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Megumi se dirigía a la cafetería de sus padres. El resto del día había pasado volando. Después del altercado con Naoya y de soportar las miradas despectivas de la gente, lo único que deseaba era comer.

No había pensado en que llevaba un cachorro consigo, algo que sin duda haría que sus padres malinterpretaran la situación, pero en ese momento ni siquiera pensó en eso. Subió al taxi y, tras unos minutos, llegó frente a la cafetería.

Era enorme. Después de huir de los Zenin, sus padres se habían enfocado en construir un negocio que les permitiera ofrecer una vida cómoda a sus hijos. Con los años, habían cumplido su promesa. No eran ricos, pero sin duda vivían bien.

El omega tomó al bebé con cuidado después de pagar. En cuanto entró a la cafetería, un delicioso olor llegó a su nariz. Pastel de chocolate; lo reconocía bien.

Una cabellera blanca salió de la cocina con unos platos llenos de pastelillos y galletas.

El hombre, con unos hermosos ojos azules, dirigió la mirada a su hijo y rápidamente se le formó una sonrisa. —Hijo— Pero en el momento en que vio algo más que no eran el, la sonrisa se le borró.

Megumi caminó con toda la tranquilidad del mundo, sin notar que su padre se había puesto más blanco de lo normal —¡Paaapá, muero de hambre! ¿Cuál es la especialidad de hoy?.

—Megumi, ¡¿qué es eso?! —El menor lo miró desconcertado, preguntándose a qué se refería. Entonces se dio cuenta de que su padre miraba fijamente al pequeño cachorro, mientras el pequeño solo lo miraba con ojos brillosos.

—Ah, pa... —Megumi rápidamente intentó aclarar la situación— No es lo que parece...

Lo siguiente no se lo esperaba. Su padre soltó un grito de ¿emoción?

Satoru cruzó el mostrador a la velocidad de la luz y, en un abrir y cerrar de ojos, ya tenía al pequeño pelirrosa en sus manos.

—Megumi, ¿cómo pudiste ocultarlo? —le recriminó el mayor—. Sabes, nunca pensé que tendrías una vida amorosa. Si te soy honesto, jamás imaginé que formarías una familia con ese carácter tuyo. Dime, ¿quién es el padre? ¿Te trata bien? ¿Siguen juntos, verdad?

Satoru no dejaba de bombardearlo con preguntas cada vez más absurdas. Megumi no tenía tiempo de responder, y sabía que solo era cuestión de minutos antes de romperle la ilusión de que no era abuelo.

—Aunque es raro... Los Zenin tienen unos genes muy poderosos, y este pequeñín no se parece nada a ti —el mayor de los Gojo seguía sosteniendo a Yuuji mientras observaba cuidadosamente su rostro. Yuuji, por su parte, solo disfrutaba del calor y del suave aroma del alfa, mientras lo miraba fijamente—. Aunque no creo que a tu mamá le guste, pero por si acaso, estoy de tu lado y te defenderé, ¿de acuerdo?

—No es mi hijo. Además, mamá siempre te da una mirada y andas como un perrito.

—¿Qué?

—Es el hi- sobrino de un amigo, y lo voy a cuidar por un tiempo. No eres abuelo, así que, por favor, deja de alucinar.

—No me lo puedo creer, Megumi, me dueles. Me haces ilusionarme para nada—lloriqueó.

Megumi decidió ignorar a su padre. Lo conocía lo suficiente para saber que se le pasaría en el momento que su madre le recriminara el por que estaba llorando.

—Satoru, ¿ahora por qué lloriqueas? —se escuchó una voz proveniente de la cocina. Era Toji.

Toji salió, ya más que preparado para calmar a su alfa. Cuando llegó al frente, lo primero que vio fue a su hijo y a Satoru con un bebé en brazos. ¿Qué carajos?

Lazos incomprensibles. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora