Era el día. El día que había temido desde que Esteban pronunció esas palabras fatídicas: saldríamos del país. Mi cuerpo, debilitado y dolorido, apenas podía soportar el peso de la desesperación que me aplastaba mientras me arrastraban fuera de la pequeña cabaña en la que me habían mantenido prisionera. Las cuerdas que ataban mis manos y las ataduras alrededor de mi boca hacían que cada movimiento fuera una tortura. Los labios me ardían por la presión de las cuerdas, y cada paso que daba sentía que todo estaba perdido.A mi alrededor, 02 y 03 se movían en silencio, mezclándose con los otros hombres de Esteban. Aunque había algo en sus miradas que me decía que no querían estar allí, no podía culparlos por no arriesgarse a ayudarme en ese momento. Esteban estaba cerca, observándome con esa mirada calculadora, seguro de su victoria.
Me empujaron hacia una camioneta que estaba estacionada justo fuera de la cabaña. El aire fresco me golpeó el rostro, pero no me trajo consuelo. Sabía que una vez que subiera a ese vehículo, mi destino sería sellado. Richard nunca me encontraría. Nadie lo haría.
Pero justo cuando mis pies estaban a punto de tocar el estribo de la camioneta, el rugido de un motor rompió el silencio del bosque. Un auto llegó a gran velocidad y frenó en seco justo frente a nosotros, levantando una nube de polvo en el aire. El sonido de las puertas abriéndose y los gritos de hombres desconocidos llenaron el espacio a nuestro alrededor. Mi corazón latió con fuerza, una mezcla de miedo y esperanza luchando por dominar mis emociones.
Y luego lo vi.
Richard.
Se bajó del auto con una ferocidad en su mirada que nunca había visto antes. Un grupo de hombres lo seguía, y aunque estaban armados y listos para la batalla, todo lo que pude ver fue a Richard. Mi salvador. Mi ancla en medio de este caos.
—¡Entrégamela! —exigió Richard, su voz era fuerte, implacable. Era la voz de un hombre que no aceptaría un no por respuesta.
La tensión en el aire se volvió palpable. Los hombres de Richard y los de Esteban se miraron, las manos de todos se deslizaron hacia sus armas. Esteban, que normalmente estaba lleno de arrogancia, parecía dudar por primera vez. Sabía que Richard tenía la ventaja numérica, y probablemente, en ese momento, estaba tratando de averiguar quién lo había traicionado. Sabía que 02 y 03 estaban de su lado, pero no tenía tiempo para descubrirlo.
Lo que siguió fue una confrontación silenciosa que se rompió en un estallido de violencia. Los hombres de Esteban intentaron luchar, pero Richard y los suyos eran implacables. Los disparos resonaron en el aire, y el caos se desató a mi alrededor. Estaba atrapada en medio de una guerra que no había elegido, pero que determinaría mi destino.
Uno a uno, los hombres de Esteban fueron cayendo. Vi a 02 y 03 mezclarse en la batalla, pero nunca directamente enfrentarse a Richard. Sabían lo que estaba en juego, y su lealtad secreta finalmente los salvó. Esteban se mantuvo al margen, observando, su expresión era de pura rabia mientras veía cómo su control se desmoronaba.
Finalmente, cuando todo pareció detenerse por un segundo, Richard se acercó a mí. Su rostro estaba tenso, su mirada evaluaba cada herida, cada cicatriz en mi cuerpo. Sin decir una palabra, comenzó a desatar las cuerdas que ataban mis manos, y luego quitó la mordaza de mi boca. Sentí una libertad tan abrumadora que no pude contenerme.
Me lancé hacia él, lo abracé con toda la fuerza que me quedaba. Me aferré a Richard como si mi vida dependiera de ello, porque en ese momento, lo hacía. Su calor, su presencia, todo me decía que finalmente estaba a salvo. Que todo lo que había soportado no había sido en vano.
Sentí cómo sus brazos me rodeaban, cómo me sostenía con una mezcla de firmeza y cuidado. Era como si estuviera tratando de protegerme de todo el dolor que había sufrido, como si pudiera borrar las cicatrices solo con su toque. Pero cuando me soltó ligeramente, vi su rostro endurecerse mientras analizaba las marcas en mi piel, las cicatrices que los golpes y las heridas habían dejado.
Había furia en sus ojos, una furia que solo había visto en momentos de desesperación. Y cuando vi lo que hizo a continuación, supe que esa furia estaba a punto de encontrar un objetivo.
Richard se giró lentamente hacia Esteban, quien estaba de pie, completamente derrotado pero aún altivo. Su expresión cambió de pura rabia a algo más oscuro, algo mucho más peligroso. Sin dudarlo, sacó un arma de su cintura. El sonido del metal al ser desenfundado fue un aviso de lo inevitable.
—Esto es por todo lo que me has quitado —dijo Richard con una voz cargada de ira contenida.
No hubo súplica de Esteban, no hubo palabras. Solo una aceptación sombría de lo que vendría. Y antes de que pudiera procesarlo completamente, escuché el disparo. El sonido reverberó en el aire, cortando el silencio con brutalidad.
El cuerpo de Esteban cayó al suelo, inmóvil, una mancha de sangre se expandía rápidamente desde su cabeza. La batalla había terminado. El monstruo que me había torturado, que había intentado destruirme, ya no existía.
Me quedé en silencio, aún temblando mientras observaba cómo la vida de Esteban se apagaba en un instante. Pero en lugar de sentir alivio, solo había una extraña sensación de vacío.
Richard guardó su arma, y cuando volvió a mirarme, su rostro había suavizado un poco. Sin decir nada más, me atrajo hacia él nuevamente, abrazándome como si nunca fuera a soltarme.
—Te tengo —susurró, su voz era casi inaudible, pero llena de una promesa que sabía que cumpliría.
Finalmente, estaba a salvo en sus brazos. Pero las cicatrices, tanto físicas como emocionales, me recordaban que el camino hacia la recuperación aún no había terminado. Sin embargo, ahora tenía a Richard a mi lado. Y eso era todo lo que necesitaba para comenzar a sanar.
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Sombras de poder • Richard rios
RomansaEn un mundo donde el fútbol y el narcotráfico se cruzan peligrosamente.