Habían pasado dos semanas desde aquella tarde en la que todo cambió. Dos semanas sin noticias de Richard, sin un solo rastro de su paradero. Parecía como si hubiera desaparecido por completo, tragado por la oscuridad que lo había estado persiguiendo desde hacía tiempo. Y mientras los días pasaban, mi corazón se iba hundiendo cada vez más en un abismo del que no sabía si podría salir.
La casa de salí se sentía vacía, fría. Cada rincón me recordaba a él, a nuestras peleas, a los momentos en los que pensé que quizá, solo quizá, podríamos arreglar las cosas. Pero ahora... ahora no quedaba nada. Sólo silencio y la constante ansiedad de no saber qué había sido de él.
La señora Sandra, la madre de Richard, se había encariñado profundamente con Kahori. Casi todos los días venía a buscarla para llevarla a su casa y pasar tiempo con ella. Era un alivio para mí, porque en esos momentos en los que Kahori no estaba, podía darme el lujo de ser lo que realmente era: un desastre. Me refugiaba en el alcohol, algo que nunca pensé que haría, pero que se había convertido en mi único consuelo.
Me encerraba en mi habitación con una botella de vino o lo que fuera que encontrara en la despensa, bebiendo hasta que la realidad se volvía borrosa y los recuerdos de Richard, de su ausencia, se desvanecían por unas horas. A veces me quedaba mirando la ventana, esperando que por algún milagro él apareciera en la entrada, pero esos momentos siempre terminaban en lágrimas.
Salomé estaba preocupada, lo sabía. Venía a verme todos los días, intentaba sacarme de la habitación, hacer que comiera, que hablara. Pero yo no podía. Me sentía atrapada en una espiral de dolor, una en la que no había espacio para el optimismo.
Una tarde, mientras estaba en la cama, envuelta en las sábanas con una botella vacía a un lado, Salomé entró a mi habitación, sosteniendo un sobre en la mano. Su rostro mostraba preocupación, pero también una especie de alivio.
—Te llegó esto —dijo, entregándome la carta.
Tomé el sobre sin decir nada, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido. Lo reconocí al instante. Era de Sara. Hacía días que no sabía nada de ella, y aunque no quería admitirlo, la había echado de menos. Deslicé mis dedos por el borde del sobre y saqué la carta, mientras Salomé me observaba en silencio.
La carta estaba escrita a mano, con la caligrafía cuidadosa de Sara. Me tomé un segundo antes de empezar a leer, preparándome para lo que fuera que ella tuviera que decirme.
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**Carta de Sara:**
Kristen,
No sé si leerás esto o si simplemente lo apartarás como una cosa más en medio del caos, pero quería escribirte. Sé que las cosas han sido difíciles y que mi ausencia probablemente no ayudó, pero había cosas que debía resolver. No podía quedarme. Las situaciones con Richard, la casa, todo se volvía más complicado de lo que podía manejar.
Nunca tuve la oportunidad de despedirme adecuadamente, así que esta carta es mi forma de decir adiós, aunque espero, de alguna manera, volver a verte.
Richard te ama, lo sé. Sé que puede parecer que se ha ido para siempre, pero créeme, él siempre regresa. Es su forma de hacer las cosas, por más dolorosa que sea para quienes nos quedamos aquí, esperando.
Yo no podré volver, al menos no por ahora. Pero quiero que sepas que siempre te llevaré conmigo. Eres fuerte, más de lo que crees, y aunque ahora no lo veas, saldrás de esto.
Cuida de Kahori. Cuida de ti misma. Y, por favor, no dejes que el dolor te destruya.
Con cariño,
Sara
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Leí la carta en silencio, dejando que cada palabra se hundiera en mi pecho. Las lágrimas volvieron a llenar mis ojos, y aunque intenté mantener la compostura, fue inútil. Sara no iba a volver. Lo sabía. Y aunque ella mantenía la esperanza de que Richard sí lo hiciera, yo no podía permitirme creer en eso.
Sandra, la mamá de Richard, me había dicho un par de veces que esto ya había pasado antes. Que Richard tenía sus maneras de desaparecer, pero siempre volvía. Ella mantenía la esperanza viva, aferrada a la idea de que su hijo no la dejaría en la oscuridad por mucho tiempo. Pero para mí, las cosas eran diferentes. No podía creer que todo fuera a solucionarse como si nada. Cada día que pasaba, la posibilidad de que Richard regresara se sentía más lejana, más imposible.
Salomé me observaba desde la esquina de la habitación, sin decir nada, dándome espacio para procesar lo que acababa de leer. Sabía que ella también estaba preocupada por mí, pero en ese momento, no había palabras que pudieran consolarme.
—No voy a volver a saber nada de ella, ¿verdad? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
—No lo sé, Kris —respondió Salomé, sentándose en el borde de la cama—. Pero tienes que seguir adelante. No puedes dejar que esto te consuma.
Quería responderle, decirle que lo entendía, que lo intentaría. Pero las palabras se atoraron en mi garganta. Todo se sentía demasiado abrumador, demasiado grande para manejarlo. Solo quería que todo esto terminara, que las cosas volvieran a ser como antes, aunque sabía que eso era imposible.
El peso de la carta de Sara, de su despedida, se sentía como una piedra en mi corazón. Y mientras la guardaba cuidadosamente en el cajón de mi mesita de noche, me di cuenta de que el futuro era más incierto que nunca.
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Sombras de poder • Richard rios
RomantizmEn un mundo donde el fútbol y el narcotráfico se cruzan peligrosamente.