60

704 76 17
                                    



Desperté en una habitación que conocía demasiado bien, pero que en ese momento me parecía extrañamente ajena. El suave zumbido del aire acondicionado era lo único que rompía el silencio, y la tenue luz que se filtraba por las cortinas apenas iluminaba el espacio a mi alrededor. Sentía la cabeza pesada, como si una nube densa envolviera mis pensamientos, y el cuerpo me dolía, como si hubiera corrido una maratón.

Parpadeé un par de veces, tratando de recordar cómo había llegado hasta aquí, y entonces, como una bofetada, los recuerdos comenzaron a fluir. La oficina de Richard, la droga, el subidón de euforia que me había consumido y, finalmente, el rostro de Richard, lleno de preocupación y rabia al mismo tiempo.

Sentí un nudo en el estómago. Había metido la pata de una manera monumental, y lo peor de todo era que ni siquiera podía entender por qué lo había hecho. Solo sabía que todo se sentía vacío ahora, como si esa chispa de placer que había sentido se hubiera apagado, dejándome solo con la cruda realidad de mis acciones.

La puerta de la habitación se abrió lentamente, y vi a Richard entrar. Llevaba la misma ropa de la noche anterior, lo que significaba que no se había cambiado, y eso solo podía significar que no había dormido nada. Sus ojos estaban cansados, pero en su rostro no había rastro de la furia que esperaba. Solo había una mezcla de agotamiento y decepción, lo que de alguna manera dolía más.

—Estás despierta —dijo, su voz baja, sin ninguna inflexión de emoción.

Asentí lentamente, sin saber qué decir. No quería enfrentar lo que venía, pero sabía que no tenía otra opción.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, aunque su tono sugería que ya conocía la respuesta.

—Como si me hubiera pasado un camión por encima —respondí en un susurro, bajando la mirada al suelo. No podía sostener su mirada, no después de todo lo que había hecho.

Richard se acercó a la cama y se sentó en el borde, dejando un espacio entre nosotros que se sentía más grande de lo que realmente era.

—Kristen, ¿en qué estabas pensando? —preguntó finalmente, su tono era una mezcla de preocupación y algo más, algo que no podía identificar del todo.

Tragué saliva, sintiendo el nudo en mi garganta hacerse más grande. —No lo sé... simplemente... lo hice. Ni siquiera puedo explicarlo.

Él dejó escapar un largo suspiro, pasándose una mano por el cabello desordenado. —¿Sabes lo peligroso que fue eso? —continuó, su voz más firme ahora—. Podrías haberte hecho un daño irreversible, y eso... eso me mata, Kristen.

Su última frase me golpeó con fuerza. No esperaba que dijera algo así. Miré sus manos, que estaban apretadas en puños sobre sus rodillas, y me di cuenta de lo asustado que realmente estaba. No era solo la furia lo que lo movía, sino el miedo de que hubiera podido perderme de una manera irreversible.

—Lo siento... —murmuré, sintiendo las lágrimas subir a mis ojos—. No quise asustarte. Solo... estaba aburrida, y la curiosidad me ganó.

—La curiosidad no es excusa para esto —respondió Richard, pero su tono se suavizó al ver las lágrimas que comenzaban a correr por mis mejillas—. Lo que más me preocupa es que... que esto signifique algo más. ¿Estás... estás bien, Kristen? Quiero decir, realmente bien.

Me quedé en silencio por un momento, sin saber cómo responder. ¿Estaba bien? La verdad era que no lo sabía. Había tantas cosas en mi cabeza, tantas emociones que no podía procesar, y la tentación de simplemente evadir todo había sido demasiado fuerte.

—No lo sé, Richard —dije finalmente, levantando la mirada hacia él—. No sé si estoy bien. Todo ha sido tan... confuso. A veces siento que no tengo control sobre nada, y solo... quería sentirme bien por un momento.

Richard cerró los ojos por un segundo, como si estuviera absorbiendo mis palabras. Luego, cuando los abrió, su expresión era de determinación.

—Entonces, necesitamos arreglar esto —dijo con firmeza—. No voy a dejar que te hundas en esto, Kristen. Te prometo que estaré aquí, pero necesitas ser honesta conmigo. Si algo no está bien, si sientes que te estás perdiendo, tienes que decírmelo.

Sus palabras resonaron en mí, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez no estaba tan sola como pensaba. Sabía que había hecho algo terrible, pero también sabía que él no iba a darme la espalda, no ahora.

—Lo haré... —prometí, aunque no estaba segura de cómo lo haría. Pero el simple hecho de decirlo en voz alta me dio un pequeño alivio.

Richard asintió, y se inclinó hacia mí, tomando mi mano entre las suyas. Su tacto era firme, reconfortante, y por primera vez en mucho tiempo, me permití confiar en que las cosas podían mejorar.

—Vamos a salir de esta —susurró—. Juntos.

Me aferré a esas palabras como un ancla, sabiendo que el camino sería difícil, pero también sabiendo que no lo recorrería sola.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora