La mañana después de aquella intensa noche no trajo la claridad que esperaba. Me desperté con una sensación de incomodidad, como si el mundo estuviera fuera de lugar, como si el aire a mi alrededor fuera más pesado. El recuerdo del beso con Richard aún ardía en mi mente, un recordatorio de la compleja y peligrosa dinámica que existía entre nosotros.Sabía que no podía evitarlo para siempre, así que después de vestirme, me dirigí a la cocina. El café había sido mi refugio últimamente, y mientras me preparaba una taza, intenté planear lo que diría cuando lo viera. Pero la verdad era que no tenía idea de cómo manejar lo que había pasado. Habíamos cruzado una línea, y no había manera de volver atrás.
El sonido de los pasos de Richard resonó en el pasillo, y mi corazón se aceleró. Entró en la cocina, y su presencia llenó el espacio de inmediato. Su mirada se encontró con la mía, y por un momento, pensé que tal vez podríamos hablar de lo que había pasado, intentar encontrar alguna forma de reconciliación.
Pero su expresión era fría, dura, como si la cercanía que habíamos compartido la noche anterior hubiera desaparecido por completo.
—¿Cómo dormiste? —preguntó, su tono era neutral, casi desinteresado.
—Bien —respondí automáticamente, aunque ambos sabíamos que no era cierto. No había dormido bien en absoluto, y estaba segura de que él tampoco.
Richard se sirvió una taza de café y se apoyó contra la encimera, observándome con esa mirada penetrante que me hacía sentir desnuda, vulnerable.
—¿Tienes algo que decir sobre lo que pasó anoche? —preguntó, su voz era baja pero cargada de una tensión subyacente.
Sentí que mi estómago se revolvía. No sabía cómo abordar el tema sin que todo estallara nuevamente, pero no podía simplemente ignorarlo.
—Richard, lo que pasó anoche... fue un error —dije, tratando de mantener mi voz firme—. No debería haber sucedido.
Su expresión se endureció, y vi cómo la chispa de furia brillaba en sus ojos.
—¿Un error? —repitió, su tono era sarcástico—. ¿Eso es lo que crees que fue? Un simple error.
—Sí —respondí, con más convicción de la que realmente sentía—. Fue un momento de debilidad, nada más.
Richard dejó su taza de café sobre la encimera con un golpe seco, el sonido resonó en la cocina, amplificando la tensión entre nosotros.
—Debilidad —murmuró, como si probara la palabra en su boca—. ¿Es eso lo que piensas de mí, Kristen? ¿Que soy débil?
—No es eso —dije rápidamente, sabiendo que la situación se estaba saliendo de control—. No creo que seas débil, pero tampoco creo que lo que pasó fue... correcto.
Richard me miró fijamente, y su mirada era tan intensa que me hizo retroceder un paso.
—No me vengas con tonterías, Kristen —dijo, su voz era un gruñido bajo—. Lo que pasó anoche fue real. No puedes fingir que no sientes nada.
Las palabras me golpearon como una bofetada. Sabía que estaba tratando de obligarme a admitir algo que no estaba dispuesta a aceptar, algo que complicaría aún más las cosas.
—Lo que siento no importa —dije, mi voz se quebró ligeramente—. Tú no eres alguien con quien pueda... tener algo real. No cuando me tienes atrapada aquí como una prisionera.
Su expresión se oscureció aún más, y vi cómo su mano se cerraba en un puño.
—Prisionera —repitió, su voz era un susurro peligroso—. Así es como me ves. Como un carcelero.
—¡Eso es lo que eres! —estallé, el enojo y la frustración que había estado conteniendo finalmente salieron a la superficie—. Me compraste en una subasta, Richard. Me tratas como una propiedad, como si no tuviera derecho a ser libre. ¿Cómo se supone que puedo sentir algo más por ti?
El silencio que siguió fue ensordecedor. Richard se quedó inmóvil, mirándome como si intentara procesar mis palabras, como si mi declaración lo hubiera herido de una manera que no esperaba.
—¿Eso es lo que piensas de mí? —preguntó finalmente, su voz era tan baja que apenas podía escucharlo—. ¿Solo soy el hombre que te compró? ¿El hombre que te mantiene cautiva?
—¿Qué más puedo pensar? —respondí, sintiendo que las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos—. No me das ninguna razón para creer que eres algo más.
Richard se quedó en silencio, pero la tensión en la habitación era tan densa que casi podía tocarla. Finalmente, dio un paso hacia mí, y por un momento, pensé que podría intentar calmarme, que tal vez intentaría disculparse, aunque sabía que eso era improbable.
Pero en lugar de eso, su mirada se volvió fría, implacable.
—Eres mía, Kristen —dijo, su voz era tan dura como el acero—. No importa lo que pienses o sientas. Siempre serás mía.
Sentí como si el aire me abandonara. Sus palabras eran una sentencia, un recordatorio cruel de la realidad en la que estaba atrapada. No había salida, no había posibilidad de escapar. Richard no era alguien con quien podría tener una vida normal, porque para él, yo nunca sería más que una posesión, un objeto que podía controlar.
—No puedo vivir así —susurré, mis manos temblaban—. No puedo seguir viviendo en esta prisión.
—No tienes elección —respondió, su tono era tan frío que me hizo temblar—. Esto es lo que eres ahora, Kristen. Mi posesión. Y más te vale que lo aceptes.
Sentí que mi corazón se rompía al escuchar esas palabras. Había una parte de mí que había esperado, de alguna manera, encontrar una forma de entenderlo, de llegar a un acuerdo. Pero sus palabras eran como un golpe final, el cierre de una puerta que nunca podría volver a abrirse.
—Eres un monstruo —dije, con más veneno en mi voz de lo que había planeado—. Nunca podré amarte, porque eres incapaz de amar.
Richard no reaccionó de inmediato, pero vi cómo sus ojos se endurecían, como si mis palabras lo hubieran alcanzado más de lo que quería admitir.
—Entonces, supongo que estamos en paz —respondió finalmente, su voz era baja, casi un susurro—. Porque tampoco necesito tu amor, Kristen. Solo necesito que recuerdes quién manda aquí.
Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Cualquier esperanza que hubiera tenido de que las cosas pudieran cambiar, de que Richard pudiera ser algo más que el hombre que me había comprado, se desvaneció en ese momento. Él no cambiaría, y no había manera de escapar de la realidad de nuestra situación.
Sin decir nada más, Richard se dio la vuelta y salió de la cocina, dejándome sola con el peso de sus palabras y la tristeza aplastante que me invadía. Me dejé caer en una silla, sintiendo que las lágrimas que había estado conteniendo finalmente comenzaban a fluir.
No había forma de reconciliarnos, porque Richard nunca me vería como algo más que su posesión. Y yo, por mucho que lo deseara, nunca podría verlo como algo más que el hombre que me había robado mi libertad.
Las palabras que habíamos intercambiado seguían resonando en mi mente, y sabía que había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás. No había posibilidad de paz, no había manera de encontrar un camino común.
Y con esa certeza, supe que estaba verdaderamente sola en este mundo oscuro, atrapada bajo el dominio de un hombre que nunca me dejaría ir.
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Sombras de poder • Richard rios
RomansEn un mundo donde el fútbol y el narcotráfico se cruzan peligrosamente.