuta tragó saliva con dificultad.

Pudo notar el miedo y el pánico en su mirada. No era solo que sus ojos estaban hinchados; era evidente que había estado llorando. Sus feromonas estaban alborotadas por los nervios.

—H-hola—, murmuró con torpeza, sintiendo cómo el calor subía hasta sus mejillas. Apenas terminó de pronunciar la palabra, ya se estaba golpeando mentalmente, avergonzado por lo patético que sonaba ese saludo tan estúpido en una situación como esta.

Tenia que arreglarlo.

Tenia que arreglarlo

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Lazos incomprensibles. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora