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Había pasado una semana larga y solitaria sin Sara. Su ausencia había hecho que cada día se sintiera interminable, y aunque me había acostumbrado a las rutinas forzadas de la casa de Richard, la falta de su presencia, de su apoyo silencioso y de esos pequeños gestos que hacían mi vida más soportable, había hecho que esos días fueran más oscuros.

Aquella mañana, después de darme una ducha, me sentí ligeramente mejor. El agua caliente había aliviado un poco la tensión acumulada en mis músculos, y la simple comodidad de tener ropa limpia en mi habitación me ayudaba a mantener un tenue sentido de normalidad. Me vestí con un conjunto cómodo, una sudadera suave y unos pantalones de algodón, y me dejé caer sobre la cama, contemplando el vacío de mi día sin Sara.

Entonces, escuché el sonido familiar de la puerta de mi habitación abriéndose. Mi corazón dio un vuelco de alegría cuando vi a Sara entrar, cargada con un montón de bolsas.

—¡Sara! —exclamé, mi voz reflejaba la sorpresa y el alivio de verla.

Sara me sonrió cálidamente mientras luchaba por equilibrar las bolsas que llevaba en ambas manos.

—Richard dijo que podía traerte algunos regalos —dijo, moviendo las bolsas con entusiasmo.

Sentí una oleada de emoción, una sensación que no había experimentado en mucho tiempo. Me incorporé rápidamente en la cama y le di unas palmadas en la colcha, invitándola a sentarse a mi lado.

—¡Ven, siéntate aquí! —dije, mi sonrisa era genuina y ansiosa por ver lo que había traído.

Sara se acercó y dejó las bolsas en el suelo junto a la cama antes de sentarse a mi lado. La emoción en sus ojos reflejaba la mía, y por un momento, la opresión de la casa de Richard pareció disiparse.

—Mira lo que te traje —dijo Sara, sacando un vaso Stanley de una de las bolsas—. Este vaso es para que puedas echarle agua y tenerlo contigo todo el día en tu cuarto. Así no tendrás que salir si estás enojada con Richard. Mantendrá el agua fría por mucho tiempo.

Tomé el vaso en mis manos, admirando su diseño simple pero elegante. La idea de tener algo tan útil y reconfortante en mi habitación, algo que me permitiera mantener un pequeño control sobre mi entorno, me llenó de gratitud.

—Gracias, Sara —dije suavemente, tocando la superficie del vaso—. Es perfecto.

Sara sonrió, complacida, y continuó sacando cosas de las bolsas.

—También te traje esto —dijo, entregándome un par de crocs—. Para que no andes descalza por la casa. Son cómodas y fáciles de poner.

Me reí ligeramente al ver las crocs, eran color pastel, suaves al tacto y con un diseño que me hizo sentir una calidez en el pecho. Me las puse de inmediato y sentí cómo se amoldaban perfectamente a mis pies.

—¡Son geniales! —exclamé, mirando mis pies con una sonrisa.

Sara siguió sacando más cosas de las bolsas, una tras otra, con la emoción de alguien que disfruta al dar regalos.

—Aquí tienes un diario —dijo, sacando un cuaderno de tapa dura y unos lápices—. Me di cuenta de que te gusta dibujar en las servilletas cuando Richard deja algunos lapiceros por ahí, así que pensé que te gustaría tener algo más apropiado para escribir o dibujar. Puedes anotar tus pensamientos, o simplemente dejar que tu creatividad fluya.

Tomé el diario con cuidado, sintiendo la suavidad de la cubierta bajo mis dedos. Los lápices eran de colores variados, perfectos para dibujar o escribir. Era un gesto pequeño, pero para mí significaba mucho. Tener un espacio donde plasmar mis pensamientos, o simplemente perderme en un dibujo, era un regalo más valioso de lo que Sara podría imaginar.

—Es maravilloso, Sara —dije, mirando los lápices con admiración—. No sé cómo agradecerte.

—No tienes que agradecerme nada —respondió ella con una sonrisa—. Solo quiero que tengas algo que te haga sentir mejor durante el día.

Continuó sacando más regalos, y cada uno parecía estar pensado específicamente para hacerme sentir más cómoda y cuidada.

—También te traje algunos perfumes y productos de cuidado de la piel —dijo, sacando pequeñas botellas y frascos—. No son mucho, pero pensé que te gustaría tener algo más que hacer durante el día. Te ayudarán a relajarte.

Los perfumes eran delicados, con fragancias suaves que me transportaban a un lugar más tranquilo, lejos de la realidad que me rodeaba. Los productos de skincare eran un recordatorio de que, a pesar de todo, todavía era importante cuidar de mí misma.

—Es todo tan lindo, Sara —dije, mirando los frascos con una mezcla de sorpresa y gratitud—. No sé cómo lograste traer todo esto.

—Quería que te sintieras mejor —respondió Sara suavemente, mientras sacaba algunas prendas de ropa de la bolsa—. También traje algunas prendas nuevas para que tengas más opciones para vestirte. Sabía que te alegraría tener algo diferente que ponerte.

Las prendas eran sencillas, pero bonitas, con colores suaves y cómodos tejidos que me hicieron sentir un poco más normal, como si estuviera eligiendo qué ponerme para un día común y corriente.

Sara parecía tener una sorpresa final, algo que había guardado hasta el final.

—Y esto es especial —dijo, sacando dos manillas de mejor amiga, una para cada una—. Una es para ti y la otra... bueno, cuando vuelvas a ver a Salomé, se la das.

Las manillas eran simples, pero el significado detrás de ellas me conmovió profundamente. Tomé la mía, sintiendo el peso ligero en mi muñeca, como si fuera un recordatorio constante de la amistad que aún me mantenía unida al mundo exterior.

—Salomé estaría tan feliz de ver esto —murmuré, tocando la manilla con cuidado—. Gracias, Sara.

Ella asintió, sus ojos estaban llenos de comprensión y empatía.

Finalmente, Sara sacó un pequeño brillo labial y un peluche de la bolsa.

—Este brillo labial es para que te sientas un poco más arreglada cuando lo necesites —dijo, entregándomelo con una sonrisa—. Y este peluche es para que te haga compañía. Sé que puede sonar tonto, pero a veces tener algo que abrazar puede hacer una gran diferencia.

El peluche era suave y pequeño, con un diseño tierno que me recordó que no estaba tan sola como a veces sentía. Lo abracé contra mi pecho, sintiendo una calidez que hacía tiempo no experimentaba.

—No es tonto, Sara —dije, con una sonrisa que estaba a punto de convertirse en lágrimas de agradecimiento—. Es justo lo que necesitaba.

—Ah, casi se me olvida —dijo Sara, sacando una caja de chocolates de la bolsa—. Estos son para cuando necesites un pequeño placer dulce. Porque a veces, un poco de chocolate es todo lo que se necesita para mejorar un día.

Los chocolates eran una delicia inesperada, y me hizo sonreír saber que Sara había pensado en cada detalle, en cada pequeña cosa que podría alegrar mis días.

Me quedé allí, sentada en la cama rodeada de todos estos regalos, sintiéndome abrumada por la generosidad de Sara. Ella me miró, complacida con mi reacción, y me di cuenta de que su apoyo no solo era invaluable, sino que también era un recordatorio constante de que no estaba completamente perdida en este mundo oscuro.

—Sara... —comencé, sin saber exactamente cómo expresar lo que sentía—. Gracias. No solo por los regalos, sino por estar aquí. No sé qué haría sin ti.

Sara me tomó la mano, apretándola suavemente.

—No tienes que hacer esto sola, Kristen. Estoy aquí, y mientras pueda, seguiré estando a tu lado. No dejes que Richard te robe todo lo que eres. Aún tienes muchas razones para seguir adelante.

Asentí, las lágrimas finalmente se deslizaron por mis mejillas, pero esta vez no eran solo de tristeza. Eran de gratitud, de un renovado sentido de esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí un poco más fuerte, un poco más capaz de enfrentar lo que el futuro me deparara.

Porque mientras tuviera a personas como Sara y la promesa de reencontrarme con Salomé, sabía que podía seguir luchando, un día a la vez. Y eso, en sí mismo, era un regalo que no podía permitirme desperdiciar.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora