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El día había comenzado con una melancolía que no lograba sacudirme. Mire el calendario una y otra vez, sabiendo que ese día era especial, pero también doloroso. Era el cumpleaños de Kahori, mi hermana pequeña, y el deseo de estar con ella, de abrazarla y decirle cuánto la amaba, me quemaba por dentro. Pero sabía que, atrapada como estaba en la vida que Richard me había impuesto, eso era poco más que un sueño.

Pasé la mañana en mi habitación, sumida en pensamientos oscuros, sin fuerzas para comer o hacer cualquier cosa. A medida que las horas pasaban, me sentía cada vez más aislada, deseando que el día terminara pronto, solo para poder olvidar lo que estaba perdiendo.

Eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando la puerta de mi habitación se abrió sin previo aviso. Richard entró, su expresión era más tranquila de lo habitual, pero había una sombra de preocupación en sus ojos.

—No has desayunado ni almorzado —dijo, su voz era suave, pero cargada de una nota de reproche—. Cámbiate.

No tenía la energía para discutir o preguntar qué tenía en mente, así que simplemente obedecí. Me puse una falda sencilla, una camisa ancha y unos tenis que Richard me había comprado recientemente. Era un atuendo cómodo, pero adecuado para cualquier cosa que pudiera tener planeado. Todo el proceso de cambiarme fue automático, mi mente estaba aún nublada por la tristeza.

El camino hacia nuestro destino fue silencioso. Richard no dijo una palabra, y yo no tenía el ánimo para iniciar una conversación. Me acurruqué en el asiento del coche, dejando que el cansancio me venciera. Había llorado tanto la noche anterior que apenas había dormido, y ahora, el peso de la tristeza me hizo cerrar los ojos mientras el coche avanzaba por las calles.

No supe cuánto tiempo pasó, pero cuando volví a abrir los ojos, algo en el entorno me resultó familiar. Miré a mi alrededor, reconociendo el barrio al instante. El corazón me dio un vuelco cuando me di cuenta de dónde estábamos. Giré la cabeza y vi el lugar que conocía tan bien. Estábamos frente a la casa de Salomé.

El asombro y la emoción me invadieron de inmediato. Miré a Richard, buscando alguna señal de que esto no era un sueño. Él me devolvió la mirada y, sorprendentemente, me sonrió tímidamente mientras quitaba el seguro de la puerta del coche, algo que nunca hacía. Siempre era él quien abría la puerta por mí.

No necesitaba más. Bajé rápidamente del coche, sintiendo la urgencia de cada paso. Escuché cómo Richard hacía lo mismo detrás de mí, pero en ese momento, mi atención estaba completamente centrada en lo que tenía delante. La puerta de la casa de Salomé estaba entreabierta, y un impulso incontrolable me llevó hacia el jardín.

Al acercarme, vi los globos decorando el lugar y una mesa con un pastel en el centro. Todo estaba listo para una pequeña celebración. Pero lo que realmente me llenó de alegría fue ver a Kahori. Mi hermana me vio y corrió hacia mí, sus pequeños brazos abiertos y una sonrisa que iluminaba todo el jardín.

—¡Volviste! —exclamó, lanzándose a mis brazos con una fuerza que casi me derribó. Mis ojos se aguaron al sentir su abrazo cálido y familiar.

—Sí, pequeña, volví —dije con la voz quebrada por la emoción.

Pero antes de que pudiera decir algo más, Kahori levantó la vista y miró a Richard, que se mantenía a cierta distancia, observándonos.

—¿Quién es él? —preguntó, señalándolo con curiosidad infantil.

Mi corazón se aceleró al darme cuenta de la situación. No podía decirle la verdad, no podía exponerla a la oscuridad que era Richard y todo lo que él representaba. Así que hice lo único que podía hacer en ese momento.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora