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Los días siguientes transcurrieron en un silencio tenso. Richard y yo nos manteníamos distantes, atrapados en nuestras respectivas realidades, sabiendo que la tregua frágil que habíamos alcanzado después de la última misión no era más que eso: frágil. La mansión estaba envuelta en una quietud inquietante, como si algo oscuro se estuviera gestando debajo de la superficie, esperando el momento adecuado para salir a la luz.

Una mañana, mientras el sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las gruesas cortinas de la sala, Valeria apareció de nuevo en la mansión. Esta vez, sin la rabia en los ojos que había mostrado durante su última visita. Parecía más tranquila, pero había algo en su postura que me hizo sentir un nudo en el estómago. Había algo que no estaba bien.

Richard la recibió en el vestíbulo, su expresión era tan fría como siempre, pero había una tensión subyacente en su mandíbula, una dureza que no se podía ignorar. Me quedé en el pasillo, observando desde la distancia, demasiado curiosa y preocupada como para alejarme.

—Valeria, ¿qué haces aquí? —preguntó Richard, su tono era cortante, como si no tuviera tiempo para juegos.

Valeria no respondió de inmediato. En lugar de eso, se llevó una mano al vientre, como si el peso de lo que estaba por decir la estuviera aplastando.

—Necesitamos hablar, Richard. Y esta vez, de verdad —dijo, su voz era baja, pero cargada de una gravedad que hizo que Richard frunciera el ceño.

Hubo un largo silencio mientras los dos se miraban fijamente, midiendo el uno al otro, antes de que Richard finalmente diera un paso atrás y la invitara a entrar.

Me escondí tras la esquina, observando cómo ambos desaparecían en el despacho. Cerraron la puerta detrás de ellos, y por un momento, todo quedó en silencio.

Pero la curiosidad me consumía. Sabía que lo que Valeria tenía que decir no era algo trivial, y no podía alejarme sin saber qué estaba ocurriendo. Con el corazón latiendo con fuerza, me acerqué a la puerta del despacho, intentando escuchar sin ser descubierta.

Dentro, la conversación comenzó a fluir, aunque a un ritmo pausado, como si ambos estuvieran eligiendo sus palabras con cuidado.

—Richard, lo que te voy a decir... no es fácil para mí. Pero mereces saber la verdad —comenzó Valeria, su voz era suave, casi temblorosa.

—¿Qué verdad, Valeria? —preguntó Richard, su tono no mostraba más que impaciencia.

Hubo una pausa, y luego escuché a Valeria tomar aire antes de continuar.

—El bebé... —dijo lentamente, como si cada palabra fuera una carga—. El bebé no es tuyo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Casi podía escuchar el eco de esas palabras rebotando en las paredes del despacho. Me quedé sin aliento, mi mente corría tratando de procesar lo que acababa de escuchar. El bebé no era de Richard. La declaración era tan impactante que me quedé paralizada.

—¿Qué acabas de decir? —la voz de Richard era baja, pero cargada de una furia contenida.

—Lo siento, Richard. Sé que te debí haber dicho esto desde el principio, pero... tenía miedo. Tenía miedo de lo que pasaría si te decía la verdad —respondió Valeria, su tono estaba lleno de remordimiento.

Podía imaginar a Richard mirándola con esos ojos fríos y calculadores, su mente procesando cada palabra, cada mentira. Sabía que no iba a reaccionar bien, y me preparé para lo peor.

—¿De quién es entonces? —preguntó Richard finalmente, su tono era tan frío que me hizo temblar.

—Es de alguien con quien estuve antes de ti... —dijo Valeria, su voz apenas era un susurro—. No quería que lo supieras porque pensé que... pensé que si creías que era tuyo, me ayudarías. No estaba lista para enfrentar esto sola.

El silencio que siguió fue aún más tenso que antes. Podía sentir la ira de Richard desde donde estaba, una ira que estaba a punto de desbordarse.

—Entonces todo esto... —comenzó Richard, su voz estaba llena de una furia helada—. Todo esto fue una mentira. Me hiciste creer que era responsable de un hijo que ni siquiera es mío, solo para manipularme.

Valeria dejó escapar un sollozo ahogado, pero no pude ver su expresión. Todo lo que sabía era que Richard estaba al borde de perder el control.

—¡Sal de mi vista, Valeria! —exclamó Richard de repente, su voz resonó por toda la mansión.

El golpe seco de la puerta del despacho abriéndose me sacó de mi escondite. Me eché hacia atrás, justo a tiempo para ver a Valeria salir apresuradamente, con lágrimas corriendo por su rostro. No me vio, o si lo hizo, no le importó. Salió de la mansión sin mirar atrás.

Me quedé allí, sin saber qué hacer. No sabía si debía ir a ver a Richard, o si debía mantenerme alejada. Pero antes de que pudiera decidirme, lo vi salir del despacho, su expresión era de pura ira. Supe en ese momento que no quería estar en su camino.

Pero, al mismo tiempo, no podía dejarlo solo en ese estado.

—Richard... —comencé a decir, pero me interrumpió antes de que pudiera continuar.

—No, Kristen —dijo, su tono era cortante, como un filo de acero—. No quiero escuchar nada. No ahora.

Lo observé, vi la tormenta que se desataba detrás de sus ojos, y supe que había más en juego de lo que él dejaba ver. Sabía que estaba lidiando con el hecho de haber sido manipulado, de haber sido utilizado, y aunque no lo admitiera, eso lo afectaba más de lo que quería mostrar.

Finalmente, se giró y se dirigió hacia la puerta de salida, dejándome sola en el pasillo. El sonido de la puerta principal cerrándose con fuerza resonó en la casa vacía, y supe que Richard había salido para despejar su mente, para encontrar una forma de procesar lo que acababa de descubrir.

Me quedé allí, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Sabía que la verdad había salido a la luz, pero también sabía que eso no significaba que las cosas iban a mejorar de inmediato.

Y mientras observaba la oscuridad de la casa, me di cuenta de que este era solo el comienzo de una nueva batalla, una en la que tendría que luchar para mantener mi propia supervivencia en medio del caos.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora