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La oscuridad era profunda y sofocante, y el dolor en mi abdomen era un recordatorio constante de la brutalidad que había soportado. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me desmayé. Mi cuerpo se sentía pesado, debilitado por la pérdida de sangre, el hambre, y el sufrimiento. La línea entre la vigilia y el sueño era borrosa, y cuando finalmente abrí los ojos, pensé que seguía atrapada en una pesadilla.

Pero me desperté porque alguien me movía despacio, casi con cuidado, como si intentara no hacerme daño. La sensación era tan suave que al principio pensé que lo estaba imaginando. Sin embargo, cuando mis ojos se ajustaron a la penumbra de la habitación, vi la figura de un hombre inclinado sobre mí. Mis sentidos adormecidos comenzaron a dispararse, el miedo me invadió de nuevo, y mi primer instinto fue gritar.

Antes de que pudiera hacerlo, el hombre me tapó la boca con una mano firme pero gentil. Me miró a los ojos, y aunque el pánico seguía latente, algo en su mirada me dijo que no era como los otros.

—Haz silencio, nadie puede saber que estoy aquí —susurró con urgencia.

Sus palabras eran una mezcla de advertencia y promesa. Podía sentir la tensión en su voz, la necesidad de pasar desapercibido. Mi corazón latía con fuerza, pero asentí lentamente, intentando calmarme lo suficiente como para no gritar.

El hombre pareció relajarse un poco al ver mi respuesta. Sus ojos claros brillaban en la penumbra, contrastaban con su piel morena. Nunca lo había visto antes, no era uno de los hombres que me había torturado, eso era seguro. Se notaba diferente, y aunque todavía estaba aterrorizada, una pequeña chispa de esperanza se encendió en mi interior.

—Te voy a ayudar —dijo en voz baja, mirando hacia la puerta para asegurarse de que nadie lo escuchaba—, pero tienes que prometer que no dirás nada.

Volví a asentir, el miedo seguía presente, pero su promesa de ayuda era lo único en lo que podía aferrarme. Él quitó su mano de mi boca y se inclinó hacia mí, sacando algo de su bolsillo con rapidez.

Cuando vi lo que era, casi lloré de alivio. Un pequeño paquete de galletas. Podía escuchar a mi estómago rugir de hambre, y la necesidad de comer algo, cualquier cosa, era abrumadora.

—Toma —dijo, ofreciéndome las galletas mientras miraba a todos lados, claramente nervioso de que alguien lo viera—. No pude traerte más, lo siento.

No le importaba si eran pocas o muchas, en ese momento, esas galletas eran la única cosa que me mantenía conectada a la realidad. Las devoré casi sin pensar, el sabor seco y dulce era un alivio que no podía describir. Mi cuerpo, aunque débil, agradecía cada bocado como si fuera lo más preciado del mundo.

Mientras comía, lo observé con más atención. Era joven, probablemente no mucho mayor que yo, y aunque su rostro estaba marcado por la seriedad y la cautela, había algo en él que me recordaba a alguien perdido en una situación que no quería.

—Soy 02, mucho gusto —dijo de repente, casi en un susurro.

02. Un nombre que no era un nombre. No quería que supiera quién era realmente, pero tampoco podía culparlo. Este lugar, con su oscuridad y violencia, no era el tipo de lugar para compartir identidades reales. Sin embargo, había algo en su manera de presentarse que me hizo sentir que, aunque anónimo, estaba de mi lado.

Después de que terminé las galletas, 02 sacó más cosas de sus bolsillos. Vi vendas, un pequeño bote de alcohol, y una aguja con hilo. Mi mente tardó un momento en comprender lo que estaba a punto de hacer.

—Necesito curar tu herida —explicó en voz baja, manteniendo su mirada fija en la puerta—. No tengo mucho tiempo, pero esto evitará que empeore.

Asentí nuevamente, agradecida por su ayuda, aunque la perspectiva de sentir más dolor me aterrorizaba. Con cuidado, 02 comenzó a limpiar la herida en mi abdomen. El alcohol quemó al entrar en contacto con la carne herida, y tuve que morderme el labio para no gritar. Pero a pesar del dolor, su toque era gentil y preciso, como si realmente le importara no hacerme más daño.

Cada movimiento era rápido y eficiente. Lo vi concentrarse en su tarea, y por un momento, me permití confiar en él. No tenía muchas opciones, pero algo en 02 me hacía sentir que, al menos por ahora, estaba a salvo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, 02 terminó de coser y vendar la herida. Su trabajo fue rápido, pero lo suficientemente bueno como para darme un pequeño respiro del dolor constante que había estado soportando.

—Eso es todo lo que puedo hacer por ahora —dijo con un susurro, guardando el equipo de curación en sus bolsillos—. Pero sobrevivirás. Solo aguanta un poco más.

Lo observé mientras se preparaba para irse, su rostro estaba lleno de preocupación. Sabía que no podía quedarse, que su ayuda dependía de pasar desapercibido, pero sentía una necesidad desesperada de que no se fuera.

—Gracias... 02 —susurré, mi voz era débil, pero cargada de gratitud.

Él me dedicó una pequeña sonrisa, una que desapareció tan rápido como apareció. Luego, al escuchar pasos en el pasillo, se tensó.

—Debo irme —dijo con urgencia—. Recuerda, no digas nada. Volveré cuando pueda.

Y con eso, se levantó y salió de la habitación en silencio, desapareciendo tan rápido como había llegado.

Me quedé allí, todavía adolorida y débil, pero con algo nuevo dentro de mí. Esperanza. No estaba sola en esta pesadilla. Y aunque la oscuridad seguía siendo opresiva, al menos sabía que alguien estaba dispuesto a ayudarme.

Y por primera vez en lo que parecía una eternidad, me permití creer que, tal vez, podría sobrevivir a esto.

O no .........

Sombras de poder • Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora