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Después de que la pizza llegó y devoramos cada bocado, nos dejamos caer en el sofá, completamente satisfechos. La conversación era ligera, tranquila, pero ambos sabíamos que la noche aún no había terminado. Sentía su mirada sobre mí, y aunque no decía nada, había algo en el aire que me hacía saber que esta noche sería diferente.

Cuando nos levantamos para irnos a la cama, Richard me tomó de la mano, impidiéndome caminar hacia mi habitación.

—¿Te quedas conmigo esta noche? —preguntó, su voz suave, pero con un tono que no dejaba lugar a la duda.

Lo miré por un momento, sintiendo cómo su propuesta me envolvía. Era la primera vez que él me pedía algo así de manera tan directa, y la verdad era que no tenía ninguna intención de negarme.

—Claro —respondí, dándole una sonrisa que intentaba ocultar mi creciente excitación.

Subimos a su habitación, y el aire frío que salía del aire acondicionado me dio la bienvenida, haciéndome estremecer. Me encantaba la sensación del frío en contraste con el calor de nuestros cuerpos bajo las sábanas. Mientras Richard cerraba la puerta, me quité la ropa con calma, disfrutando de la expectación que crecía en el ambiente. Me quedé en ropa interior, dejándome caer en su cama grande y cómoda. Las sábanas eran suaves al tacto, envolviéndome en una sensación de tranquilidad.

Richard no tardó en unirse a mí. Se deshizo de su ropa con la misma naturalidad, quedando solo en ropa interior. Se metió en la cama, y sin decir una palabra, nos acurrucamos bajo las sábanas, sintiendo el frío del aire acondicionado en contraste con el calor de nuestras pieles.

Estábamos juntos, piel contra piel, pero en silencio. Ninguno de los dos parecía tener prisa, aunque podía sentir su respiración agitada contra mi cuello, y el roce de sus dedos contra mi cintura me hacía estremecer. Quería más, mucho más. Esta vez, era yo quien quería tomar la iniciativa.

Me acerqué a él, dejando que mi cuerpo se deslizara más cerca del suyo. Mi mano descansó en su pecho, y lentamente comencé a acariciarlo, disfrutando de cómo se estremecía bajo mi toque. Su piel era cálida, y su respiración se volvía más profunda a cada caricia.

No podía resistirlo más. Me acerqué a su rostro y lo besé, un beso lleno de deseo, de necesidad. No había nada suave en este beso, era un beso desesperado, uno que decía todo lo que las palabras no podían. Richard respondió de inmediato, sus labios moviéndose con los míos en un ritmo frenético, lleno de pasión.

Tomé el control, moviéndome encima de él. Sentí cómo sus manos se deslizaban por mi espalda, bajando hasta mi cintura, tirando de mí hasta que quedé completamente sobre él. Su erección ya era evidente, y el roce de su cuerpo contra el mío me hacía arder por dentro. Mi piel se erizaba con cada caricia, cada movimiento de sus manos sobre mí.

Sus labios dejaron los míos y comenzaron a bajar por mi cuello, dejando un rastro de besos y lamidas que me hacían estremecer. Me deshice de mi sostén, dejándolo caer al suelo, mientras él se dedicaba a mis pechos, besándolos, lamiéndolos, haciendo que todo mi cuerpo se encendiera.

El ambiente en la habitación era eléctrico. Cada respiración, cada gemido quedaba atrapado en la intimidad que creábamos. Richard me ayudó a deshacerme de mis calcetines y luego de mi ropa interior, y yo hice lo mismo con sus bóxers. Ambos estábamos expuestos, vulnerables, pero completamente entregados el uno al otro.

—Eres hermosa —murmuró en mi oído, y sus palabras me hicieron vibrar de placer. El poder de sus palabras sobre mí era increíble. Me derretía por dentro cada vez que lo escuchaba decir algo así.

Me tumbó con cuidado, haciéndome quedar debajo de él. Sentí sus labios recorrer mi cuerpo, desde mis pechos hasta mi abdomen, dejando un rastro de calor a su paso. El deseo me consumía, y cuando su boca llegó a mi entrepierna, solté un pequeño gemido, incapaz de contenerlo.

Richard comenzó a lamerme suavemente, sus movimientos eran lentos, calculados, como si quisiera hacerme disfrutar cada segundo. Su lengua se movía con una precisión que me hacía arquear la espalda, mientras mis manos se aferraban a las sábanas. El placer se construía dentro de mí, y cada vez que creía que no podía soportarlo más, él cambiaba el ritmo, llevándome a otro nivel.

—Richard... —gemí, sintiendo cómo todo mi cuerpo respondía a él. Mis piernas se abrieron un poco más, dándole acceso completo a mi intimidad, y él lo aprovechó, llevándome al límite con su lengua.

Cuando creía que el placer no podía ser más intenso, Richard se detuvo. Lo miré con una mezcla de desesperación y deseo, y él sonrió antes de tomar un frasco de lubricante de aceite de la mesita de noche. El aceite era cálido al contacto, y cuando lo aplicó en mi cuerpo, sentí cómo todo se volvía más intenso, más sensual.

—Relájate... —murmuró mientras comenzaba a masajearme con el aceite, sus manos recorriendo cada centímetro de mi piel. Sus movimientos eran lentos, meticulosos, y aunque el masaje era relajante, también me encendía de nuevo. Cuando llegó a mis pechos, no pudo evitar manosiarme con fuerza, y yo solté un gemido involuntario.

Sus dedos encontraron su camino hacia mi interior, moviéndose con un ritmo lento al principio, pero aumentando la velocidad poco a poco. Sentía cómo todo mi cuerpo se tensaba, cómo el placer volvía a crecer, y lo único que podía hacer era rendirme por completo a él.

Finalmente, Richard se posicionó encima de mí, y cuando lo sentí dentro de mí, todo el mundo desapareció. Nos movíamos juntos, nuestros cuerpos sincronizados, mientras nuestras respiraciones se mezclaban en un ritmo frenético. Sentía cómo cada empuje me llevaba más cerca del borde, y cuando finalmente llegué, todo mi cuerpo se estremeció con la intensidad del orgasmo.

Richard no tardó en seguirme, y cuando ambos llegamos al clímax, nos quedamos quietos, envueltos en el calor del otro. Respirábamos pesadamente, pero había una satisfacción en el aire que era casi palpable.

Me tumbé a su lado, exhausta pero completamente satisfecha. Sentía su cuerpo pegado al mío, y la sensación de estar envuelta en sus brazos era todo lo que necesitaba. Mientras me acurrucaba más cerca de él, sentí cómo el sueño comenzaba a invadirme.

—¿Estás bien? —murmuró Richard, su voz suave mientras acariciaba mi espalda.

Asentí, demasiado cansada para responder con palabras, pero completamente feliz. Nos envolvimos en las sábanas, dejando que el frío del aire acondicionado nos mantuviera cómodos. Estábamos envueltos en esa pequeña burbuja de intimidad, y no quería que nada la rompiera.

Esa noche, nos quedamos dormidos juntos, semi desnudos y envueltos en las sábanas. Sentía su respiración tranquila contra mi cuello, su brazo sobre mi cintura, y supe que, pase lo que pase, en ese momento, todo estaba bien.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora