CAPITULO XXII - Problema Tamaño Familiar

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Charlie despertó lentamente, sintiendo el peso del cansancio aún en su cuerpo, pero lo que realmente la sacó de su somnolencia fue un olor familiar y reconfortante: la colonia de Alastor. Estaba allí, tan cerca, acostado a su lado, respirando suavemente en un sueño profundo. Una sonrisa se dibujó en su rostro al verlo. Era un momento tan simple, pero tan significativo para ella. Alastor, con toda su extravagancia y oscuridad, había llegado a ser una presencia constante y fundamental en su vida.

Charlie se giró suavemente para mirarlo mejor. Su rostro estaba relajado, libre de las usuales sonrisas arrogantes o la intensidad que siempre lo caracterizaba. En ese momento, parecía vulnerable, casi humano. Era una faceta de él que solo ella conocía, una intimidad que no compartía con nadie más. Le alegraba saber que podía ser esa persona para él, alguien en quien confiar, alguien que podía estar a su lado sin que él sintiera la necesidad de levantar barreras.

Pero mientras lo observaba, esa calidez que sentía en su corazón se mezcló con una punzada de incertidumbre. ¿Qué eran realmente ellos dos? Se trataban como una pareja, compartían momentos que cualquier otra relación consideraría íntimos, pero nunca habían hablado de lo que eso significaba. Charlie sabía que ella era la única que podía tocarlo sin restricciones, abrazarlo sin que él se apartara, e incluso, en momentos de debilidad, besarlo. Habían dormido juntos en la misma cama más veces de las que podía contar, y algunas veces, en medio de la noche, su deseo de tenerlo cerca casi la había llevado a cruzar una línea. Recordó esos momentos con una risa suave, una mezcla de ternura y travesura.

Sin embargo, la duda permanecía. ¿Qué significaba todo eso para él? ¿Sería posible que nunca llegaran a ser algo más? El pensamiento la entristeció, la idea de que quizás él no quisiera formalizar lo que tenían, de que tal vez esto era todo lo que podían ser.

No quería seguir viviendo en la incertidumbre. Tenía que saberlo, tenía que proponerle formalizar lo que tenían. Con una determinación renovada, Charlie se levantó con cuidado, asegurándose de no despertarlo. La idea de una declaración romántica la emocionaba, pero también la ponía nerviosa. Quería que fuera especial, algo que él nunca olvidara.

Salió de la habitación, su mente trabajando rápido para planear lo que haría. Decidió preparar algo para él, algo que pudiera expresar lo que sentía de una manera que las palabras solas no podrían. Pensó en un picnic improvisado en la azotea del hotel, bajo la luz de la luna que pronto se asomaría, con algunas de sus comidas favoritas y una botella de vino para compartir. Todo tenía que ser perfecto.

Charlie se dirigió a la cocina y comenzó a preparar una selección de platos que sabía que a Alastor le gustarían: bocados pequeños, delicados, pero llenos de sabor, que reflejaban la complejidad y la elegancia que veía en él. Mientras cocinaba, su mente no dejaba de girar en torno a lo que le diría. Sabía que tenía que ser directa, pero también quería ser sincera, vulnerable, como él lo había sido con ella en más de una ocasión.

Cuando terminó de preparar todo, arregló cuidadosamente una bandeja con los platos, una botella de vino tinto, y dos copas de cristal. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió a la azotea, donde la brisa fresca de la tarde-noche la recibió. El cielo estaba pintado de tonos cálidos que se mezclaban con la oscuridad que caía, creando una atmósfera íntima y mágica.

Colocó la bandeja en el centro de un pequeño mantel que había extendido en el suelo y regresó silenciosamente a la habitación para despertar a Alastor. Se acercó a él, y con una suave caricia en su mejilla, susurró su nombre.

—Alastor, despierta... tengo algo para ti.

Alastor abrió los ojos lentamente, aún adormilado, pero cuando vio la expresión en el rostro de Charlie, una mezcla de expectación y nerviosismo, se incorporó con una sonrisa.

La Maldición de tu Amor (Charlastor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora