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Cuando el sol comenzó a ocultarse en el horizonte, bañando el jardín de la casa de Salomé con una cálida luz dorada, sentí cómo se acortaba el tiempo que me quedaba con Kahori. Cada segundo que pasaba, cada risa suya, cada palabra, se imprimían en mi corazón con una mezcla de alegría y tristeza. Sabía que la despedida era inevitable, pero no por eso menos dolorosa.

Me acerqué a Kahori, que estaba jugando con sus amigas, y la llamé suavemente.

—Kahori, ven aquí un momento —le dije, tratando de mantener mi voz tranquila y alegre.

Ella se volvió hacia mí con una sonrisa radiante y corrió a mis brazos sin pensarlo dos veces. La levanté en el aire, sintiendo su pequeño cuerpo cálido y lleno de vida, y la abracé con todas mis fuerzas, como si no quisiera dejarla ir.

—Te amo, pequeña —le susurré al oído, tratando de que no notara el temblor en mi voz—. Sé buena, escucha siempre a Salomé, y recuerda que siempre estoy pensando en ti, incluso cuando no estoy aquí.

Kahori asintió, su carita estaba iluminada por la inocencia y la felicidad de la infancia, sin ninguna sospecha de la realidad que yo estaba enfrentando.

—Yo también te amo, hermana. —Me miró con esos ojos grandes y brillantes, llenos de confianza y amor.

La coloqué suavemente en el suelo, pero mantuve una mano en su hombro, tratando de prolongar el momento.

—Prometo que volveré por ti, ¿lo recuerdas? —le dije, haciendo una señal con el dedo meñique para sellar nuestra promesa.

—¡Lo prometo! —respondió, su voz era un eco alegre mientras entrelazaba su pequeño meñique con el mío.

Nos quedamos así por un segundo, en silencio, compartiendo esa promesa como un vínculo inquebrantable que nos mantendría conectadas, sin importar lo que el futuro nos deparara.

—Ahora ve y sigue disfrutando de tu cumpleaños con tus amigas. No te preocupes por nada, ¿de acuerdo? —le dije, acariciando su cabello suave.

Kahori sonrió, como solo un niño puede hacerlo, con total confianza en que todo estaría bien. Corrió de regreso con sus amigas, anunciando con entusiasmo que su hermana mayor tenía un novio, como si esa fuera la noticia más increíble del mundo. La vi alejarse, y mi corazón se encogió, sabiendo que esa sería una de las últimas imágenes que tendría de ella durante un tiempo.

Me quedé de pie, observándola jugar, memorizando cada detalle de su rostro y su risa, mientras el sol se hundía lentamente en el horizonte.

Sentí una presencia detrás de mí y, al girarme, vi a Richard de pie, mirándome con una expresión que no pude leer del todo. Su habitual semblante impenetrable parecía haberse suavizado un poco en esos momentos, aunque todavía mantenía su aire de control.

—Es hora de irnos —dijo en voz baja, como si supiera que no quería escuchar esas palabras.

Asentí, sabiendo que no podía hacer nada para retrasar lo inevitable. Nos dirigimos hacia la puerta de la casa, donde Salomé nos esperaba, con una expresión mezcla de tristeza y comprensión.

—Gracias por todo, Salomé —le dije, tomando sus manos y apretándolas suavemente—. No sé qué haría sin ti.

—Siempre estaré aquí para ti y para Kahori, Kristen —respondió, su voz era firme, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas—. No te preocupes por nada más. Solo cuídate.

Nos abrazamos fuertemente una última vez, sintiendo el calor y el apoyo mutuo que habíamos compartido durante tantos años. Cuando nos separamos, Salomé me sonrió a través de las lágrimas.

—Recuerda, compartiremos esa manilla y todos los recuerdos que vienen con ella —dijo, mostrando la manilla en su muñeca.

Sonreí, a pesar del dolor en mi pecho.

—Así será —respondí, tocando mi propia manilla como un recordatorio de nuestra conexión.

Richard, que había permanecido en silencio hasta entonces, dio un paso adelante, asintiendo levemente a Salomé en señal de respeto. Luego, me tomó suavemente del brazo, guiándome hacia el coche. No me resistí, sabiendo que mi tiempo allí había terminado.

El viaje de regreso a la mansión fue silencioso, pero no incómodo. Miré por la ventana, viendo cómo las calles familiares de la infancia se desvanecían, sabiendo que dejaba atrás algo precioso, pero llevándome conmigo la esperanza de volver algún día.

Cuando llegamos a la mansión, la noche había caído por completo. Richard aparcó el coche y me abrió la puerta, como siempre hacía, con esa mezcla de autoridad y cortesía que le era tan propia.

Mientras caminábamos hacia la entrada de la casa, sentí una necesidad repentina de hablar, de decir algo que pudiera romper la barrera invisible que siempre había entre nosotros.

—Gracias, Richard, por permitirme ver a Kahori hoy —dije, mi voz era sincera, aunque cargada de la tristeza que todavía pesaba en mi corazón.

Richard se detuvo en la entrada, mirándome con esa expresión enigmática que tanto lo caracterizaba.

—No lo hice por ti —respondió, pero su tono era menos severo de lo habitual—. Lo hice porque sabía que lo necesitabas.

No supe qué decir a eso. En lugar de discutir o buscar más palabras, simplemente asentí, aceptando su respuesta tal como era. Sabía que había capas en Richard que nunca llegaría a entender del todo, y quizás eso era lo mejor.

Entramos en la mansión, y el silencio que nos envolvió fue diferente al de otras veces. No era una carga, sino más bien una tregua momentánea, un respiro antes de que la vida en esa casa volviera a la normalidad opresiva de siempre.

Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama, sintiendo el agotamiento emocional del día. Cerré los ojos, dejando que las imágenes del cumpleaños de Kahori y los abrazos de Salomé llenaran mi mente, aferrándome a esos momentos felices como un náufrago se aferra a un trozo de madera en el mar.

Sabía que los días por venir no serían fáciles, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que había una luz al final del túnel. Prometí que no importaba cuán oscuro se volviera el camino, seguiría luchando por volver a esos momentos, por recuperar mi vida y la de mi hermana.

Y con esa promesa en mi corazón, finalmente me dejé llevar por el sueño, esperando que el futuro me ofreciera una nueva oportunidad para cumplirla.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora