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El dolor fue lo primero que sentí al despertar. Un dolor sordo y punzante en mi cabeza que se irradiaba en oleadas por todo mi cuerpo. Era como si un martillo golpeara en mi cráneo una y otra vez, recordándome lo que había sucedido. Intenté abrir los ojos, pero la luz era demasiado brillante, como si el mundo se hubiera convertido en un resplandor cegador que me forzaba a mantenerlos cerrados.

Estaba desorientada, sin poder distinguir entre la realidad y las sombras que se arremolinaban en mi mente. Mi cuerpo se sentía pesado, débil. Intenté moverme, pero cada músculo me dolía, cada pequeño movimiento me recordaba la violencia con la que había sido atacada.

La confusión y el miedo comenzaron a tomar el control mientras intentaba recordar qué había pasado. La cocina... Los hombres... El martillo... El impacto... Todo era un caos en mi mente, fragmentos de recuerdos entremezclados con la oscuridad. Y luego, el silencio.

Finalmente, logré abrir los ojos, parpadeando contra la luz que me cegaba. Me di cuenta de que ya no estaba en la cocina. Estaba en un lugar completamente diferente, en una habitación fría y sin vida, con paredes grises y suelos de concreto. No había ventanas, y el único sonido era el zumbido lejano de una máquina en algún lugar fuera de mi vista.

Intenté moverme de nuevo, pero algo me lo impedía. Bajé la mirada y vi que mis manos estaban atadas con gruesas cuerdas a los brazos de una silla. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras intentaba liberarme, pero los nudos eran demasiado apretados, y cualquier movimiento solo me hacía daño.

Fue entonces cuando escuché unos pasos acercándose. El sonido de botas pesadas resonaba en el pasillo fuera de la habitación, y mi miedo se intensificó al darme cuenta de que estaba completamente sola, atrapada y sin ninguna forma de defenderme.

La puerta se abrió con un chirrido metálico, y mis ojos se dirigieron hacia el umbral, esperando ver la figura del hombre vestido de negro que me había golpeado en la cocina. Pero lo que vi en su lugar me dejó helada.

Era Esteban.

Su figura alta y delgada se recortaba contra la tenue luz que se filtraba desde el pasillo, y su sonrisa era tan peligrosa como la recordaba. Estaba vestido de manera impecable, como siempre, con un traje oscuro y bien ajustado, como si acabara de salir de una reunión de negocios en lugar de una situación violenta. Pero sus ojos, esos ojos oscuros y fríos, reflejaban una maldad que me hizo temblar.

—Vaya, vaya... —dijo Esteban con una voz suave, casi burlona—. Al fin despiertas, Kristen.

El sonido de su voz me revolvió el estómago. Intenté mantener la calma, aunque el pánico seguía arremolinándose en mi interior. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Por qué estaba aquí, con él?

—¿Qué... qué estás haciendo, Esteban? —pregunté, mi voz era un susurro quebrado por el miedo—. ¿Qué quieres de mí?

Esteban se acercó lentamente, sus pasos eran medidos, controlados. Todo en él irradiaba una peligrosa confianza. Se detuvo justo frente a mí, inclinándose para mirarme a los ojos con esa sonrisa que me hacía sentir expuesta, vulnerable.

—¿Qué quiero? —repitió, como si la pregunta fuera ridícula—. Quiero lo que siempre he querido, Kristen. Poder. Y ahora, tengo el control. ¿Lo entiendes?

Sentí cómo la ira comenzaba a mezclarse con mi miedo, aunque mi cuerpo estaba demasiado débil para manifestarla.

—¿Por qué yo? —logré decir—. Esto es entre tú y Richard. Yo... no tengo nada que ver con esto.

Esteban rió suavemente, como si mi ingenuidad lo divirtiera.

—Oh, querida, tienes mucho más que ver en esto de lo que crees. —Su tono cambió, volviéndose más oscuro—. Sabes demasiado, Kristen. Y además, lastimar a lo que más le importa a Richard es la mejor forma de hacerle daño.

Su respuesta me dejó sin aliento. Por más que intentaba negarlo, sabía que estaba en lo cierto. Richard, por más frío y calculador que fuera, había desarrollado una conexión conmigo, y Esteban lo sabía. Estaba utilizando eso para atacarlo en su punto más vulnerable.

—No puedes hacer esto, Esteban —dije, mi voz era más firme de lo que esperaba—. Richard te encontrará. Y cuando lo haga...

Esteban levantó una mano, deteniéndome en seco.

—Cuando lo haga, ya será demasiado tarde —respondió con una frialdad aterradora—. Para entonces, ya habré obtenido lo que quiero.

Se giró lentamente, como si ya estuviera satisfecho con nuestra conversación. Sabía que mi destino estaba en sus manos, y que no había nada que pudiera hacer para cambiar eso en ese momento.

Pero mientras lo veía caminar hacia la puerta, una chispa de determinación comenzó a arder en mi interior. No podía dejar que esto terminara así. No podía rendirme.

Antes de que Esteban saliera de la habitación, volvió a mirarme, su sonrisa volvió a aparecer en su rostro.

—Disfruta de tu estancia, Kristen. —dijo con una voz suave—. Nos veremos de nuevo, muy pronto.

La puerta se cerró detrás de él con un golpe seco, y el sonido del pestillo al cerrarse resonó en la habitación, dejándome en una oscuridad aún más profunda que antes.

Estaba atrapada, sí, pero no derrotada. Mientras las sombras me rodeaban, supe que tenía que encontrar una manera de salir de allí. Tenía que sobrevivir, por mí misma... y para asegurarme de que Esteban no ganara.

Porque sabía que, tarde o temprano, Richard descubriría lo que había pasado. Y cuando eso sucediera, la verdadera batalla comenzaría.

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora